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Usted comenzó muy joven como columnista y dice que los primeros 10 años escribió “columnas muy malas”, pero ahora sus textos de opinión son de los más esperados y compartidos por los lectores ¿cuál es su balance? ¿Cómo llegó ahí?
Tuve la fortuna de comenzar siendo columnista y periodista al tiempo. Entré a El Espectador no solo a reemplazar a mi papá, porque así lo quiso Gabriel Cano, sino que también llegué a ser reportera, labor desde la que aprendí el oficio, así que mis columnas son escritas por una reportera. Ayuda mucho esa experiencia porque los textos de opinión deben ser sustentados en hechos, sobre todo si los escribe una periodista. Además de esa escuela estudié Ciencia política en los Andes. Así fue que aprendí a hacer columnas.
¿Cuándo decide compilar algunas de sus columnas en un libro? ¿Cuáles fueron los criterios para elegir los textos que allí aparecen?
A mí siempre me habían dicho que hiciera un libro con mis columnas, pero me parecía hartísimo el ejercicio. Ya lo habían hecho muchos columnistas que yo admiro, así que no le veía sentido a repetir lo mismo. Después mi editor, Camilo González, me dijo que lo hiciéramos a través de temas que contaran la historia desde 2007, aproximadamente, hasta este año, y ahí sí me interesó. Mi criterio fue histórico, si se quiere decir. Saqué los hechos más importantes que ocurrieron desde 2007 hasta ahora. Es una manera de ver lo que había pasado en Colombia a través de las columnas que yo había hecho y me pareció interesante. Tuve que releer lo que había escrito y ese fue un ejercicio duro: muchas veces me equivoqué, otras veces atiné, en fin. Esa fue la idea. Era una manera de escribir otro libro.
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Se discute mucho por el género de opinión y las licencias que este espacio les da a los columnistas ¿Usted qué opina? Las discusiones se agudizan en los casos que tienen que ver con acusaciones o denuncias por medio de estos textos…
En este país, por alguna razón, la opinión se la tomaron los políticos o los periodistas con agenda que, realmente, no son periodistas. Somos muy pocos los periodistas colombianos que nos hemos convertido en columnistas. A los que sí nos pagan por nuestro trabajo y además somos columnistas, hacemos opinión con investigación. Me afanan profundamente los columnistas que utilizan sus tribunas para defender intereses privados y también me parece peligroso llenar las columnas de epítetos, insultar a la gente y llamar a las pasiones más bajas a través del odio sin ninguna argumentación ni secuencia de hechos. No estoy de acuerdo con las columnas incendiarias y casi que activistas.
En este libro también hay un llamado a la reflexión del periodismo. Usted profundiza sobre la calidad de los contenidos que se producen actualmente, el afán por el tráfico en internet, la competencia, el sostenimiento del negocio y la ética de oficio…
Le confieso que reina la confusión. Lo que menos tengo son certezas porque ahora todo cambia muy rápido. No podemos permitir que las plataformas capturen al periodismo y lo vuelvan parte de su inteligencia artificial.
El periodismo atraviesa por un momento distinto al que usted vivió cuando comenzó a trabajar como reportera…
Sí, y ahora nos está tocando tan difícil a los periodistas porque la crisis del modelo económico tradicional se juntó con la pandemia, que además vuelca a todo el mundo a las redes sociales para buscar información. Ese fenómeno tan fuerte no estaba antes de la pandemia. Estamos ante una gran incertidumbre en la que esta profesión está viviendo su peor momento y mostrando su peor cara. La llegada de las redes sociales ha exaltado un tipo de periodismo que sirve como instrumento para la polarización. Los que manejan la inteligencia artificial están utilizando los medios para polarizar y creo que el periodismo debe dejar de dejarse utilizar. No es fácil porque estamos en un mundo en el que el que más grite y más estupideces diga es al que más se le escucha en la red, pero ese no es nuestro trabajo. Tenemos que descubrir los hechos, explicarlos y poner en contexto a todas las voces y eso es lo contrario de lo que nos piden las redes sociales.
¿Cuál es el desafío del periodismo en este momento?
Volver a la verdad, que en este momento no existe. En las redes está la percepción, pero a la verdad la tumban todo el tiempo. El desafío del periodismo hoy es volver a los hechos. Volver a establecer que lo importante es el contexto y buscar que las voces que no están, estén. Lo más importante de todo, para mí, es no caer en ese periodismo ególatra que muere por un like. Esas prácticas harán que el periodista pierda su norte y yo no creo en ese periodismo. A algunos les irá muy bien, de hecho les va mejor que a mí, pero no me importa. No voy a ser parte de eso.
¿La lucha está entre lo que sugiere el comportamiento de las redes y lo que requieren la realidad del país y la calidad del periodismo?
