Fischer es autor de la biografía Gandhi, Plaza & Janés, 1982, Barcelona, 364 pp., edición de la que cito (1). Tal cosa quizás tenga que ver con la magnitud de la empresa que asumió este ser humano menudo, enjuto, casi famélico: intentar darle la libertad a la India frente a la invasión imperialista británica. Ejemplo involuntario de hombre débil, en realidad fuerte si se piensa en Nietzsche y ejemplo equívoco de fracaso: no fracasa quien, como Malcolm X o MLK o el Che, da la vida por su pueblo, quien ha luchado por erradicar la injusticia, el racismo, la intolerancia. Igual que MLK o Malcolm X, no murió en vano pues ayudó a liberar a un pueblo sometido.
Este ensayo trata otros asuntos clave dentro de su experiencia con la verdad: su matrimonio, siendo un adolescente; víctima del deseo carnal, o sea, de sus pasiones, primero, y luego casi dominador de ellas; su aventura durante tres años para estudiar derecho en la capital de los verdugos del pueblo indio; su papel en la transición del colonialismo a la libertad de su país; su experiencia traumática con la Masacre de Amritsar; su concepción del principio de soberanía; su recurso a la religión, con fines políticos, pese a que al comienzo no tenía “una fe viva en Rama”; su aproximación al hinduismo y al jainismo; su lucha sin cuartel contra el sistema de castas; sus deudas reconocidas o más cercanas influencias y su consideración acerca de la resistencia pasiva: por contraste, más bien activa y provocadora; la desobediencia civil y la satyagraha, términos que lo seguirán hasta la tumba; su campaña por la independencia de India frente a Inglaterra hasta morir.
Nació en Porbandar (2/oct/1869), también llamado Sudamapuri, actual estado de Guyarat, que con casi 60.500.000 habs. en 2011 es el noveno estado más poblado y con casi 200.000 km2 es el sexto más extenso de la Rep. de India. Hijo de Kaba Gandhi, miembro de la corte de Rajasthanik, ya desaparecida, pero en aquel tiempo un organismo muy influyente para resolver las disputas entre los jefes y sus compañeros de clan; también, primer ministro de Rajkot y luego en Vankaner; aunque estuvo casado cuatro veces, sus tres primeras esposas murieron sucesivamente; tuvo dos hijas del primero y segundo matrimonios; con su cuarta y última esposa, Putlibai, mujer inteligente y muy piadosa, tuvo una hija y tres hijos, el menor de los cuales fue Gandhi, niño de intelecto perezoso y memoria escasa, de acuerdo con su Autobiografía, y más tarde “un estudiante mediocre” y un fugaz intérprete de armónica, que se debatía entre timidez/soledad, lo que generó una intensa vida interior.
“Tengo el doloroso deber de registrar en estas páginas [dice en su Autobiografía] mi casamiento a la edad de trece años”. Ya antes había consignado: “Aun cuando hubiera deseado no escribir este capítulo [Casamiento infantil], sé que debo tragar muchas amargas heces en el curso de esta narración”. A los siete años, ya había sido desposado por tercera vez: “Pero no me acuerdo de que me lo hayan notificado”. A propósito de lo cual escribió: “No creo que para mí significase otra cosa que la perspectiva de llevar unas hermosas ropas, procesiones de bodas, redoble de tambores, ricos banquetes y una niña desconocida para compañera de juegos infantiles. El deseo carnal vino más tarde”, confiesa. Deseo carnal que se exacerbara con el correr de los años y que haría de Gandhi, al comienzo, una víctima más de las pasiones y, al final, un héroe en cuanto al dominio de ellas se refiere. Uno de sus secretarios y a la vez responsable de la traducción del gujarati al inglés de Una autobiografía o la historia de mi experimento con la verdad, Mahadev Desai, estaba hilando una noche. El ya citado biógrafo Fischer se le aproximó y le preguntó por la raíz de la pasión en Gandhi. Desai explicó: “Esta pasión es la sublimación de todas las pasiones que hereda la carne”. “¿El sexo?”, inquirió Fischer. “El sexo y la ira y la ambición personal. Gandhi se controla totalmente. Eso produce una gran energía y pasión”, concluyó Desai.
A los 18 años viajó a Londres para estudiar derecho, primero, en Inner Temple, adonde ingresó el 6/nov/1888 y, luego, en London University, donde se matriculó a mediados de jun/1890. Allí aprendió francés y latín, física, derecho romano y consuetudinario. El 12/jun/1891 regresó a la India e intentó ejercer como abogado en Bombay con escaso éxito. Dos años más tarde, una firma india con intereses en Suráfrica le envió como asesor legal a Durban. Allí, al sentirse tratado como inferior, pues con tiquete de primera fue mandado a tercera y al resistirse echado del tren, quedó horrorizado por la negación de libertades y derechos de los inmigrantes indios y, pronto, se involucró en la lucha por la defensa de esas mismas libertades y derechos de sus coterráneos. En Suráfrica estuvo entre 1893 y 1915.
Su veneración en la India encuentra pocos émulos en otros lugares de la tierra, por el papel que desempeñó en su país en el duro trámite del colonialismo a la libertad. Para desbancar al Imperio Británico decidió usar pocas armas: la resistencia pasiva, la no violencia, el no daño, el coraje, la verdad. Su conciencia política se exacerbó tras su viaje a Suráfrica. Se resistió a aceptar la discriminación, las leyes opresivas y xenófobas de ese país: v. gr., la que impartió un magistrado del tribunal supremo en El Cabo decretando que las bodas cristianas serían las únicas legales en Suráfrica, lo que invalidó las hindúes, musulmanes y parsis y transformó a las esposas indias en concubinas sin derechos civiles, en un ejemplo, y no cualquiera, de patriarcado y machismo. Primera vez que un gran número de mujeres se unió a la oposición, entre ellas Kasturbai, la casi analfabeta esposa de Gandhi. Volvió a India en 1915 y pronto se hizo líder del movimiento nacionalista. Cuatro años después, el 13/abr/1919, ocurrió la Matanza de Amritsar, norte indio, en la que los gurkhas (del sánscrito goraksa, vaquero, miembro de una casta militar hindú-tibetano-mongol de Nepal) asesinaron a cientos de civiles e hirieron a más de mil. Tras la negativa de los indios a pagar tan altos impuestos sobre la sal y para restaurar el orden se enviaron tropas desde Jullundur al mando del Brig. Gral. Reginald Dyer. Las fuerzas represivas se enfrentaron a unos 20.000 manifestantes inermes, reunidos en la plaza pública cerrada Jallianwalla Bag. Disponiendo a 50 soldados en la única salida, Dyer les ordenó abrir fuego sin advertir a la multitud. Durante más de diez minutos dispararon 1.650 cartuchos: cerca de 379 personas, entre ancianos, mujeres y niños, fueron asesinados y más de 1.200 heridos, según la historia oficial. El filme Gandhi (1982), de Richard Attenborough, habla de más de 1.500 víctimas.
