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Margarita García Robayo: “Cada vez más el lenguaje me resulta insuficiente”

La autora cartagenera habló para El Espectador sobre la vida que convirtió en literatura en su libro “El afuera”. Durante esta conversación tocó temas como su visión de la maternidad, su crítica a la estratificación social y las ataduras que vienen con la escritura narrativa.

Santiago Gómez Cubillos

22 de mayo de 2025 - 07:00 a. m.
La autora cartagenera ha ganado varios reconocimientos por su literatura. Entre ellos está el Premio Literario Casa de las Américas 2014, por su libro “Cosas peores”, y el English PEN Award, por “Tiempo muerto”.
Foto: Óscar Pérez
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Esta semana es el trigésimo quinto aniversario de la primera vez que Margarita García Robayo dejó su casa. Tenía diez años cuando sus padres le anunciaron que se mudarían. La noche antes de partir, lloró y talló en una baldosa una cruz y la fecha: 23/05/1990. Este episodio, contado por ella misma en “Mudanza”, un artículo publicado en el sexto número de la revista Casquivana, fue para ella el comienzo de una larga cadena de cambios de hogar, todos dramáticos, aunque unos más que otros.

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Uno de esos tantos días en que la escritora cartagenera se encontraba embalando cajas, dio con una vieja libreta de notas escondida “como una garrapata entre los pelos de un animal”. El afuera (Anagrama, 2024), su último libro, nació de esa serendipia, y con él la autora echó a andar una reflexión sobre en qué se había convertido su vida. Su traslado a Buenos Aires, el nacimiento de sus dos hijos y una pandemia son el telón de fondo de este ensayo sobre los muros que construimos para que nada ni nadie perturbe nuestro pequeño mundo interior.

Margarita García Robayo se sentó conmigo en una mesa alejada de los reflectores que apenas cinco minutos antes le estaban apuntando. Era la repetición de una escena que ella misma había descrito en “Mi debilidad”, unos “apuntes desordenados sobre la condición femenina” publicados primero en la revista Arcadia y luego incluidos en la compilación Primera persona (Laguna Libros, 2018), con la diferencia clave de que frente a ella no había un vaso de agua, sino un café. La excusa era hablar sobre El afuera, una de sus últimas obras. Sin embargo, tal y como sucede en muchas de sus páginas, derivó en algo más grande. A continuación una parte de esta conversación sobre libros que terminó siendo sobre todo lo demás.

En otro momento, refiriéndose a las notas que llevaron a la construcción de El afuera, dijo: “Si encontrara que todo funciona bien, no escribiría”. ¿Toda escritura nace de una incomodidad?

La mía sí, sin duda. Me cuesta mucho escribir desde circunstancias felices. No me provocan lo mismo que la incomodidad, la violencia o el sentirme expulsada de ciertos espacios. Eso, automáticamente, me lleva a buscar lo que considero un refugio, que es la escritura.

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Alejándonos del sentido más mercantilista del verbo, ¿de qué le ha servido escribir?

Me produce la sensación de estar participando en una conversación que me importa. Veo la literatura como un gran diálogo, y si uno tiene la posibilidad de meter un bocadillo ahí, eso es un privilegio, un placer.

Cada vez más, entre más crezco y más leo, siento que hay muchas conversaciones que se van dando en simultáneo y en paralelo, porque uno no conversa con todos los libros. La afinidad tiene una línea muy clara. A veces, cuando estoy escribiendo, siento que le estoy contestando a otro autor, probablemente muerto, aunque también leo vivos. Me pienso como alguien que alza la mano en un salón de clase porque tiene algo que decir. Eso me resulta gratificante, porque me produce una especie de alivio el no quedarme callada.

Algunas de esas conversaciones son la maternidad, la estratificación social, las relaciones... temas que, si bien la atraviesan personalmente, se enmarcan en algo mucho más grande.

Por supuesto. A mí me pasa que, con las cosas que leo, también busco eso: algo que —aunque suene exagerado llamarlo epifánico— me revele algo. Me gusta pensar que cada uno funciona como una lupa que observa cosas pequeñas: conductas particulares, singularidades. Y esas singularidades, cosidas entre sí, terminan representando el universo entero.

