Para la época en la que Marie, una niña polaca de cinco años, jugaba a lanzar proyectiles -que no eran más que trocitos de madera- y enfilar tropas con tres de sus cuatro hermanos, Polonia era un desdichado destino que caía sucesivamente bajo el dominio de una trinidad: Rusia, Alemania y Austria.
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Mania, o Maniusia, o Anciupecio. Eran todos diminutivos de María Sklodowska, la mujer que años más tarde sería conocida como Marie Curie. Nació en abril de 1867 y creció escuchando las historias de su hermana Zosia, apenas unos años mayor que ella, en un tiempo en el que los héroes pasaron de ser guerreros con fusiles a maestros y artistas, veedores de una nueva revolución, la del intelecto.
La “rusificación” ordenó que las mujeres no podían dedicarse a otra cosa diferente a la sastrería, el cuidado del hogar y los hijos. Además, como un exterminio del alma polaca, los niños debían aprender la lengua rusa, la religión era perseguida y los periódicos o libros sospechosos eran prohibidos.
Su hogar dejó de ser Varsovia, con sus corredores de fachadas grises, pero aún así más alegres que la casa que yacía en la esquina de las calles Nowolipki y Carmelitas, a donde fue a parar. Allí, en 1876, conoció la mirada y el aroma de la muerte. Una tarde de miércoles, se encontró con el cuerpo, entre frío y bello, de Zosia, tendido en un ataúd. Tenía un vestido blanco y sus manos estaban entrelazadas.
No pasó mucho tiempo, tan solo dos años, para embarrarse de nuevo el alma y las vestimentas de luto. Esta vez la señora Sklodowska, su madre, se despojó de la figura autoritaria y de las casi ausentes muestras de cariño para morir como siempre quiso: preparada, sin delirios, sin problemas.
La joven polaca, de ojos claros y tez blanca, se metió en un uniforme azul con cuello blanco, y peinada con una trenza que no permitía el descuido del cabello más pequeño, asistió a una universidad clandestina, flotante, errante, de la que se graduó, como la más joven de la clase a los 15 años. Cuando un inspector, la personificación misma del miedo innecesario, se acercaba al aula, las jóvenes estudiantes eran alertadas y rápidamente los libros eran sustituidos por agujas e hilos.
“Los medios de acción eran pobres; los resultados no podían ser considerables, pero, no obstante, sigo creyendo que las ideas que nos guiaban entonces eran las únicas que podían conducirnos a un verdadero progreso social. No podemos confiar en construir un mundo mejor sin mejorar a los individuos. Con este propósito, cada uno de nosotros debe trabajar su propio perfeccionamiento, aceptando, en la vida general de la humanidad, su parte de responsabilidad, ya que nuestro deber particular es el de ayudar a aquellos a quienes podemos ser útiles”, escribió 40 años después de su paso por aquel nido de poesía revolucionaria que ahora reposa en el libro La vida heroica de María Curie, descubridora del radio".
A los 19 años hizo un pacto de amor con Bronia, otra de sus hermanas, para estudiar en la prestigiosa Universidad de la Sorbona, en París. Bronia tomó el primer turno y Mania le ayudó a pagar sus estudios con el sueldo que ganaba como institutriz. Tuvo que pasar un lustro antes de que Mania pudiera empacar sus libros y emprender rumbo hacia la ciudad de las luces. Su primer contacto con un laboratorio se dio, tal vez, en el más romántico de los escenarios. Fue antes de partir, antes de siquiera estar segura de dejar a su padre y sus hermanos atrás.
Entre ruinas, con la fachada de un museo abandonado, a media luz y en secreto. Así fue el encuentro con el que sería su laboratorio y fuente de innumerables experimentos. En sus palabras: “No podía ir, generalmente, más que por la noche, después de la cena, o el domingo, y me abandonaba a mí misma. Ensayaba el producir diversas reacciones descritas en los tratados de física y de química, y los resultados, a veces, eran inesperados. De vez en cuando, pequeños éxitos sorprendentes me animaban, otras veces me abatía ante la desesperación, a causa de accidentes y de fracasos debidos a mi inexperiencia”.
