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                                                                                                                              Macondo, invitado de honor a la Filbo

                                                                                                                              El autor, que falleció hace un año, creó un mundo diverso que caracteriza a toda una sociedad. En la Feria del Libro de Bogotá se retratarán las múltiples facetas del sueño macondiano.

                                                                                                                              Piedad Bonnett

                                                                                                                              Por una feliz idea de sus organizadores, Macondo es el país invitado de honor de la Filbo 2015. Un justo homenaje, un año después de la muerte de Gabriel García Márquez, al creador de un lugar que, a pesar de ser imaginario, tiene para miles de lectores de todo el mundo una existencia mucho más concreta que innumerables sitios de la geografía universal.

                                                                                                                              Cualquiera que haya leído la obra de García Márquez, pero sobre todo Cien años de soledad, sabe que Macondo es un mundo autónomo, con una geografía, una historia, unas costumbres, unas creencias y unas leyendas propias. Pero también que es un microcosmos de la historia de Colombia y de América Latina —con sus guerras civiles, sus conflictos sociales y los recurrentes intentos de saqueo por parte de potencias extranjeras—; y una parábola del ascenso y caída de una comunidad que atraviesa todas las edades de la humanidad, desde la prehistoria hasta el apocalipsis, estructurada según el modelo de un mito cosmogónico.

                                                                                                                              Para muchos colombianos la palabra Macondo tiene resonancias y significaciones profundas. Es, como la obra de García Márquez, algo que sentimos que nos pertenece, familiar y entrañable. Macondo es, al fin y al cabo, el espejo de feria donde nos vemos reflejados como sociedad, con nuestras virtudes y defectos hiperbolizados por la desmesura propia de lo real maravilloso. No obstante, no hay, no puede haber una sola idea de Macondo. Una cosa será para el habitante de la región Caribe, que se reconoce en la idiosincrasia de los personajes, otra para el cachaco que sonríe frente a la caracterización que de él hace García Márquez, y otra más para el lector suizo, o ruso, o sudafricano que no ha pisado el trópico; y jamás será lo mismo para el viejo lector que reconoce en Macondo elementos de un mundo que desaparece, que para el adolescente de hoy, que tal vez no ha oído hablar nunca del telégrafo o del coronel Carlos Cortés Vargas y la matanza de las bananeras.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Antes de García Márquez nuestro mundo era tan reciente que las cosas carecían de nombre y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo. Ahora, gracias a la empresa laboriosa de este Adán de Aracataca, disponemos de un universo poblado por la palabra que interpreta su historia, con sus bondades y miserias, y sin las mentiras deliberadas de los historiadores oficiales. Quizá ellas nos ayuden, no sólo a curarnos de la peste del olvido, de la “idiotez sin pasado” que ha impedido la solidaridad y el sentido de pertenencia a la comunidad colombiana, sino también a acceder a la posibilidad de transformar esa deplorable realidad para que las estirpes condenadas a la soledad desaparezcan definitivamente de la faz de la tierra.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              *Escritora que hace parte del comité curatorial de Macondo, invitado de honor a la Feria del Libro, junto a Jaime Abello Banfi y Ariel Castillo Mier, expertos en la obra del nobel.

                                                                                                                              Por una feliz idea de sus organizadores, Macondo es el país invitado de honor de la Filbo 2015. Un justo homenaje, un año después de la muerte de Gabriel García Márquez, al creador de un lugar que, a pesar de ser imaginario, tiene para miles de lectores de todo el mundo una existencia mucho más concreta que innumerables sitios de la geografía universal.

                                                                                                                              Cualquiera que haya leído la obra de García Márquez, pero sobre todo Cien años de soledad, sabe que Macondo es un mundo autónomo, con una geografía, una historia, unas costumbres, unas creencias y unas leyendas propias. Pero también que es un microcosmos de la historia de Colombia y de América Latina —con sus guerras civiles, sus conflictos sociales y los recurrentes intentos de saqueo por parte de potencias extranjeras—; y una parábola del ascenso y caída de una comunidad que atraviesa todas las edades de la humanidad, desde la prehistoria hasta el apocalipsis, estructurada según el modelo de un mito cosmogónico.

                                                                                                                              Para muchos colombianos la palabra Macondo tiene resonancias y significaciones profundas. Es, como la obra de García Márquez, algo que sentimos que nos pertenece, familiar y entrañable. Macondo es, al fin y al cabo, el espejo de feria donde nos vemos reflejados como sociedad, con nuestras virtudes y defectos hiperbolizados por la desmesura propia de lo real maravilloso. No obstante, no hay, no puede haber una sola idea de Macondo. Una cosa será para el habitante de la región Caribe, que se reconoce en la idiosincrasia de los personajes, otra para el cachaco que sonríe frente a la caracterización que de él hace García Márquez, y otra más para el lector suizo, o ruso, o sudafricano que no ha pisado el trópico; y jamás será lo mismo para el viejo lector que reconoce en Macondo elementos de un mundo que desaparece, que para el adolescente de hoy, que tal vez no ha oído hablar nunca del telégrafo o del coronel Carlos Cortés Vargas y la matanza de las bananeras.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Por eso mismo, y porque las imágenes literarias se acaban siempre de construir en la mente de los lectores, lo primero que decidimos como comité curatorial —apoyados por un riguroso equipo de profesionales de la Cámara del Libro, Idartes y el Ministerio de Cultura— fue rehuir la tentación de proponer una visión unívoca de Macondo o de reducir ese país de ficción a un mero inventario sacado de sus propias páginas. Valiéndonos entonces de los textos mismos, propusimos al talentoso grupo de artistas encargado del diseño del pabellón recrear a Macondo desde un borde que permitiera conjugar las realidades más ineludibles de la ficción garciamarquiana con otras más abiertas y sugerentes. Esas realidades ineludibles están casi todas atadas a un devenir histórico que el mismo García Márquez plantea. El visitante de la feria se encontrará, pues, con alusiones a una edad mítica, signada por la conciencia del aislamiento y la añoranza de la civilización de donde llegaron a Macondo los grandes inventos; a una edad épica, caracterizada por el cíclico retoñar de las guerras civiles; a la época de la bonanza, al espejismo del dinero y a la invasión arrasadora de una potencia extranjera; y a un mundo decadente y nostálgico cuyos signos primordiales son un diluvio y un niño con cola de cerdo. Una visión involutiva de nuestra historia que termina en Cien años de soledad con una fase lapidaria: la que asegura que “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.

                                                                                                                              Antes de García Márquez nuestro mundo era tan reciente que las cosas carecían de nombre y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo. Ahora, gracias a la empresa laboriosa de este Adán de Aracataca, disponemos de un universo poblado por la palabra que interpreta su historia, con sus bondades y miserias, y sin las mentiras deliberadas de los historiadores oficiales. Quizá ellas nos ayuden, no sólo a curarnos de la peste del olvido, de la “idiotez sin pasado” que ha impedido la solidaridad y el sentido de pertenencia a la comunidad colombiana, sino también a acceder a la posibilidad de transformar esa deplorable realidad para que las estirpes condenadas a la soledad desaparezcan definitivamente de la faz de la tierra.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              *Escritora que hace parte del comité curatorial de Macondo, invitado de honor a la Feria del Libro, junto a Jaime Abello Banfi y Ariel Castillo Mier, expertos en la obra del nobel.

                                                                                                                              Por Piedad Bonnett

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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