Con las redes hay que hacer las cosas de otra forma, pero no podemos bajar la calidad de nuestro trabajo. Mi experiencia me ha enseñado que las audiencias son mucho más inteligentes de lo que nosotros nos imaginamos. No son tan fácilmente manipulables. La gente va a las redes a buscar información y tiene criterio para escoger. No hay que subestimarlos. El gran error es pensar que entre más tráfico, mejor. No. Si seguimos priorizando el tráfico nos convertiremos en instrumentos de un monstruo que no tiene nada que ver con el periodismo. Entre más les sigamos el juego a los hashtags o a las tendencias, más contribuimos a acabar con el periodismo. Están gobernando los contenidos que catapultan las furias, los odios y las más bajas pasiones, y esos, justamente, están lejos de incentivar el pensamiento crítico. Yo hago mi trabajo con un solo objetivo: hacer pensar a la gente. No tienen que estar de acuerdo conmigo, pero si hay reflexión, logré mi objetivo.
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¿En cuál periodismo cree usted?
En el que cree que este oficio es un contrapoder que, además, puede luchar contra la inteligencia artificial. Ese es el que puede salvar esta profesión. La lucha que le menciono no es fácil, pero el New York Times, el Washington Post lo están logrando. No podemos abandonar la esencia del periodismo.
En la columna “La corte en El Tiempo” usted se refiere al poder que tienen los medios para informar o manipular. ¿Qué tan frágiles somos y qué tiene que ver esa fragilidad con que, por ejemplo, se reduzcan los medios que informan y analizan la realidad colombiana?
Es que no podemos abandonar el papel de los medios y del periodismo por entrar en este mundo de las percepciones. En Colombia la mentira estaba instaurada. Mire, por ejemplo, las mentiras que usaron para desprestigiar el Acuerdo de paz. Todas esas mentiras que yo pensé que no iban a calar, calaron. El “No” ganó porque, entre otras cosas, muchas personas pensaron que iba a ganar la institucionalización del homosexualismo en Colombia. Esas mentiras sembradas demuestran que el mundo está sobreponiendo las mentiras a los hechos, y las mentiras las hacen los políticos. El gran interrogante es cuál va a hacer el papel de los medios de comunicación frente a esas mentiras. ¿Las vamos a desnudar o las vamos a defender? La batalla es muy desigual, pero hay que darla. Los periodistas nos basamos en hechos. Los hechos no son lo que uno piensa, sino lo que sucede. Por eso es que es tan importante la reportería. En la pandemia nos han ganado porque no podemos salir, pero no nos podemos seguir permitiendo hacer periodismo a través de Zoom. Es dramático lo que le puede pasar al mundo si dejamos de hacer nuestra función. Es muy difícil ser periodista en estos momentos.
Usted, desde sus 20 años, conoció el miedo y la incertidumbre. ¿De dónde sacó la fuerza para seguir? ¿La escritura le ayudó? Se lo pregunto por el título de su libro y, además, por lo que piensa su hija de 23 años, que usted contó en “La enfermedad de la realidad”. Ella cree que no llegará a los 40 y que el mundo se va acabar. Está creencia es muy común en esta generación…
No le dije a Matilde ni lo escribí ahí, pero cuando yo tuve su edad pensé lo mismo. Colombia era peor que hoy. Yo, a los 23 años, ya había visto mucha gente muerta y toda esa violencia me había cambiado la vida. Mi generación fue la que, desesperada, hizo todo para una nueva Constitución que vimos como un salvavidas que nos iba a sacar de una guerra infernal de la que queríamos salir. Todavía creo en esa Constitución. Lo que me sorprende era que yo pensaba que todo lo que íbamos a hacer y a lograr, sobre todo después del Acuerdo de paz, era para no caer en ese pesimismo. Se supone que eso le abriría a Colombia las ansias de cambio, la democracia, la necesidad de reformas, pero eso no pasó. Entiendo que en la generación de mi hija haya una frustración profunda, además de que sienten que toda la política que se ha hecho en los últimos años acabará con el medio ambiente. Sienten que ya no tendremos ni planeta, una sensación que mi generación no tuvo.
¿Esa frustración es exclusiva de los jóvenes?
Hay una frustración de personas que entendieron el Acuerdo de paz y que saben que lo que se prometió no se cumplió. Los que marchan son los estudiantes que además se asustan con las masacres porque no habían tenido que vivir con ellas. Es lamentable que haya una generación que volvió a sentir lo que yo sentí, pero yo, a diferencia de mi hija, soy muy optimista con los jóvenes de ahora: son personas más conscientes y están sedientos de contenidos que los hagan pensar, además de que están en contra de la manipulación y la detectan. Veo que el periodismo que están haciendo en las redes es muy interesante y riguroso. Ahora hay jóvenes mucho más despiertos y críticos de los que hubo en las generaciones antiguas, que quedaron paralizadas porque nunca entendieron ni hicieron nada. Era otra cultura.
¿Los jóvenes periodistas repetiremos la historia que usted ya vivió a sus veinte años? Cuando fuimos niños vimos las noticias de la violencia y lo que tuvieron que enfrentar los adultos. Ahora somos nosotros los adultos que se deberán enfrentar a estos hechos...