La Matanza de Amritsar infundió en la opinión pública india un fuerte sentimiento revolucionario de no cooperación; además, destruyó la confianza en el gobierno británico. Y, en sentido positivo, contribuyó a arraigar en el espíritu indio el principio de soberanía, heredado por Gandhi del polímata y, todo hay que decirlo, misógino Rousseau, quien decía: “A las mujeres, en general, ni les gusta ni aprecian el arte y no tienen ningún talento”, nada digno de imitar (2); que en su más célebre obra dice “el hombre nace libre, pero en todas partes está encadenado”, algo razonable, y que en su Emilio o de la educación sostiene: “El hombre es bueno por naturaleza”, lo que ya complica las cosas pues si a la vez el hombre es lenguaje antes de ser bueno, entonces el hombre actuará según haga un uso adecuado de su lenguaje y de su capacidad de actuar bien o mal. Recuérdese aquí al neurofisiólogo Rodolfo Llinás: “El bien y el mal son pendejadas nuestras. El hombre hace lo que hace por conveniencia”. (3) Igual ocurre con el lenguaje: depende del uso que el hombre haga de él, como lo previó ese ilustre esclavo de Xanthus, el gran fabulista griego llamado Esopo. (4)
No se olvide, por otro lado, que para el autor de El contrato social el fundamento de organización civil radica en la Soberanía. Si bien otras doctrinas habían hablado ya de contrato o pacto, para justificar el ordenamiento social, ninguna hasta entonces había establecido con suficiente energía que el principio de soberanía debe residir en el pueblo de modo permanente si se pretende hablar de democracia. Para Rousseau, a diferencia de otros autores, la comunidad no abandona su poder auto decisorio por el hecho de darse una forma cualquiera de gobierno, ni siquiera permaneciendo bajo su férula durante espacios seculares. La soberanía es una potencia intransferible, por lo tanto cualquier revolución o cambio de sistema no es sino una forma de restitución del poder o, si se prefiere, de actualización, en manos de su gestora, la masa societaria. Ideas, estas, que irían a alimentar las de Henry D. Thoreau, luego las de Mahatma Gandhi, más tarde las de Martin L. King.
En 1920, Gandhi se pone al frente del Congress Party y lo convierte en sinónimo de movimiento de liberación. Cree como verdadera la India de los pueblos y adopta su forma de vida, su alimentación, a veces se le fue la mano, y su vestido. Advierte que para unir a un subcontinente tendrá que recurrir a la religión, él que al comer carne se rebela contra ella, que no tiene “una fe viva en Rama”, hoy el dios más popular de India (un avatar o descenso divino, de Visnú, que nació para librarla del yugo del demonio Rávana) y que más bien se ha inclinado “un poco al ateísmo”: entonces, incorpora a su política el mensaje de paz y no violencia del hinduismo, en concreto de una de sus sectas, el jainismo. Religión practicada en Guyarat y en Rajasthan, así como en las grandes urbes de la India peninsular. Se asemeja mucho al budismo, su dura competencia en India. Fue fundado por Vardhamana Jnatiputra o Nataputta Mahavira entre 599 y 527 a.n.e, contemporáneo de Buda y conocido como Jina, conquistador espiritual. Como los budistas, los jainíes rechazan el origen divino, la autoridad de los Veda y veneran a algunos santos, antiguos predicadores de la doctrina jainí, que llaman tirthankaras, profetas y fundadores del camino, almas algunas vez esclavas, ahora liberadas, perfectas y que con su tesón han logrado la bienaventuranza. Ofrecen la salvación del océano, hecho de puras apariencias; la de la existencia; la de los ciclos de reencarnaciones. Se cree que Mahavira fue el tirthankara vigésimo cuarto. Los jainíes, al igual que los fieles del brahmanismo, su secta emparentada, admiten en la práctica la existencia de las castas como institución, practican un grupo de 16 ritos esenciales, samskaras o samsaras (5), agrupación hecha para las primeras tres Varna o castas de hindúes y también reconocen algunas deidades menores del panteón hindú.
Hay diferencias respecto a las obligaciones religiosas entre la orden monástica, cuyos miembros son los yatis, y los laicos o sravakas. Los yatis deben guardar cinco votos (panca-mahavrata): no infligir daño (ahimsa); sinceridad (satya); no robar (asteya); abstinencia sexual (brahmacharya); y negarse a aceptar regalos innecesarios (apatigraha). Siguiendo con su doctrina de la no violencia, los jainíes la extrapolan a la vida animal, hasta situaciones extremas: los miembros de la secta del yati del Svetambara, llevan un trapo en la boca para prevenir la entrada de insectos, y un cepillo para limpiar el lugar donde van a sentarse, evitando aplastar al ser vivo que pudiera haber allí. La observancia de la práctica de la no violencia en ellos, fue una de las más fuertes influencias que recibió Gandhi en su filosofía. El sravaka secular, además de observar los trabajos religiosos y morales, se compromete a venerar a los santos y a sus hermanos más piadosos, los yatis.
