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El miércoles de esta semana fue asesinado el presidente haitiano, Jovenel Moïse, en su residencia privada. Su asesinato ha sido considerado un magnicidio en tanto que el término hace referencia al asesinato violento de una persona de importancia social o política, como el caso de un presidente.
Detrás del acto magnicida, suele haber motivos ideológicos o políticos que resultan en crisis políticas o en el colpaso de estructuras gubernamentales o sociales.
Esta figura ha sido una de las más penalizadas a lo largo de la historia, desde la Antigüedad y la Edad Media en Europa. Actualmente algunos Estados limitan la definición del magnicidio con relación al asesinato del Jefe de Estado, otros al de los presidentes del Parlamento o el Congreso y, en el caso de las Monarquías, cubre a la familia completa.
En algunos casos, el magnicidio se relaciona con el homicidio agravado: por ejemplo, este delito en Colombia tiene una pena mínima de 23 años y máxima de cuarenta.
Desde el asesinato de Abraham Lincoln (1865), de John F. Kennedy (1963), del presidente ecuatoriano Gabriel García Moreno (1875), del presidente del gobierno español Luis Carrero Blanco (1973) o del vicepresidente paraguayo Luis María Argaña (1999), hasta el asesinato de líderes como Jorge Eliécer Gaitán (1948), Mahatma Gandhi (1948) o Martin Luther King (1968) han sido considerado magnicidios.
Diferentes ramas de los estudios penales e internacionalistas contemporáneos vinculan los magnicidios con la noción de terrorismo y sus consecuencias sobre las masas. Otros estudios analizan los magnicidios como productos urbanos, es decir, como resultantes de las dinámicas y las fuerzas sociales de un Estado.
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