Afortunadamente ustedes tuvieron ocho años de un proceso de paz que abrió la puerta a un país menos violento. Claro, lo grave es que eso se está acabando y eso es una absoluta estupidez. ¿Cómo es que esto nos está pasando? Eso lo siente su generación y algunos más grandes, como yo. Mi hija Matilde también me enseñó algo muy valioso: los jóvenes de ahora recuperaron el asombro que nosotros habíamos perdido. Ustedes ahora se asombran de que haya masacres y eso a nosotros no nos pasaba porque nos doparon. Había tantas… Nosotros comenzamos sin saber qué era lo que estaba pasando porque veníamos de una democracia muy cerrada. Las redes, por ejemplo, permiten que los atropellos se conozcan. Eso antes no pasaba. Nosotros teníamos que ir hasta donde ocurría la masacre y contarla, pero cuando lo hacíamos ya era muy tarde, así que las personas no las entendieron. Iban más rápido las masacres que nuestra reportería. Era muy difícil saber qué pasaba.
Hablemos de la relación que usted plantea en el libro sobre lo que hay que hacer para salvar el periodismo y la protección del Estado de derecho…
Si no hacemos bien las cosas, el periodismo se va acabar, y si se acaba el periodismo, se acaban el Estado de derecho y la democracia. El periodismo, el de verdad, el que no se vende por los likes, es muy importante. Necesitamos que los periodistas que sí hacen el trabajo puedan dedicarse a hacer las cosas bien. Los que se dedican a exacerbar las pasiones y solo trabajan por el tráfico, pues que se metan al mundo del entretenimiento, pero que a los demás nos dejen tranquilos y nos dejen hacer nuestro trabajo. El egocentrismo en época de redes le está haciendo mucho daño al periodismo.
En las columnas de su libro, que están divididas en cinco preguntas, usted se cuestiona y se angustia por el Estado de derecho y la democracia colombiana… ¿cómo ve estos asuntos en este momento?
Primero, me preocupo mucho por esos temas porque estudié ciencia política. Veo las cosas desde esa disciplina. Cuando comencé a hacer periodismo, el Estado de derecho era, prácticamente, inexistente. Fue la Constitución del 91 la que reconstituyó ese Estado. Se creó la Fiscalía, un hecho que levantó los horribles márgenes de impunidad que teníamos. Antes la justicia era un chiste, la impunidad en Colombia era rampante. Yo creo que, pese a todo lo que estamos viviendo ahora, estamos mejor gracias a una Constitución que fue hecha, realmente, para hacer un nuevo contrato social y darle voces a los que no las tenían.
¿Qué pasó entonces?
Que la mayoría de la Constitución se ha quedado en el papel, pero es cierto que nos ha evitado muchísimas más muertes. Este país podría ser mucho más violento. Creo que en Colombia ha pervivido una independencia de los poderes públicos y sobre todo en la justicia, que se vio en, por ejemplo, la investigación de la parapolítica. Eso demostró una independencia en las Cortes. La manera en la que la Corte Constitucional frenó una tercera elección de Álvaro Uribe, que era lo mismo que hizo Chávez en Venezuela. Allá no lo pudieron parar porque las cortes no tenían esa independencia. Nosotros teníamos un sistema de pesos y contrapesos muy importante con la Constitución del 91.
¿En qué momento se deterioró ese sistema de pesos y contra pesos?
Con la reelección de Álvaro Uribe ese sistema comenzó a dañarse. Ese sistema que logró la Constitución del 91 está totalmente horadado, resquebrajado, y eso se desbarató con la reelección de Uribe. Santos la volvió a quitar pero el desbarajuste continúa. Si a eso se le suma la guerra que le hizo el expresidente Uribe a la Corte que investigó la parapolítica, una guerra a punta de montajes en la que acabaron con los magistrados que hicieron las investigaciones, pues peor. ¿Cómo es posible que en este país el presidente elija al fiscal que va a fiscalizar lo que gobierna? Cuando uno afecta la independencia de los poderes públicos, todo se desordena, se cae.
Usted también se refiere a las consecuencias de la pandemia en nuestra democracia…
Lo peor que nos pasó fue la pandemia. La democracia es la que más ha perdido con todo esto: tenemos un Congreso virtual que ni siquiera sesiona y que ha sido incapaz de hacer control político. Se está gobernando por decreto desde hace, aproximadamente, siete meses. Se inició una guerra contra la Corte por la decisión de detener a Álvaro Uribe. Hoy el sistema está muy desgastado y la gran pregunta es si resistirá. Ahora, inclusive, el propio presidente y el Ministro de defensa, desoyen los fallos de la Corte y los desacatan. Cuando uno ve eso y escucha los discursos del gobierno sobre lo que significa ser oposición en Colombia, entiende que sí se ha incitado a que ocurran sucesos de intolerancia por parte de la Policía y el Ejército. El presidente no reconoce que haya habido protestas lícitas a lo largo del año pasado. Ni siquiera pidió perdón por Dilan Cruz. Nunca pensamos que íbamos a llegar a este punto, pero creo que lo que nos queda del Estado de derecho que tenemos está en peligro. Lo más triste es que los empresarios y las elites políticas que aquí han sido tan sabias para tantas cosas, no se están dando cuenta. Solo le temen a Gustavo Petro y no les importa que aquí se cometan toda suerte de abusos con tal de no darle más poder. Estamos en una situación muy dramática que tiene que ser entendida por el periodismo.