Al mensaje de paz y no violencia, añadió un toque de reforma social con su campaña contra el sistema de castas, intocables, para la gente una peste ambulante: para él harijans o hijos de Rama. Su uso de símbolos religiosos del hinduismo causó la marginación del país a los musulmanes e India se independizó dividida en dos países. Los fundamentalistas hindúes (brahmanes) lo culparon de esa división. Mientras Gandhi se alegraba de que hindúes y musulmanes experimentaran “una reunión de corazones”, a la pregunta de si al orar cada hindú y cada Sikh llevarían “por lo menos a un musulmán” como evidencia concreta de fraternidad, el radical V. Godse y sus colegas de conjura se oponían quejándose: “¿Por qué debían asistir los musulmanes a las plegarias hindúes? ¿Por qué un Mahatma hindú habría de leer el Corán?” Uno y otros pensaban que si pudieran librarse de él, los musulmanes quedarían indefensos y así los hindúes podrían atacar a Pakistán y reunificar a la India.
Resistencia pasiva bajo la égida de Tólstoi
Gandhi permaneció en Suráfrica 21 años y estuvo preso múltiples veces. En 1896, tras ser atacado y apaleado por surafricanos blancos, comenzó a propagar la política de resistencia pasiva y de no cooperación con las autoridades. Parte de la inspiración de esta política la encontró en Liev Tólstoi, cuya influencia en él fue profunda y quien creía que la historia es el resultado de motivaciones anónimas y de eventos personales, en lugar de los grandes eventos públicos promovidos por líderes nacionales. También reconoció la deuda que tenía con el escritor Henry D. Thoreau, especialmente por su ensayo De la desobediencia civil (1849), que luego alimentará a MLK. No obstante, Gandhi consideró los términos resistencia pasiva y desobediencia civil inadecuados para sus objetivos y acuñó otra voz activa: satyagraha, unión de verdad y firmeza, para él un abrazo de la verdad o un voto por ella. Durante la guerra Bóer, organizó un cuerpo de ambulancias para el Ejército inglés y dirigió una sección de la Cruz Roja. Acabada la guerra, retomó su campaña en favor de los derechos de los indios residentes en Suráfrica y promovió la cultura (6). Así, en 1910 fundó la Granja Tólstoi, cerca de Durban, colonia cooperativa para población india, en la que se impartía educación literaria y espiritual. En 1914, el gobierno surafricano hizo importantes concesiones a sus demandas, incluido el reconocimiento de los matrimonios y la exención de impuestos municipales. Dando por finalizada su misión en ese país, retornó a la India.
Campaña por la independencia
Gandhi se convirtió pronto en el máximo exponente de la lucha por el autogobierno de la India. Tras la I GM, en la que jugó un destacado papel humanitario, inició su movimiento de resistencia pasiva, invocando la Satyagraha contra Gran Bretaña. Cuando el Parlamento Inglés, en respuesta al aumento de la actividad nacionalista, aprobó en 1919 las leyes Rowlatt, que daban a las autoridades coloniales inglesas poderes de emergencia para hacer frente a las “actividades subversivas”, el Satyagraha se extendió por toda India, ganando millones de adeptos. Tales Leyes suspendían derechos civiles y establecían la ley marcial en áreas en las que se produjeran tumultos y motines. Como reacción a ellas, se precipitó una ola de violencia y desórdenes en muchas ciudades indias. La protesta tuvo ribetes de insurrección aquel 13/abr/1919, proclamado por Gandhi día de luto nacional. En el Punjab, una muchedumbre inerme fue masacrada por las tropas, mientras efectuaba una protesta pacífica contra la aplicación de dicha legislación, la que acabó en la Matanza de Amritsar.
En 1920, al no lograr del gobierno inglés reforma alguna, Gandhi organizó una campaña de no cooperación. Los indios que ocupaban cargos públicos dimitieron, los organismos gubernamentales, los tribunales de justicia fueron boicoteados y los niños abandonaron las escuelas públicas. Por toda India las calles fueron bloqueadas mediante Sit-ins, o sentadas, de ciudadanos que se negaban a levantarse incluso a pesar de ser golpeados por la policía. Al ser arrestado, las autoridades se vieron forzadas a dejarlo en libertad. La independencia económica de India fue el punto culminante del movimiento Swaraj, autogobierno, de Gandhi, que implicaba un boicoteo completo a los productos ingleses y que empezó por el vestuario. Los aspectos económicos del mismo eran significativos: la explotación de los campesinos por los industriales ingleses había originado una extrema pobreza y la virtual destrucción de la industria india. Para solucionar esto Gandhi propuso potenciar las artesanías, lo que supone involución, no evolución. Paradójicamente, el hecho terminó redundando en beneficio del movimiento, dado el desprecio del imperio por la medida. Así, como símbolo del retorno a la sencilla vida campesina que predicaba, comenzó a usar una rueca y el hilado manual como emblema del renacimiento de las industrias autóctonas.
Gandhi se volvió símbolo internacional de una India libre; llevaba la vida espiritual/ética/ascética de un predicador, con ayuno y meditación. La unión con Kasturbai, con quien se casó de 13 años, llegó a ser la de un hermano y una hermana. Rehusaba toda posesión terrenal, vestía con mantón y taparrabos y comía vegetales, jugos y leche de cabra o frutas y nueces. Venerado como santo, por iniciativa de Tagore fue Mahatma, título reservado a los más grandes sabios, que se le siguió dando y del que, por contraste, nunca se sintió orgulloso ni halagado. En su Autobiografía advierte que: “Simplemente, quiero relatar la historia de mis numerosos experimentos con la verdad” y que “Mis experimentos en el campo político son hoy conocidos no solo en India, sino también y en cierta medida en el mundo civilizado. Lo cual no tiene gran valor y el título de Mahatma que me dieron por ese motivo, vale para mí menos todavía. Con frecuencia, me ha causado pesar y no logro acordarme de un solo instante en que haya servido para halagar mi vanidad”.