Ahora, a mí me pasa algo con el tema del “yo” y es que nunca pienso en eso cuando escribo. No soy “yo” cuando escribo. Soy muchas otras cosas que me preceden, que me trascienden. Esa que escribe es una parte pequeñísima. Es la parte que más me jala, que más me importa, que más cultivo, quizá, pero no soy yo.

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Por ejemplo, en la conversación sobre la maternidad, escribió: “No tuve que parir para entender que, por mucho que uno intente elevar su experiencia, la maternidad rara vez se diferencia de la egolatría, ya sea en su costado victimista o en su costado narcisista”. ¿De dónde nació esta idea?

Creo que hay pocas condiciones que te hagan más mezquino que ser padre o madre, porque se exacerba esa idea de tener licencia o excusa para blindarte. Todo lo que excluya a tu pequeño mundo personal queda exento de ser tenido en cuenta. Es una gran excusa para mucha gente que quiere mandar, o simplemente ejercer su individualismo con impunidad. Estas ideas surgen de una observación constante, durante muchos años, de ese caldo de cultivo que es la maternidad, especialmente cuando estás rodeada de otros que también son padres o madres. Ves cómo se comportan, qué dicen, qué protegen, por qué abogan.

Y eso se ve atravesado por su reflexión acerca de la estratificación social. ¿Por qué cree que la clase media es tan susceptible a la “amenaza” del afuera?

Creo que todo esto viene también de pensar en cómo crecí. En mi familia clase mediera, cartagenera, caribeña —con todas las taras que eso implica—, había un miedo permanente a caer en la pobreza. La clase media se aferra a su condición. Intenta conservar, como sea, eso que ha logrado, y por eso se vuelve muy susceptible, muy quisquillosa. Siente que todo es una amenaza. Esa frase tan repetida de “me lo gané con el sudor de mi frente” cristaliza eso. Muchas veces me dicen que en El afuera soy muy dura con la clase media. Puede ser. Es la clase a la que pertenezco, así que lo asumo también como una forma de autoflagelo. Siento que somos bastante responsables de la construcción de nuestras sociedades. También somos víctimas, claro, porque ha habido un abandono del Estado. Pero lo que hace la clase media es construirse un mundo que considera más seguro, aunque en él solo quepan cuatro.

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Estos son temas que desarrolla en otros de sus libros. ¿Cree que hay algo que los una a todos?

Sé que es distinto para otros escritores, pero doy muchas vueltas sobre lo mismo. Una vez escuché hablar de diferentes tipos de artistas desde una mirada más artesanal: por ejemplo, un escultor que hace una obra, la destruye y arma otra diferente, y otro que toda la vida está perfeccionando una única escultura, esa a la que quiere llegar, aunque cada día le saca un pedazo, le cambia algo, la reforma. Me identifico con ese segundo tipo. Siento que estoy orbitando siempre el mismo tronco, dándole distintas formas según el momento. De hecho, estoy escribiendo algo ahora y pensaba que podría ponerle como epígrafe “Juro que esta idea era mejor antes”. Pero, también siento que estoy obligada a abandonarlo porque la vida sigue. Uno no puede estar toda la vida cincelando la misma cosa. Aparte, me pasa cada vez más que el lenguaje me resulta insuficiente. Siento que no me alcanza, que las palabras a veces banalizan lo que quiero decir. Pienso que en otras artes más cercanas a lo conceptual hay una posibilidad de conexión más directa con la idea original, con eso que se quiere lanzar al mundo.

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Aun así, sea cual sea el método utilizado, una vez se publica, deja de ser algo suyo. ¿Cómo se siente con eso?

Me encanta, porque además me exime de responsabilidad en cierto punto. Es como decir: entrego esto, que otro lo siga. Me encanta pensar en los libros como obras inacabadas. Me parece el mejor destino que puede tener un libro: que otro lo complete, que otro lo piense, que alguien venga y te diga algo y te sume. Eso me parece espectacular, y es de lo que más valoro de lo que me ha pasado con los libros.

Por Santiago Gómez Cubillos

Periodista apasionado por los libros y la música. En El Magazín Cultural se especializa en el manejo de temas sobre literatura.@SantiagoGomez98sgomez@elespectador.com
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