Luna de Locos, el Festival Internacional de Poesía de Pereira, celebrará su decimotercera versión hasta el sábado 31 de agosto. En esta ocasión, uno de sus invitados es el poeta y crítico español Luis Bagué Quílez (Palafrugell, Girona, 1978), quien, además, visitará el país por primera vez. Su poesía es contenida, sin estridencias, libre de sentimentalismos. Pero, eso sí, con la fina sensibilidad que caracteriza a quien mira el mundo con asombro.
De su infancia, dice que fue “relativamente nómada y relativamente feliz”. Que recuerda, más allá de los vínculos familiares, con particular intensidad la sintonía de los Fraggle Rock, algunas canciones de Europe —sobre todo “The Final Countdown”— y las dobles sesiones en el cine del pueblo donde nació. Por lo demás, parafraseando a Machado, dice que su infancia “son recuerdos de un centro comercial”.
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Quílez ha publicado varios libros de poemas, entre ellos: Un jardín olvidado (2007, Premio Hiperión), Paseo de la identidad (2014, Premio Emilio Alarcos) y Clima mediterráneo (2017, Premio Tiflos y Premio Nacional de la Crítica). También es autor de los libros de ensayo: La poesía de Víctor Botas (2004), Poesía en pie de paz (2006, Premio Internacional de Investigación Literaria Gerardo Diego), La Menina ante el espejo. Visita al museo 3.0 (2016) y La poesía española desde el siglo XXI: Una genealogía estética (2018).
¿Cuáles fueron sus primeras lecturas y qué impacto tuvieron en su escritura o en su manera de ver y leer el mundo?
Como casi todos los que eligen la poesía, empecé por la prosa. Con catorce o quince años leí dos relatos que cambiaron mis prejuicios sobre lo que era o debía ser la literatura: El perseguidor, de Cortázar, y Los muertos, de Joyce. También me impresionó por entonces La espuma de los días, de Boris Vian, que me prestó una profesora cuando estudiaba segundo de bachillerato.
¿Qué poeta ha sido vital en su viaje por la poesía?
El Lorca de Poeta en Nueva York y el Ángel González de Tratado de urbanismo. Después vinieron Luis García Montero, Aníbal Núñez y Claudio Rodríguez. Y luego Szymborska, Tranströmer, Ashbery... Supongo que ese fue el orden cronológico, aunque la angustia de las influencias viaja siempre (y a menudo de incógnito) en el equipaje.
Esta es la primera vez que va a viajar a Colombia. ¿Qué expectativas tiene y qué espera de este encuentro?
No tengo ninguna expectativa concreta, lo que equivale a decir que tengo todas las expectativas posibles. En sus trece años de vida, Luna de Locos se ha consolidado como un encuentro de referencia para poetas de diferentes lenguas y genealogías estéticas. Y eso siempre resulta enriquecedor.
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Desde su perspectiva, ¿cómo ve el panorama de la poesía que se escribe en Colombia y en Latinoamérica?
De una vitalidad envidiable. Admiro la escritura de William Ospina, Ramón Cote o Piedad Bonnett, por ejemplo. Creo que la poesía latinoamericana ha sabido asimilar la tradición clásica y la “tradición de la ruptura” de forma menos traumática que en otros ámbitos, incluido el peninsular.
Usted ha dicho que la poesía nos sirve para que el mundo sea un lugar habitable...
Es más un deseo que una constatación, pero sí, creo que la poesía nos ayuda a entender el mundo que nos rodea, y eso exige afrontar la intemperie y buscar refugio.
¿Qué les diría a los jóvenes que están empezando a escribir poesía?
Que las musas los pillen confesados.
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MEDITERRÁNEOS (2) de Luis Bagué Quílez
El mar como una puerta giratoria.
El cerrojo del mar. El mar donde naufragan
los romances moriscos y los campos de almendros,
la lámpara de aceite con siete extremidades.
El mar abierto al sol del Nuevo Mundo.
El mar por el que entran Calibán y Atala,
la patata, el cacao, la viruela,
los cigarrillos rubios, el cultivo transgénico,
la limpieza de sangre y la libra de carne.
Sale bisutería y entra oro.
Derogado el principio de Arquímedes.
Bienvenido el teorema de Pitágoras.
Entran los que salieron, los que no llegarán
a buen puerto, los de las mil
y una
noches a la deriva.