La defensa que hizo de la ahimsa (que no debe ser tomada como no violencia sino no daño, no matar a ningún ser vivo) era, sostuvo, la expresión de una forma de vida implícita en el hinduismo. Creía que mediante su práctica, Gran Bretaña llegaría a considerar la inutilidad de la opresión y dejaría su país. Pero, esto no ocurrió: el error inglés estuvo en subestimar la lucha india liderada por Gandhi; en otras palabras, sobreestimó su actitud imperial, en especial por medio de Churchill. No hay que olvidar que Gandhi era pacifista: en gran parte, porque no le quedaba otra alternativa. Es decir, India no era guerrerista, simplemente, porque no tenía armas, así que no había otro camino: de lo contrario… El gobierno inglés, por su parte, no se proponía concederle a India la libertad, la independencia ni la condición de dominio y ni siquiera más derechos. Churchill, entonces primer ministro, se atenía a su frase del 10/nov/1942: “No me he convertido en primer ministro para presidir la liquidación del imperio británico”. Ya en 1935, había dicho: “Hay que habérselas con el gandhismo y todo lo que significa y, finalmente, destruirlo”. La soberbia de Churchill, la del poderoso frente al débil, síndrome de todo imperio, se evidenciaba, como deja constancia el biógrafo Fischer: “Por primera vez desde 1935, Churchill había llegado a ejercer el poder, el poder supremo, en Inglaterra y decidió aplastar al gandhismo para salvar a su Inglaterra”. Pero, como dice Fischer: “Cuando los indios se dejaron golpear con cachiporras y culatas de fusiles y no se acobardaron, demostraron a Inglaterra que era impotente y que India era invencible. El resto era, simplemente, cuestión de tiempo”. (1982: 150) En efecto, el proceso duró doce años, al cabo de los cuales la independencia llegó para los ninguneados.
Marcha por la desobediencia fiscal
En los comienzos de su gestión, la influencia política y espiritual era tal que los ingleses no se atrevieron a atacarlo. El 1921, el Partido del Congreso, a la cabeza del movimiento independentista, le otorgó plena autoridad ejecutiva, incluso la de designar a su propio sucesor. El pueblo indio no entendió a cabalidad la ahimsa. Estallaron revueltas armadas contra Gran Bretaña, las que culminaron en tanta violencia que Gandhi confesó el fracaso de su campaña de desobediencia civil, a la que puso fin. Sumiso a la obviedad, el imperio lo detuvo de nuevo y encarceló en 1922. Tras ser liberado en 1924, se retiró de la política activa y se dedicó a propagar la unidad comunal. Pronto reinició la lucha por la independencia. En 1930, proclamó una nueva campaña de desobediencia civil, convocando a la población a negarse a pagar impuestos, para Thoreau desobediencia fiscal, en particular respecto a la sal, sobre la que el gobierno inglés ejercía un severo monopolio e imponía altos impuestos. Se llevó a cabo la Marcha de la Sal hasta el mar, en la que miles de indios lo siguieron desde Ahmadabad hasta el golfo de Khambt, en el mar Arábigo, donde obtuvieron sal evaporando agua marina. Dicha Marcha demostró que Inglaterra no podía con India mientras Gandhi estuviera por ahí. Una vez más, fue preso y puesto en libertad en 1931. Detuvo la campaña después de que los ingleses cedieron ante sus exigencias. Ese año, invitado por Lord Irvin, representó al Partido del Congreso en una reunión en Londres.
Arqueología de los intocables y del racismo
En 1932 Gandhi reincidió en la desobediencia civil contra las autoridades imperiales. Arrestado dos veces, ayunó durante largos lapsos en diversas ocasiones. En septiembre, mientras estaba preso, llevó a cabo un ayuno hasta la muerte (que también practicó MLK) para mejorar la situación de los intocables. Al propiciar que éstos fueran excluidos del electorado indio, los británicos estaban para Gandhi cometiendo un atropello, una injusticia. Aunque era miembro de la casta Vaisya, que comprende mercaderes (Gandhi significa abacero, que vende comestibles), campesinos y granjeros (aunque en el Ramayana, vaisya es campesino, no mercader), él mismo se consideraba el gran líder del movimiento indio que tenía como finalidad erradicar la injusticia social y económica del sistema de castas, dentro del cual en India originalmente no hubo más que cuatro: brahmanes o sacerdotes, la más alta y pura; chatrias o guerreros y gobernantes; vaisyas o mercaderes y campesinos o granjeros; y sudras o siervos y artesanos (clase obrera). Nada era más aborrecible para Gandhi que el espantoso sistema de los intocables: “La úlcera gangrenosa que devoraba las vísceras del hinduismo”. Para erradicarla tuvo que hurgar en raíces que tenían miles de años, cuyo origen estaba en la prehistórica invasión aria de la India y se gestó en el prejuicio de millones de personas. Los arios, acaso procedentes del istmo caucásico, entre los mares Caspio y Negro, de Turkestán, o quizás de valles rusos más remotos como el Don y el Terek, hace seis o siete mil años comenzaron a descender hacia el sur: parte de la corriente migratoria se dirigió a India, en el tres o dos mil a.n.e.; otra fue a Irán y una tercera se encaminó a Europa. De ahí, explica Fischer, la familia de lenguas indoeuropeas. Hay un vínculo evidente entre el sánscrito de la India y muchas lenguas occidentales. (7) Los arios, que significa nobles, conquistaron de forma gradual el noroeste de India. Allí hallaron una civilización más antigua relacionada con Babilonia, Asiria y Egipto. En 1922, mientras examinaba las ruinas de un templo budista relativamente nuevo, de unos 1.700 años de antigüedad, en un lugar llamado Mohenjo-Daro, unos 250 kms. al norte de Karachi, un arqueólogo indio encontró debajo del templo huellas de una ciudad mucho más antigua.
