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A pesar de todo, Mafalda convirtió en príncipe a Quino, su creador. La relación entre el personaje y su gestor siempre se ha debatido entre el cuidado y el hastío. Así ha sido desde que le dio vida en un papel blanco en 1964. La fecha de caducidad del vínculo disfuncional ha superado la misma voluntad de Joaquín Salvador Lavado de dejar de dibujarla y emprender otro tipo de proyectos a partir del trazo y los colores.
La saturación del padre con la hija ocasionó, por ejemplo, un inmenso malestar en el dibujante argentino cuando le preguntaron por la opinión de Mafalda sobre la situación del mundo actual. Quino, sin tratar de disimular su disgusto, respondió que no tenía ni idea y que estaba cansado de escuchar la misma pregunta en todos los acentos que alcanzan a cobijarse en el inmenso paraguas del idioma castellano.
El hecho sucedió en la Feria del Libro de Bogotá, un evento realizado durante el mes de abril de 1994. En ese entonces, las figuras principales fueron Joaquín Salvador Lavado, Roberto Fontanarrosa (1944-2007) y Fernando Sendra, tres de los humoristas gráficos más importantes de Argentina. Estaban reunidos en el Gran Salón de Corferias, en una especie de rueda de prensa, que después de las preguntas (incluida aquella que permeó el buen humor de Quino) se transformó en un desfile de seguidores con libros y revistas a la espera de lograr un autógrafo inmortal.
Pero así como se le notaba el malestar por la mafaldamanía generalizada, que reducía su trabajo de décadas a lo hecho solamente en diez años, también dejaba escapar frases hermosas, sentidas y sorprendentes hacia el personaje. En 2009, durante la inauguración de la estatua de la niña ubicada en el barrio San Telmo, en Buenos Aires, y después de sentarse junto a ella y dejarse fotografiar, al caer la tarde, manifestó: “Me impresiona dejarla ahí tan solita”. Lo dijo con cariño y con el ánimo de proteger a la que el público considera la máxima creación de Quino.
“Joaquín Salvador Lavado dibujó toda la serie de Mafalda (más de 1.900 tiras) en el edificio situado en el número 371 de la calle Chile. No es coincidencia entonces que, en esas viñetas en que la niña se sienta a mirar hacia la calle, el portón que aparece tenga el mismo número. Quino puso a Mafalda a vivir en su propia casa, en un acto que tenía que ver menos con el cariño que con el pragmatismo: como tenía que entregar todos los días un dibujo, casi no salía de su apartamento. Los modelos más cercanos para dibujar puertas, ventanas, fachadas, tejados, calles y esquinas eran los que estaban ahí, en el barrio San Telmo. Dicen que el Almacén Don Manolo existió realmente, a una cuadra de la casa de Quino, pero ya en ese asunto hay mucha más leyenda que certeza”, relató el periodista y escritor colombiano Juan Carlos Garay, quien asistió al primer destape público de la estatua en honor al personaje.
En una entrevista que concedió Quino al comunicador argentino Rodolfo Braceli en 1987, el dibujante confesó: “Me levantaba a las ocho. A las nueve y cuarto me ponía a pensar la idea. Me daba tiempo hasta las cinco de la tarde. De las cinco de la tarde a las nueve de la noche hacía el dibujo. Así por semanas, por años”.
Con ese ritmo de trabajo, la vida de Quino y la de Mafalda se entremezclaron y casi se convirtieron en lo mismo. Por eso no es de extrañar que el sentimiento del creador por su invención sea tan variable. De repente, Quino ya no sólo les daba su apartamento a Mafalda y sus papás, sino que también estaba obligado a obsequiarles su tiempo. No es casualidad que el día de la semana y el mes del año en que vivían estos personajes se correspondía con el de la verdadera Buenos Aires. Por eso hay viñetas (llamadas también tiras cómicas) que hacen referencia a la llegada de la primavera, a la prolongación del verano y a la felicidad por la aproximación de la temporada de vacaciones.
“El día más terrible fue uno en que las horas pasaban y yo en blanco, completamente en blanco. Entonces fue cuando decidí que Mafalda iba a tener un hermanito (Guille). Al poco tiempo cerró el diario donde publicaba la tira... y entonces me evité la internación de la mamá de Mafalda, la clínica y todas esas cosas”, le contó Quino a Braceli durante su charla.
Mafalda acaba de cumplir 50 años de existencia. Tiene un monumento en su honor, un homenaje que antes estaba destinado casi en exclusiva a próceres de la independencia en las distintas naciones, a presidentes y a militares. Además de eso ha hecho famoso a San Telmo, que más que el barrio de Quino se conoce como el sector en el que nació y creció una de las más importantes contradictoras universales de la sopa en todas sus formas.
A los logros del personaje ahora es necesario sumar el hecho de haber impulsado a Joaquín Salvador Lavado a obtener el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. El acta del jurado, que se conoció ayer desde el norte de España, destaca “cómo esa niña de melena corta y negra, vestida con trajes de lunares, percibe la complejidad del mundo desde la sencillez de los ojos infantiles y cómo sueña con cambiarlo por otro más digno, justo y respetuoso con los derechos humanos”.
La candidatura de Quino, que había sido propuesta por el catedrático Rafael Puyol, se impuso en las últimas votaciones del jurado sobre el periodista mexicano Jacobo Zabludovsky, el filósofo Emilio Lledó, la periodista Caddy Adzuba y el biólogo español Francisco José Ayala.
“Al cumplirse el 50º aniversario del nacimiento de Mafalda, los lúcidos mensajes de Quino siguen vigentes por haber combinado con sabiduría la simplicidad en el trazo del dibujo con la profundidad de su pensamiento. Enorme valor educativo de su obra y de unos personajes que trascienden cualquier geografía, edad y condición social”, se puede leer en el acta del jurado del Premio Príncipe de Asturias.
Quino le adeuda ahora a Mafalda su nombramiento como príncipe y, seguro, los reconocimientos no pararán porque ahí está pintada esa niña.
jpiedrahita@elespectador.com