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Con el dolor de una mano lesionada, Lucrecia Martel se sincera. “Preferiría estar en casa” y no en el Lido de Venecia presidiendo el jurado de la 76ª Mostra Internazionale d’Arte Cinematografica. No hay que tomarse a mal tanta honestidad derramada en la conferencia de prensa con los presidentes de las diferentes secciones. Es que Lucrecia no lo ha tenido fácil desde que diera el “sí quiero” a este encargo.
La presencia de Roman Polanski en la competición oficial, noticia de la que se enteraría mucho después de aceptar la misión, casi la hace retractarse. Pero Martel, cuyas películas han marcado un hito en la cinematografía argentina y por ende latinoamericana (La ciénaga, La niña santa, Zama), no sería la misma que conocemos si hubiera renunciado, si hubiese optado por no enfrentarse a la polémica que genera y arrastra consigo el director polaco.
“Yo no separo al hombre de la obra, lo interesante de las obras es que transparentan al hombre”, diría al principio de este encuentro con la prensa, donde por lo general abundan frases hechas, hasta cierto punto posiciones condescendientes y lugares comunes. Eso no le va a Martel, por lo que sus intervenciones desencadenaron un apasionante debate sobre dos importantes temas, como son las implicaciones de la participación de Roman Polanski en la competición oficial y la exigua presencia de mujeres directoras en un festival cinematográfico de la talla de La Mostra.
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El nombre de Roman Polanski no solamente está ligado al cine, sino también a una acusación de abuso sexual a una menor de edad, consumo de drogas y perversión en 1977, razón por la cual desde ese entonces no ha vuelto a pisar suelo estadounidense. La víctima y su familia llegaron a un acuerdo con el director, pero en años posteriores se dieron a conocer otras acusaciones. Después de su arresto en Zúrich (en 2009) y de la negativa de Polonia de reabrir el caso para que fuera extraditado a EE. UU., parecía que caso estaba cerrado, pero no fue así.
Gracias al movimiento #Metoo muchas víctimas han encontrado un apoyo para denunciar abusos y vejaciones, por lo que los delitos cometidos hace veinte, treinta o cuarenta años están saliendo a la luz pública. Este es el caso de Polanski, quien a sus 86 años se enfrenta otra vez a serias acusaciones.
Aunque Lucrecia Martel no tenía información fundada sobre esta nueva camada de denuncias, está clara: “Con certeza no voy a asistir a la gala del señor Polanski, porque yo represento a muchas mujeres que estamos luchando en la Argentina por cuestiones como estas, y no desearía tener que ponerme de pie y aplaudir”.
J’accuse, la nueva cinta del realizador polaco, la cual se centra en el sonado caso Dreyfus (1894), compite por el León de Oro en esta edición. Durante años Polanski tuvo entre manos este proyecto, hasta que pudo culminar su realización. Entre todas la implicaciones del caso Dreyfus, es notable que se trate de la (in) justicia, el rol de los medios de comunicación y las presiones políticas. Sin dudas la ironía es una dama que hace acto de presencia cuando menos se la espera, y esta es una de esas oportunidades.
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Lucrecia Martel lanza al aire muchas preguntas en relación a casos como el de Roman Polanski. “Si una persona ha cumplido su condena, que esto es quizá lo que está un poco en cuestión, pero cuya víctima ya se siente resarcida, ¿qué vamos a hacer nosotros?: ¿ajusticiarlo?, ¿negarle que esté en el festival?, ¿ponerlo fuera de competencia para proteger el festival?”, se cuestiona con su característico tono calmado.
Lo importante para Martel es entablar una discusión franca. “Todas esas conversaciones son pertinentes, y son las conversaciones de nuestro tiempo”, apunta, y aunque estuvo a punto de repensar su decisión de aceptar este puesto “político”, tal como define la presidencia del jurado en La Mostra, le parece acertado que el nuevo filme de Polanski esté en este festival. “Es un diálogo que nos debemos y qué mejor lugar que este para ir profundamente en ese camino”.
Cuota femenina, ¿sí o no?
Desde que se dieran a conocer los títulos de la competición por el León de Oro, se reavivó el debate sobre la magrísima presencia de directoras. A diferencia de la edición pasada, con una realizadora en la competición, este año, entre los 21 títulos (entre ellos la cinta de Ciro Guerra, Esperando a los bárbaros) figuran dos féminas: Haifaa Al Mansour, con The Perfect Candidate, y Shannon Murphy, con Babyteeth, y todo pese a las iniciativas y protestas en pro de elevar el número de elegidas en certámenes cinematográficos.
Durante su larga trayectoria en el cine, Lucrecia Martel ha vivido en carne propia todos los avatares de la profesión, por lo que su opinión es por demás relevante en relación con los beneficios de la implementación del 50-50. Y una vez más con la sinceridad por delante dijo no sentirse precisamente feliz con la cuota femenina, sin embargo la considera como la única cura para la enfermedad.
“No sé de qué otra manera podemos forzar a esta industria a pensar de otra forma, a considerar las películas dirigidas por mujeres”, manifestaba; eso sí “esto no quiere decir, porque sería suponerme a mí y a muchas personas como estúpidas, que cualquier película dirigida por una mujer ya está haciendo una gran lectura sobre la humanidad”.
El perro que se muerde la cola sería en este caso la cuestión de si el optar por la cuota femenina iría en detrimento de la calidad de los filmes. Martel se saca un as de la manga, que en este caso fue más bien un hachazo en la cabeza de Paolo Baratta (presidente de la Biennale) y Alberto Barbera (director del Festival Internacional e Cine de Venecia).
“¿Y si durante dos años hiciéramos el experimento de tener un 50-50, y ver qué pasa, si es cierto que baja o no la calidad de las películas o si eso genera un movimiento distinto en la industria?”, dejó caer la argentina, “es tan nuevo a lo que nos estamos enfrentando, tan dura esta transformación, que no me parece mal que después de 76 años [de festival] hagamos un experimento”.
Con el tiempo ya se verá si en La Mostra existe la disposición de aceptar ese desafío que Lucrecia Martel puso sobre la mesa, en esta calurosísima tarde del agosto agonizante en el Lido de Venecia, a escasas horas de darse por inaugurada la 76ª edición de este festival.