Apartados sedimentos, arena y escombros, fue fundada 5.000 años a.n.e. y habitada seis siglos. Inundaciones o epidemias asolaron esa cultura india, la más antigua conocida. Los arios llevaron sus dioses y mercancías e imprimieron un nuevo sello al país; usaban caballos y carros, hachas de combate, arcos y jabalinas. En el Rig-Veda (conocimiento), cuatro colecciones de himnos litúrgicos, en total 1.028, escritos en la forma antigua del sánscrito, védico, con partes poéticas separadas y fórmulas ceremoniales, se describen escenas de la vida de aquéllos conquistadores indo/arios de 1300 a 1100 a.n.e.: antes de escritas, unos sabios llamados Rishi las transmitieron de forma oral, para elaborarlas y transformarlas en el proceso. Es el libro más antiguo del mundo y revela el origen del sistema hindú de castas y de intocables: “Hasta donde puede afirmarse, los arios, a su llegada a la India, no estaban divididos en castas. Pero la conquista trajo consigo diferencias sociales. Aun cuando en el territorio sojuzgado apenas había bárbaros o negros, el Rig-veda habla despreciativamente de los habitantes, calificándolos de tez oscura, desnarigados y malignos. Y, además, lo bastante ignorantes como para no tratar de calmar a los dioses con el sacrificio de animales en piras. Los arios empleaban a aquéllos inferiores para labrar sus campos, cuidar del ganado, llevar a cabo el trueque de sus productos y forjar sus herramientas y ornamentos. Los mercaderes y granjeros constituían la Vaisya o tercera casta y los artesanos la Sudra o cuarta casta. El poder y la riqueza sembraron la discordia entre arios, por lo que nombraron a un rajá o rey para que gobernara los diversos distritos. Él, con sus artesanos, guerreros y familias, constituían la casta superior guerrera chatria, y tenían a su servicio los brahmanes que entonaban los himnos, escribían el veda, practicaban el ritual, creaban los mitos y procedían al sacrificio de animales. Sin embargo, era tal la ascendencia de la religión y de la inteligencia, que los brahmanes se convirtieron en la casta superior, ocupando el segundo rango los chatrias”. (1982: 95)
Los arios, que llegaron a la India escasos de mujeres, se mezclaron en muchos casos, como es usual, con las de la población local. Aquella mezcla continuó incluso después de que los conquistadores penetraran en el sur de India, donde sometieron a los drávidas. Esas razas desarrollaron una interesante cultura propia, pero eran de tez oscura… y los arios, siempre preocupados por el color, siguieron elevando la barrera de las castas. Los drávidas llegaron a ser brahmanes, chatrias y vaisyas, pero un porcentaje más elevado que en el Norte se integró a los sudras y millones permanecieron fuera de toda casta. La invasión aria ahuyentó a muchos nativos hacia colinas y selva, donde vivieron cazando y pescando. Con el tiempo fueron acercándose con timidez a aldeas arias y sudras para vender sus artesanías. Ocasionalmente se les permitía instalarse de forma permanente alrededor de los poblados y ejercer el subempleo, como ocuparse de hombres y animales muertos, recoger las inmundicias y otras cosas: se habla de los intocables, a los que en inglés se les llamó Outcast, lo que en el argot fílmico sería fuera de casting y ya en serio desechados.
En la lengua tamil fueron designados con la palabra paraiyan, sin casta. Los portugueses, también imperialistas, los referían con el vocablo dravídico pariá, excluidos. En español, parias, indios que por haber sido expulsados de su casta o por no pertenecer a una de las cuatro o cinco mil comunidades del sistema de separación, estructura tan vieja como inflexible, ocupan el último peldaño de la escala social. Todo paria es panchama, intocable. Su contacto mancha; su presencia es indeseable; su vecindad se elude. Corre 1932. Los ingleses convocan elecciones separadas para los intocables, alegando que el sistema de castas es parte de la religión mayoritaria: señalan que los parias no pueden frecuentar las escuelas donde se educan indios de casta, hacer sacrificios en sus templos, acercárseles sin guardar distancia, tomar agua de sus fuentes públicas ni cubrirlos casualmente con la sombra. Si está prohibido comer con un panchama o aceptar de su mano un pan o una moneda, ¿qué ocurrirá si se obliga a puros a compartir con impuros la lista electoral y la urna de votación?, se cuestionaban los arios/superhombres ingleses. En épocas de globalización, un optimista diría que la vocación podría no responder a la casta: un brahmán puede ser taxista, un chatria, contador, un vaisya, primer ministro. Pero, en términos reales la cosa es a otro precio: en tiempos de Gandhi, peor. Para evitar la humillación, muchos intocables se convirtieron al cristianismo o al islamismo: la religión, como los ingleses o gringos, siempre dividiendo. Sin embargo, de 40 a 50 millones eligieron permanecer en el redil, aun cuando se les mantenía fuera de la empalizada.
“¿Por qué?”, pregunta Fischer: “Con el fin de perpetuar la casta, se ha envuelto en la fórmula sagrada del hado inmutable: se es brahmán, sudra o intocable como consecuencia de la propia conducta en una encarnación anterior. Nuestro mal comportamiento en la vida presente puede conducir, en la próxima, a una degradación de casta”. (1982: 95) (8) Tal perspectiva reconciliaba a los intocables religiosos con su mísera situación en tiempos de Gandhi. La explicación más sencilla de su actitud frente a aquéllos era que le repugnaba ese “boicot inhumano a seres humanos”. Tanto que: “Si se me demostrara que ello forma parte esencial del hinduismo, entonces, por mi parte, me declararía en franca rebeldía contra el propio hinduismo”. De aquí se deriva una lección: “Ningún hombre al que le preocupara más la popularidad que el principio hubiera hecho semejante declaración pública en un país arrolladora y conservadoramente hindú. Pero la hizo, en su calidad de hindú, en un esfuerzo, según afirmó, de purificar su religión. Consideraba la condición de intocables como una excrecencia, una perversión del hinduismo”. (1982: 99) Si esto no bastara, Gandhi le confió al misionero Ch. F. Andrews, 1927: “El problema de los intocables es aún más importante que el de la independencia”. Aquí estaba diciendo no solo una verdad de a puño sino poniendo en evidencia una de las causas mayores de su asesinato: el racismo. Exacerbado desde afuera con cizaña y lamentado desde adentro sin vergüenza.
