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Me he acercado a los límites del silencio, que se esparce como la escarcha helada al amanecer sobre el verde prado de Manshausen, a orillas del círculo polar ártico. Lo he tocado con mis manos y he sentido una fuerza arrolladora, paralizante. El silencio te detiene. En los umbrales del silencio no se oye nada, si acaso el aleteo de las águilas marinas, guardianas de un mundo inalterado, prístino.
Es tanto el esfuerzo que nuestra mente enferma, contaminada, pone en tratar de oír algo en un lugar en donde el ruido no existe, que el sentido del oído se desactiva por la ausencia de estímulos. Entonces, la mente se concentra en agudizar la vista y el olfato, mientras una suave brisa helada relaja el alma adentrando el cuerpo en una dimensión desconocida.
La respiración se profundiza de forma natural y la verdad de la vida aflora a su ritmo. Los contornos que rodean el silencio son de una belleza inexplicable. La naturaleza salvaje, alejada del hombre, es el último ejemplo de lo que fuimos alguna vez. El lugar donde se encuentra el silencio está oculto, protegido por riscos nevados y lagunas de aguas negras.
Con la retirada de las nieves en primavera, los senderos dan la bienvenida a unas flores de pétalos morados y tallos blancos, que brotan erguidas como bailarinas al son de la sinfonía de un viento templado por el sol. Y en otoño, un mar de ocres amarillos y marrones van cerrando lentamente el paso, mientras la claridad se desvanece en el horizonte dando paso a la noche y las auroras boreales danzan en un baile sin máscaras.
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El silencio que se oculta en el confín de la Tierra es extremadamente peligroso para los fabricantes de guerras, para los que ostentan el control de las sociedades, para los ensoñadores de repúblicas bananeras y demás enajenados. El silencio de Manshausen tiene la capacidad de sanar los sentidos y la mente, de otorgarle a la existencia su sentido humano más puro, hoy sepultado por el criminal ruido que nos acecha.
En los límites del silencio no se escucha el silbar de las bombas. No se oye el grito desgarrado de una madre mientras sostiene el cuerpo de su hijo en el regazo. El gemir agonizante de la muerte es innecesario. No hay espacios para levantar muros que delimiten ningún lugar. No se oyen discursos mezquinos, interesados, podridos. En el lugar donde habita el silencio la mentira no existe.
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