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Un día me detuve a pensar que la Tierra, el Sol, los óvulos, las burbujas y hasta nuestras pupilas tienen algo en común: todas son circulares. Lo sentí como una señal. Como si la naturaleza estuviera tratando de recordarnos algo que olvidamos: que la vida funciona en ciclos. Y que el verdadero camino no es seguir caminando en línea recta, sino volver al origen, al círculo.
Durante años hemos seguido la lógica de la línea recta: extraer, producir, consumir y desechar. Una secuencia que avanza sin mirar atrás, esa es la economía lineal. Y aunque parezca simple o eficiente, en realidad nos ha dejado mares llenos de residuos, ciudades cubiertas de basura y ríos contaminados por miles de productos químicos.
Esa línea recta, donde el inicio nunca se encuentra con el fin, nos ha enseñado a vivir en un mundo donde desconocemos qué pasa con las cosas después de que las usamos. En la realidad de muchos los residuos simplemente desaparecen de la vista. Pero la realidad es que nada desaparece, solo cambia de lugar.
Vivir de manera circular, en cambio, nos invita a hacer lo contrario: detenernos, observar, reparar y transformar. Que los productos no tengan un solo uso, que los materiales vuelvan a empezar, que el desperdicio se convierta en recurso y que el fin no sea una pérdida, sino un nuevo comienzo.
En Colombia, avanzar hacia ese modelo circular es posible, en gran parte, gracias a quienes ya lo practican con sus manos. Se levantan temprano, empujan una carreta y recorren la ciudad buscando lo que para muchos no sirve para nada. Son los recicladores de oficio, aunque prefiero llamarlos reciclamores, porque para cargar sobre el cuerpo el peso de la contaminación que no generaron, y hacerlo con una sonrisa, hay que tener mucho amor en el corazón.
En Colombia hay más de 60.000 familias que viven del reciclaje. Ellos recorren hasta 20 kilómetros diarios recolectando, separando y limpiando lo que la mayoría decide ignorar. Gracias a ellos recuperamos cerca del 17 % de los residuos que producimos cada año. Eso equivale a más de dos millones de toneladas que no terminan en un relleno sanitario. Y lo hacen en condiciones que rara vez son justas: con ingresos bajos, sin garantías, sin acceso pleno a salud, seguridad social o protección. Son héroes silenciosos de un país que muchas veces los ignora.
¿Y cómo podemos poner de nuestra parte para apoyar la labor de los reciclamores? Y la verdad es tan sencillo como separar nuestros residuos, en serio, no es algo difícil. Solo se trata de hacer un pequeño trabajo de asociación entre colores y conceptos: en la bolsa blanca van los residuos aprovechables —como papel, cartón, vidrio, plástico y metales—; en la bolsa negra, los no aprovechables, como papel contaminado, toallas higiénicas, pañales o el papel higiénico, y en la bolsa verde, los orgánicos, como cáscaras de frutas y verduras, la borra del café y flores secas. Aunque, siendo honestos, no vale la pena gastar una bolsa verde si realmente el camión va a revolver todo, lo mejor seria comprometernos a hacer el compost en casa o buscar algún emprendimiento que nos recoja los orgánicos.
Separar no es difícil. Lo difícil es no hacerlo y esperar que el problema desaparezca. Lo difícil es saber que alguien más —un reciclamor— va a tener que hacer ese trabajo por nosotros, sin reconocimiento y, muchas veces, sin condiciones dignas.
Vivir de manera circular es, en el fondo, una forma de recordar cómo funciona la vida. Como dice Jorge Drexler: “Nada se pierde, todo se transforma”. Lo que hoy parece desecho, mañana puede ser recurso. Lo que hoy ignoramos, puede ser la clave de nuestra supervivencia.
Y quizá, si prestamos atención a las señales —a la forma de la Tierra, a la pupila, a las huellas de quienes empujan la carreta— entendamos que no se trata solo de cerrar un ciclo, sino de abrir los ojos.
Como comunicadora social, como colombiana y como una persona profundamente comprometida con la educación ambiental, he encontrado en Marce “La Recicladora” una forma de transformar realidades desde el contenido. Mi sueño es seguir tocando corazones, sembrando conciencia y mostrando que aprender a cuidar el planeta puede ser fácil, útil y hasta divertido.
Y si tú, que estás leyendo esto, también quieres dar un paso más allá, te invito a conocer y apoyar la labor de muchos héroes invisibles que hacen posible la economía circular con sus manos. Los esperamos con el corazón abierto en las redes de nuestra ONG Reciclamores.
Porque lo circular no es solo una forma,
es un acto de conciencia.
Y también de amor.