Sobre racismo y otras plagas
El Art. I de la Convención Internacional sobre la eliminación de todas las formas de Discriminación Racial (1965) define al racismo: “Toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico que tenga por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio en condiciones de igualdad, de los DD HH y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida pública.” (9) Aquí la madeja se complica si se analiza lo dicho en el libro Diccionario de la tolerancia (10), de Collo y Sessi: “Pese a que los términos ‘raza’ y ‘racismo’ hayan tenido origen en épocas y lugares distintos, el primero en el Renacimiento en Italia [siglo XVI] y el segundo en Francia, en el siglo XIX, pese a que los estudiosos de sociología del racismo sugieren mantenerlos separados, es casi imposible disociar dos conceptos que desgraciadamente signaron la historia de la humanidad y remiten a aquellas teorías y prácticas que quieren justificar y realizar la supremacía de una raza sobre otras.” (2001: 215) ¿Por qué? Por cuanto en la segunda mitad del siglo XIX, científicos representantes del Imperialismo europeo (luego vendrá el gringo en el XX), encabezados por anatomistas y etnólogos, al iniciar el estudio de las razas basados en presuntas pruebas científicas, pusieron inconscientemente la piedra basal del racismo, sin tener en cuenta que, ya se dijo, no hay más raza que la humanidad y que, así, es imposible hablar de racismo: salvo como una imperiosa e imperialista necesidad de dividir a los pueblos, a la humanidad. Es decir, se habla de racismo a partir de una idea abstrusa: que hay razas (11). Esas pruebas científicas se derivan del racismo científico del francés Gobineau en su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853/55), obra inicial de la filosofía racista que tuvo gran influencia sobre Wagner, amigo de Gobineau, así como sobre Hitler y las ideas nazis. Dicho ensayo se relacionó absurda y perversamente con el superhombre de Nietzsche para ayudar a consolidar la frágil y sesgada idea de la raza llamada aria, nombre original de la ancestral y ya citada etnia del norte de India.
India independiente: Nehru sobrevive a Gandhi sin superarlo
En 1934, abandonó formalmente la política y fue sustituido como dirigente máximo del Congreso Nacional por Jawaharlal Nehru. Gandhi predicó por toda India la ahimsa y la defensa de los intocables. El aprecio que se le tenía era similar a su poder político. Tan grande era su autoridad ética/espiritual que el limitado autogobierno concedido por Gran Bretaña través del Government of India Act (1935) no pudo ser puesto en práctica hasta que Gandhi lo aprobó. En 1938, regresó a la vida pública debido a que aún estaba pendiente la federación de principados indios con el resto del país. Su primer acto fue una huelga de hambre para forzar al dirigente del estado de Rajkot a modificar su régimen autocrático. La conmoción que originó ese ayuno fue tan grande que tuvo que intervenir el gobierno colonial inglés; concedidas las demandas, Gandhi era otra vez la figura política cimera.
Al estallar la II GM, el Congreso Nacional Indio y Gandhi exigieron una declaración de intenciones respecto al conflicto y sus implicaciones respecto al país. Como reacción a la ingrata respuesta inglesa, el partido decidió no apoyar a Inglaterra a menos que se concediera a India total independencia. La autoridades imperiales se negaron a ello y ofrecieron compromisos que a su vez fueron rechazados. Cuando Japón entró en guerra, Gandhi aún rechazaba la participación de India en ella. Fue recluido en 1942 y liberado dos años más tarde por problemas de salud cuando la lucha por la liberación estaba en su última fase. El Imperio había aceptado concederla a condición de que los dos grupos nacionalistas rivales, la Liga Musulmana y el Congreso Nacional, resolvieran sus diferencias. Gandhi se opuso a la división de India, aunque al final la aprobó con la esperanza de que se alcanzara la paz interna una vez concedidas las demandas para la creación de un estado musulmán.
India y Pakistán se hicieron estados independientes una vez Gran Bretaña permitió hacerlo al primero en 1947. Durante las revueltas siguientes a la división, suplicó a musulmanes e indios por la convivencia pacífica. Los disturbios afectaron a una de las grandes urbes, Calcuta, y el Mahatma ayunó hasta que cesaron. El 13/ene/1948 inició otra huelga en Delhi para tratar de instaurar la paz. El 30/ene mientras se dirigía a su habitual rezo de la tarde, fue asesinado de tres balazos por V. N. Godse, de 35 años, editor/director de un semanario del Mahasabha hindú de Poona, jerarca brahmán y ultra nacionalista. Aquí no se presentó el típico demente del magnicidio. Quizás no era necesario: para la historia oficial, se trataba de un caso aislado de violencia. Además, aquí no falta la leyenda. Se cuenta que durante el juicio que lo llevó a la horca, “Godse dijo no haber odiado personalmente a Gandhi”: “— Antes de disparar, le hice una reverencia y le deseé lo mejor del mundo”. (1982: 328) En 2009 se divulgó su texto Por favor, Señoría, en inglés, del 8/nov/48 ante la Corte; buscando explicar por qué había matado a Gandhi, dijo: “No tengo ninguna mala voluntad con nadie individualmente, pero sí digo que [él] no tenía ningún respeto por el gobierno actual debido a su política, que era injustamente favorable a los musulmanes. Pero al mismo tiempo pude ver claramente que la política se debía totalmente a la presencia de Gandhi”. (12)
Su muerte fue una catástrofe internacional. La Asamblea General de la ONU declaró un periodo de luto y todos los países expresaron su dolor: “Donde está el cadáver allí se reúnen los buitres”, San Mateo, 24-28. En todo caso, el pensamiento de Gandhi inspiraría desde entonces movimientos pacifistas en todo el mundo, lo que de paso recuerda que, por contraste, “lo normal es la guerra”, como se dice en El primer hombre, de Camus: “— Siempre hay guerra —dijo Veillard—. Pero uno se acostumbra en seguida a la paz. Y termina por creer que es normal. No, lo normal es la guerra”. (13) Aun con su cuerpo casi famélico, terminó cobrando proporciones descomunales, como ineludible referente de lucha no violenta contra la injusticia evidente, siempre dilatada, casi nunca resuelta. Pero, ante todo, como símbolo de algo que los imperios no captan: aunque se la subestime la debilidad termina por vencer a la fuerza. Recuérdese el Tao de Lao Tsé: “Cuando el hombre nace, es débil y ágil; cuando el hombre muere, es fuerte y duro. La fuerza y la dureza son amigas de la muerte”. Quizás sea mejor así: que los amigos de la muerte, los doctores Cizaña, sigan haciéndose los locos, pensando que la dureza puede vencer a la… aparente debilidad.
