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Lucrecia Borgia, la mujer más bella de la época, hija del hombre más poderoso del momento, hermana de uno de los modelos de Nicolás Maquiavelo para construir a su Príncipe. Unos dicen que fue asesina, otros, que fue más bien una víctima. Hay quien dice que tenía un anillo hueco por el que vertía veneno para matar a quienes la estorbaban, pero también hay quien dice que eso tan solo es una leyenda negra. Cuatrocientos años después, Víctor Hugo la describió como una mujer viciosa, despiadada y maestra en venenos. Hoy en día, en la cultura popular sigue siendo retratada como la antagonista de uno de los videojuegos de la saga Assassin’s Creed. Es decir, lo que sabemos de esta mujer son retazos de verdad que se entremezclan con el negro de un mito.
A primera vista, Lucrecia no fue más que un peón de su padre Rodrigo Borgia —el papa Alejandro VI—. A sus trece años, la casó con Juan Sforza, un hombre que le doblaba la edad y era el hijo natural de Constanzo I de Sforza y Flora Boni, para formar una alianza política con aquella familia, que gobernaba el norte de Italia. El matrimonio se llevó a cabo, a pesar de que César Borgia, su hermano mayor, la hubiese besado en la boca en plena boda, y en contra de todo pronóstico, la pareja genuinamente se enamoró. La razón del matrimonio fue que el Papa estaba obsesionado con la unificación de Italia. Esperaba que su yerno lo secundase, pero la conducta de Juan Sforza fue a lo sumo ambigua y en varias ocasiones no le entregó el poder militar que necesitaba.
Cuatro años después, al Papa ya no le servía dicha alianza y creyó que lo mejor era cortar el problema desde la raíz. Esta es la primera vez que vemos que Lucrecia Borgia tiene voz y voto dentro de la familia más poderosa de la época. Al darse cuenta de los planes de su padre y, coincidentemente, de que César se hubiera acostado con una cuñada, alertó a su esposo y escapó a un convento en forma de protesta.
A Juan Sforza no lo mataron, pero sí lo obligaron a declarar públicamente que era impotente y que, por lo tanto, el matrimonio con Lucrecia nunca se había consumado. Sforza cedió a las amenazas de César y Rodrigo Borgia, no sin antes esparcir el rumor del incesto entre los hermanos y entre Lucrecia y su padre. Tal acusación, junto con los comportamientos públicos afectuosos de la familia, dieron lugar a un rumor que corrió a viva voz entre los detractores de los Borgia.
A los rumores sobre este incesto se sumaron las voces de quienes proclamaban la supuesta promiscuidad sexual de Lucrecia. “Es la que lleva la bandera de las putas”, sentenció, por ejemplo, sobre ella su contemporáneo Materazzo, un cronista de Perugia. La lista de supuestos amantes que empezó a atribuirse a Lucrecia era interminable. Sin embargo, el único amante del que se tiene constancia es el de Pedro Calderón, un joven sirviente español de la corte papal. De aquel amorío nació un niño, pero, de nuevo, se dijo por las calles que el padre realmente era César o Rodrigo Borgia.
Luego, cuentan los rumores que César Borgia, el Papa y los Aragón idearon una reunión para que Lucrecia conociera a un hijo natural de Alfonso II de Aragón. Si Lucrecia había hecho un esfuerzo para querer a Juan Sforza, se dice que de Alfonso de Aragón se enamoró desde el momento en que lo vio.
El 21 de julio de 1498 se casaron y para Lucrecia comenzaría una nueva etapa. Era feliz hasta que, el 15 de julio de 1500, un grupo de hombres apuñaló a Alfonso, aunque no murió. Se dice que Lucrecia nunca se apartaba de su lado, sin embargo, mediante un engaño, su hermano hizo que abandonara el palacio ducal en el que vivía con su marido y, posteriormente, Alfonso fue estrangulado.
Lucrecia Borgia estaba comenzando la década de sus veinte años y ya había sido viuda dos veces. No es extraño que los romanceros hicieran de la vida de Lucrecia una tragedia fantástica, adornada con venenos, incestos y matrimonios a conveniencia para guardar las apariencias.
El nobel de literatura Darío Fo cuenta que Lucrecia se percata de ello cada vez que es invitada por amigos que, si antes se mostraban contentos por tenerla como invitada a la menor oportunidad, ahora hacen que no se sienta bien recibida en esas reuniones, especialmente en cuanto menciona la violencia sufrida. Todo el mundo trata de evitar el tema y dado que la joven viuda, ante tales reticencias, estalla a menudo en palabras y gestos airados, he aquí cómo, día a día, debe constatar que definitivamente ya nadie la tolera. “El llanto desconsolado resulta aceptable solo cuando la viuda que lo produce es dueña de un poder que influye, o más aún, es crucial en la vida de los cortesanos. Pero si quien gobierna ha perdido la mayor parte de su poder, el lamento se convierte en una queja insoportable”.
La solución es sencilla: Volver a tener poder. Alejandro VI, como buen padre, acude la familia d’Este, dueña y señora de Ferrara, lugar que resulta ser el favorito de su hija. Lo que más fascina y sorprende de este periodo y ciudad, es encontrar a las más extraordinarias personalidades de la historia, de la ciencia y del arte universal, todas en plena actividad en las cortes italianas y europeas. Rafael, Hércules d’ Este, Ariosto, Leonardo, Bembo, la propia Lucrecia, Copérnico, Miguel Ángel, solo por nombrar algunos.
A esta Ferrara llegó Lucrecia para casarse con Alfonso d’Este. No fue brujería ni amenazas lo que convenció al hijo del duque de Ferrara a casarse con la viuda envuelta en secretos tan vaticanos como terribles. Fue la entrega de Lucrecia lo que lo hizo ceder. Intervino personalmente en las negociaciones y estuvo de acuerdo con que la familia d’Este se llevara la mejor parte. Ante la poca expectativa de obtener un mejor matrimonio, Alfonso d’Este quiso creer que los rumores de Lucrecia fueran solo eso, rumores.
Hasta el final de su vida, Lucrecia Borgia vivió en Ferrara. Si antes la llamaron “puta”, “bruja” e “incestuosa”, allí la trataron de buena madre, buena esposa y buena mujer. Lucrecia sentía una especial pasión por la poesía, los romances y sobre todo la pintura. Presidió declamaciones de poesía y fue una activa mecenas, acogiendo a artistas como Ariosto, Bembo o Trissino. Además, fundó un Monte de la Piedad para ayudar a los pobres y, cuando la ciudad cayó en desgracia, comenzó a llevar un cilicio.
Entonces, según las pruebas que tenemos de su vida, Lucrecia fue todo lo contrario a una femme fatale. Thomas Walsh, historiador e hispanista estadounidense, llega a concluir que, de hecho, fue una de las mujeres más virtuosas y dignas de alabanza. “Lucrecia Borgia fue una mujer espléndida, gentil, delicada e incluso tímida. El empeño en presentarla como una gigantesca puta se debe simplemente a que esa historia se vende mejor”, dijo Darío Fo. Si la leyenda negra pervive hasta nuestros días, es consecuencia de una familia tan poderosa como inescrupulosa para mantener el control, así como a la oposición de hombres que no soportaron la superioridad de aquella mujer.