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Malala: “Mi lucha seguirá hasta que todas las niñas vayan al colegio”

La activista por la educación estaba destinada a ser un agente de cambio. Su nombre está inspirado en Malalai de Maiwand, una luchadora legendaria de la libertad en Afganistán. Su voz es la plataforma de amplificación de la petición de más de 130 millones de niñas que no tienen acceso a la educación.

María José Noriega Ramírez

25 de septiembre de 2020 - 05:55 p. m.
Malala Yousafzai empezó su activismo por la educación de las niñas desde que tenía diez años. Para ella, la educación permite el empoderamiento de las mujeres.
Foto: AFP - PAUL ELLIS
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Hija del Valle de Swat, una tierra con grandes montañas y ríos alrededor, pero también un lugar azotado por la violencia y el dominio de los talibanes, Malala Yousafzai nació el 12 de julio de 1997, en el seno de una familia en la que la educación es el centro de todo. Su padre, Ziauddin Yousafzai, es profesor. Para la época en la que ella nació, él dirigía una escuela de niñas en su pueblo. De él heredó el gusto por el activismo, pues fue uno de los que protestó en nombre de la liberación de Swat, y la idea de que la educación es el camino para la emancipación. Hoy Malala tiene 23 años y lleva más de una década siendo una voz de defensa de la educación de las niñas en el mundo. En palabras suyas, “yo cuento mi historia no porque sea única sino porque es la historia de muchas otras niñas en el mundo”.

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Malala creció con sueños: ser mecánica, doctora o política, y la educación era el medio por el cual podía cumplir con ellos. Sin embargo, llegó un día en el que ella, como el resto de las niñas pakistaníes, no pudo volver al colegio. Los talibanes prohibieron la participación de mujeres en los escenarios políticos, económicos y sociales. “Cuando apenas tenía once años, le dije adiós a mis compañeras sin saber cuándo las volvería a ver”. En uno de los blogs que escribió para la BBC, en un intento por contarle al mundo qué estaba sucediendo, se lee: "Tuve un sueño terrible anoche en el que había helicópteros del Ejército y talibanes. Tengo esos sueños desde que se lanzó la operación militar en el Swat. Fui a la escuela con miedo porque el Talibán había emitido un edicto en el que prohíbe que las niñas vayamos a la escuela. (…). Mis tres amigas se fueron con sus familias a Peshawar, Lahore y Rawalpindi después del edicto. (…) Mientras iba a la escuela escuché a un hombre decir: “Te voy a matar”. Apuré el paso y cuando miré hacia atrás el hombre venía detrás de mí. Pero, para mi gran alivio, él estaba hablando por teléfono, así que debía estar amenazando a alguna otra persona".

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Para Malala, los libros y el cuaderno del colegio eran lo más preciado que tenía. Cuando su familia tuvo que salir de Swat, luego de la toma de los talibanes, aquello era lo que más extrañaba. En su exilio, decía: “Estoy aburrida porque no tengo libros que leer. Yo quiero ir a mi Swat”. Y entre lágrimas se le escuchaba: “Yo quiero tener educación, quiero ser doctora”. Pero pronto ese sueño cambió. La medicina dejó de ser su aspiración y la política se convirtió en su foco de atención. “Ahora tengo un nuevo sueño. Ahora pienso que debo ser política para salvar a este país. Cambié mi sueño porque hay muchas crisis que quiero eliminar”, así le dijo al New York Times, otra de las plataformas que utilizó para denunciar la situación en la que vivía.

Bajo esta convicción, Malala se convirtió en una activista por la educación de las niñas, en especial por la educación secundaria, cuando tenía solo diez años y buscaba defender su derecho. Su lucha le costó ser víctima de un ataque por parte de los talibanes. “En 2012, mientras iba de camino a casa luego del colegio, un hombre armado se subió al bus, preguntó quién es Malala y me disparó. Luego de varias cirugías y de un tiempo de recuperación, tenía dos opciones: podía vivir una vida tranquila y silenciosa, o podía sacar provecho de esta nueva vida que tengo. Decidí continuar con mi lucha hasta que todas las niñas puedan ir al colegio”. Ahora, con 23 años y graduada de Oxford en filosofía, política y economía, admite que su lucha sigue en pie, pues cuando era una niña a ella le hubiera gustado tener a alguien que la representara y respaldara en nombre de sus derechos. Hoy ella es la voz de más de 130 millones de niñas que no tienen acceso a la educación.

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Martin Luther King y Nelson Mandela, por haber luchado en nombre de la igualdad y en contra del racismo, son dos personajes que admira. Sus luchas no han terminado y sus nombres aún suenan en su cabeza. Pero especialmente Malala admira a Benazir Bhutto, la primera mujer en ser Primera Ministra de Pakistán, así como de todos los países musulmanes. “Ella me permitió creer, así como a muchas otras mujeres, que nosotras podemos ser líderes”. Más allá de estos personajes públicos, las niñas que ha conocido en sus viajes también son su fuente de inspiración. “Por ejemplo, Nigella, en un campo de refugiados en Iraq, con su sonrisa y esperanza en sus ojos, me inspira a creer que existe un futuro mejor para todos. Esta niña, en un campo de refugiados, no se rinde. Por el contrario, es apasionada por creer que se puede cambiar el mundo y por aprender cosas nuevas cada día”. El ejemplo y los modelos a seguir, a su concepción, son la forma de fomentar cambios sociales. De ahí que la fundación Malala impulse una red de apoyo a los activistas locales que, así como ella y su padre, trabajan en pro de la educación de las niñas.

Desde antes de nacer, Malala estaba destinada a trabajar por un cambio en el mundo. Su padre decidió bautizarla como tal, pues Malalai de Maiwand, una luchadora legendaria de la libertad en Afganistán, lo cautivó. Para que Malala pudiera llegar a ser un agente de cambio, como el que hoy en día es, sus padres tuvieron que desafiar unas normas familiares y sociales comunes en sociedades patriarcales y tribales. “Se supone que una buena niña debe ser muy tranquila, muy humilde y muy sumisa. El modelo de una buena chica debe ser callada. Se supone que debe ser silenciosa y que acepta las decisiones de su padre, de su madre y de los ancianos, así no esté de acuerdo”, afirmó Ziauddin Yousafzai en la charla Ted Mi hija, Malala. “Yo usé la educación para la emancipación. Les enseñé a mis chicas a olvidar la lección de la obediencia”, agregó. Para él, la educación significa el reconocimiento de la identidad y del nombre. Significa entrar al mundo de los sueños, las aspiraciones y las posibilidades. Es la opción para explorar el potencial de la vida futura. De ahí que Malala crea que la educación permite a las mujeres empoderarse y soñar más allá de lo que la sociedad les dice y permite. Por eso es que cuando a su papá le preguntan qué hizo para que ella fuera valiente, expresiva y ecuánime, él les contesta: “Pregúntenme lo que no hice: no corté sus alas”.

Por María José Noriega Ramírez

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