“La sencillez meramente terrenal de Gandhi, desnuda de todas las apariencias o de la realidad del poder, subraya su autoridad […] Gandhi no tenía el poder de obligar, castigar o recompensar. Su poder era nulo: su autoridad, enorme”. Lo que sigue, podría hoy hacer reír a muchos; a mí, no. Esa enorme autoridad: “Provenía del amor. Viviendo con él, uno podía comprender por qué lo amaban: él amaba”, señala Fischer, como quien de contera alude a su sustancia, no a su apariencia. Y es que Gandhi, a diferencia de tanto político, era esencia, no facha. No se escudaba en las ínfulas impresionantes de los llamados grandes hombres; siempre, por lo contrario, fue consciente de una extrema humildad: la mansión histórica, la antesala de la espera, la puerta que debía abrirse, el poder de un cargo oficial, las atribuciones gratuitas del burócrata, son algunos de los aspectos a los que fue inmune, no le interesaban, no le quitaban el sueño. Le bastaba con su Satyagraha Ashram, primero en Kochrab y luego en Sabarmati, su residencia, su ermita, su comunidad, donde era él mismo.
Su honradez llegaba al punto de elaborar y expresar sus ideas en público; permitía a los demás observar su proceso mental creativo: no era el producto/propaganda que encarna la mayoría de políticos. Su lacerante franqueza, desesperada/tranquila sin paradojas búsqueda de la verdad, llegaba al extremo de que una vez acababa de comer, se sacaba su prótesis dental y la lavaba en público: eso es nuda veritas, como el cuadro de Klimt. En síntesis, la influencia sobre su pueblo deriva del autodominio sobre la pasión. Cuando en el lejano 1906 decidió asumir el brahmacharya o dominio del pensamiento sobre el cuerpo, no estaba haciendo más que dar un ejemplo al mundo y a sí mismo sobre la voluntad de poder para hacer evaporar el deseo. (14) Gandhi: “Cada día, a partir de la formulación del voto, fui convenciéndome más y más de que en el brahmacharya reside la protección del cuerpo, la mente y el alma. Porque el brahmacharya no fue para mí un proceso de dura penitencia, sino que gradualmente se fue transformando en motivo de alegría y consuelo. Cada día que pasaba se revelaba en ello una belleza más fresca que la del día anterior”. (1971: 208)
Antes que contra los poderosos, prestaba su fuerza a los débiles, lo que demuestra que el agua horada la roca o que el débil vence al poderoso: hecho patente con el ejemplo de lucha de aquél humano menudo/enjuto que, pretendiendo transformar a su pueblo, se enfrentó al carnívoro imperio inglés y le dio en su talón de Aquiles: poniendo en práctica la desobediencia fiscal que usara Thoreau, con una marcha hacia el mar, en busca de la sal de la vida, causa del aparente débil, siempre en contra de la muerte que encarna el supuesto fuerte. (15) En algo que no sabe qué tiene más, de inocencia o de veneno, Gandhi hizo notar que para alcanzar el nivel de civilización de Gran Bretaña, India tendría que saquear varios planetas (1995: 158): el problema es, con qué lo haría.
En 1942 Nehru sustituyó a Gandhi como máximo dirigente del Partido del Congreso. Cuatro años más tarde, cuando los británicos comenzaron a preparar su retirada, se invitó a Nehru a formar un gobierno interino en tránsito hacia la independencia. Así, en 1946, cuando se veía venir la partición en un estado hindú y otro musulmán y la creación de uno más, musulmán independiente, Pakistán, Gandhi dijo: “No he convencido a la India. Hay violencia a mi alrededor. Soy una bala gastada”. (1982: 232) Al final de su vida, había dicho tal cosa, como quien muestra la sensación de fracaso que asalta a grandes hombres. Así le pasó a Bolívar, a quien no lo mató la tisis, sino la ignorancia ulterior de su siembra; a Malcolm X, a quien aparte del FBI y el Dpto. de Estado, musulmanes como Louis Farrakhan, ayudaron a la represión gringa a eliminarlo; a MLK, a quien también le pareció haber arado en el viento. Pero no hay fracaso, no puede haberlo en quien con su ejemplo y sin buscarlo dio la mejor lección, al dejar una profunda huella de su sentido de humanidad. Además, antes de considerar a la obra de Gandhi y a él mismo un fracaso, cómo no recabar en la voz de Tarkovski: “El apasionamiento absolutamente personal, que es lo que hace a un genio, el estar poseído por una idea individual creadora condiciona no solo su grandeza, sino también su fracaso. Pero aquello que no queda englobado orgánicamente en la visión del mundo, ¿se puede denominar ‘fracaso’? El genio no es libre. Thomas Mann escribió una vez, más o menos, esto: Libre es solo lo impasible. Lo que tiene carácter no es libre, sino que está marcado por el propio sello, condicionado y preso…” (2005: 76)
A lo largo de 1947 Nehru intentó evitar la partición de India, pero no pudo impedir la fundación de Pakistán. Antes de obtener su independencia el 15/ago/1947 India comprendía los actuales estados libres de Pakistán; Bangladesh, Birmania (hoy Myanmar) y Ceilán (hoy Sri Lanka). Tras el abandono definitivo de los ingleses y el establecimiento en India de un autogobierno miembro de la Commonwealth (victoria final del movimiento Swaraj de Gandhi), Nehru fue elegido primer ministro. Continuó ocupando ese cargo, cuando la Constitución de 1950 estableció un régimen republicano/democrático/federal, hasta su muerte en Nueva Delhi, el 27/may/1964. Sobrevivió a Gandhi pero jamás lo pudo superar.
La dignidad de una bala
Aunque al final de su vida y al constatar cómo estaba India, haya dicho que era una bala gastada, hoy podría sostenerse que en su lucha contra el imperio inglés, fue una bala no tan gastada. ¿Podría ser caso de debilidad quien superó la pugna entre religiones para llegar a decir “soy cristiano e hindú y musulmán y judío”? ¿No es eso paradigma de tolerancia y dignidad? ¿Podría ser acaso ejemplo de vergüenza quien ya viejo era menos conservador, esto es, cuyo opuesto es lo usual entre los hombres? Recuérdese la maniquea frase de Churchill que parece de la Thatcher, y no por mujer sino por fascista: “Quien a los 20 años no es revolucionario, no tiene corazón; quien a los 40 sigue siéndolo, no tiene cerebro”. Pues bien, Gandhi, quien hacia 1920 y 30 abogaba por los regalos voluntarios de tierra de latifundistas a campesinos, una década después, aunque abandonó el método voluntario, adoptó una política más drástica: “Los campesinos debieran apoderarse de la tierra”, señaló cuando Fischer le preguntó cuál era su programa agrario para una India libre e insistió sobre si los terratenientes tendrían alguna compensación: “No. Sería imposible desde el punto de vista fiscal” (en Colombia sería posible desde la óptica del Fiscal), concluyó Gandhi, en un acto de elocuente consecuencia política y de denodado amor por su pueblo.
Aunque creía aún poder ganar la batalla junto a su pueblo, se dejaba arrastrar por la duda del fracaso, el que no le atañe, si además de Tarkovski, se recuerda lo que de Gandhi vivo escribió Tagore: “Acaso no logre el éxito. Acaso fracase como fracasó Buda y como fracasó Cristo en apartar al hombre de sus iniquidades. Pero siempre se le recordará como aquél que hizo de su vida una lección para todos los tiempos por venir”. (1982: 250). Sin embargo, aun así, seguía siendo el karma yogui que muchos años antes, tras leer el Gita, definió así: “Él no disfruta de los placeres sensuales y se mantiene ocupado con aquellas actividades que ennoblecen el alma. Esa es la vía de acción. Karma yoga es el medio que libra al alma de la esclavitud impuesta por el cuerpo y en él no hay cabida para la inmoderación”. (Íbid.: 28) En otras palabras, el hombre siempre activo, en movimiento, en pos de un objetivo concreto: la liberación de su país. La que obtuvo con las armas menos esperadas por el invasor, pero también con las menos usadas por los políticos: la verdad (“God is Truth”, reza su más célebre foto); la ahimsa, no daño a ningún ser viviente; la resistencia activa y provocadora, ya no pasiva; la desobediencia civil, incluida la fiscal; en fin, la debilidad que, a veces, vence a la fuerza: sí, a la fuerza, a la fuerza. Y se habla de debilidad aparente pues debe recordarse a Nietzsche: “Lo fuerte siempre se tiene que defender de lo débil”, un mentís a la versión contraria de la mayoría. Lo que es así si se nota que el débil, tan pronto se queda sin argumentos, deviene agresivo: necesita la máscara de la fuerza en su afán por no ser descubierto. El débil Imperio mantuvo al fuerte Gandhi en prisión, creyendo que así lo haría desistir de y en su empeño libertario e independentista.
El 11/ene/1908 Gandhi fue por primera vez a la cárcel y en 1944 salió de ella por última ocasión. En una intermedia, el 18/mar/1922, predicó “paz, no violencia, sufrimiento” pues era un convencido de la disensión, no de la adulación, como factor de cambio personal y lo alentaba: sus adversarios se quedaban tranquilos al saber que era capaz de retractarse incluso respecto a la más relevante cuestión, con el fin de conceder a la disyuntiva política un juicio justo. Su ejemplo, respecto al abuso inglés, demuestra lo que Xingjian advierte: “Se puede violar a un ser humano, con violencia física o violencia política, pero no se le puede poseer por completo”. De ahí la impotencia del Imperio frente a su debilidad. Gandhi podría decirle al invasor, en cabeza de Lord Mountbatten (16), lo que en El libro de un hombre solo aparece: “Se puede estrangular a un hombre, pero, sea cual sea su debilidad, no se puede estrangular su dignidad”. […] “La dignidad es la conciencia de la existencia, ahí se encuentra la fuerza individual de los hombres débiles”. (2003: 483/84) En esto el Imperio fue ciego frente a Gandhi: enemigo de los aliados de la muerte y amigo de todo lo que la vida, en tanto blanda y flexible, como su país, representa: “Los británicos jamás han logrado descifrar el palimpsesto que es la India. Se limitaron a leer la descripción que había en la superficie: La India era un país débil, sucio y atrasado. Con algunos hermosos monumentos, sin lugar a dudas, y ciertos cerebros superiores”. (1982: 113) Ese prejuicio no es solo inglés: se extendió hasta hoy, entre ciertas castas de corte mesiánico y nobelesco.
Su historia es muestra de cuánto puede lograr un hombre cuando se lo propone: muestra de que también un indio hubiera podido ser Nobel de Paz, si este premio se diera hoy a seres ajenos a la guerra y exentos de soberbia y vanidad; muestra de que al opresor no se le debe temer sino enfrentar porque, en últimas, no hay nada que haga temblar más al presunto poderoso, y que más le guste, que el valor desafiante del supuesto débil. Ser que cifra su fuerza en la dignidad, virtud en la que radica tanto su conciencia de la vida como su valor individual a la postre colectivo; también, que el opresor puede poseer el cuerpo del oprimido pero jamás ganar su conciencia, lo que Gandhi sabía. De ahí lo que el profesor Gilbert Murray (Oxford) escribió sobre quien combate la injusticia, sin motivos materiales y empeñado en hacer prevalecer el interés general sobre el particular: “Tened cuidado cuando tratéis con un hombre que no se interesa por los placeres sensuales, la comodidad, los elogios o el medro personal pues su única preocupación es hacer simplemente lo que estima justo. Él es un enemigo peligroso e incómodo porque su cuerpo, que podréis conquistar siempre, os dará muy pocos asideros para ganar su alma”. (1982: 80)
Es probable que ahí radique la verdadera tragedia de Gran Bretaña con respecto al personaje al que le negó la libertad de forma reiterada/sistemática; y a Godse, el radical que quizás no asesinó a Gandhi sino que, simplemente, se suicidó. Como el débil Imperio inglés, del que siempre tuvo que defenderse ese hombre menudo, enjuto, casi famélico y desdentado, apodado lo que era, un alma grande: Mahatma, por su conciencia, su voluntad de poder y, por encima de todo, su dignidad: la de una bala no tan gastada. Por lo contrario, el símbolo de una bala que, cada vez que se dé una injusticia, habrá necesidad de gastar.
A Valentina, practicante natural e inocente de la satyagraha.
A Santiago, avezado defensor de la ahimsa.
Y a Marthica, gandhiófila hasta la muerte, eso sí, sin ayunar.