Una vez en París, Mania se inscribió en la Facultad de Ciencias Matemáticas y Naturales en la Sorbona. Dos años después, en 1893, obtuvo su licenciatura en ciencias físicas, siendo la primera de su clase, y un año más tarde, recibió el diploma de matemática.
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Con ambos títulos, Marie Curie, como ya se hacía llamar, conoció al amor de su vida y con quien, además de una relación química, compartió la pasión por la ciencia. De gran estatura y elegancia, portando ropa holgada y pasada de moda, Pierre Curie, poeta y físico graduado de la Sorbona, logró ganar la atención de Marie desde el primer vistazo.
Sus primeras conversaciones, amistosas y de fácil entendimiento para pocos, trataban en su mayoría de cuestiones científicas repletas de tecnicismos y fórmulas, y carentes de todo tipo de coquetería. La pareja de científicos contrajo nupcias el 26 de julio de 1895 y en septiembre del año siguiente nació su primera hija, Irène Joliot-Curie, quien siguió los pasos de su madre y ganó el premio Nobel de Química varios años después.
La mente de la ahora Madame Curie, se vio cautivada por el descubrimiento de dos fenómenos inexplicables. Por un lado, Wilhelm Röntgen descubrió en un pequeño laboratorio de Würzburg, en Alemania, la existencia de unos rayos invisibles que parecían penetrar la materia. Se trataba de los rayos x. El otro descubrimiento fue del francés Henri Becquerel, quien encontró que las sales de Uranio, material que fue descubierto en 1789, producían rayos similares a los primeros.
Apenas dos semanas después del nacimiento de su hija, Madame continuó su obra y presentó la tesis “Investigaciones sobre las sustancias radioactivas”, que desarrolló con su amor, y también con su mentor Becquerel. Ganó el Premio Nobel de Física en 1903, y pese a que inicialmente los académicos no pretendían darle el reconocimiento, en 1911 nadie pudo negar ni dudar de las capacidades y grandes aportes a la ciencia que hizo Madame, pues por sus propios méritos fue merecedora del Premio Nobel de Química. Madame Curie fue la primer persona, además mujer, en recibir dos premios Nobel de distinta categoría.
Tras 11 años de matrimonio, Madame despidió a Pierre, quien murió luego de ser arrollado por una carroza en el abril de 1906. Viuda, sin una posición académica permanente y al cuidado de sus dos hijas, Madame continuó con los estudios e investigaciones emprendidas con aquel compañero.
Con el firme propósito de construir un laboratorio digno de las incontables derrotas y sueños fracasados que tuvo con Pierre, Madame alquiló una casa sin muchos lujos, pero con un jardín admirable. Ella, que no tenía ni la más mínima pista del cuidado de una planta, se dio a la tarea de llenar los cercos de su sencillo hogar con hierbas y flores, en donde más adelante su segunda hija, Eve, buscaría a su tortuga favorita.
Sonaron los bombazos y se encendieron las ensordecedoras alarmas de la ciudad. Estalló la Primera Guerra Mundial y los alemanes avanzaban hacia París. Madame se encargó de poner a salvo el trabajo de toda su vida y, en vez de huir, se armó, aunque no literalmente, y se enfiló para ayudar en la guerra.
Se inventó un carrito de rayos X portátil y con la compañía de Irène, ayudó a salvar la vida de miles de soldados. Ahora los médicos podían localizar con precisión el lugar donde reposaba la bala o si algún hueso se había quebrado. Las historias cuentan que más de un millón de heridos fueron examinados por las “pequeñas Curies”.
Aunque la salud de Madame y Pierre ya habían mostrado signos de que los químicos eran dañinos para el cuerpo, fue en 1933 que Madame supo que cargaba con una piedra en la vesícula biliar, un cálculo que un año más tarde le arrebató la vida.
La señora Curie, con su piel de testigo de que el tiempo no pasa solo, hablaba constantemente de la muerte. Aún con un reumatismo en la espalda, zumbidos en las orejas, mala vista y otros males que la acechaban, Madame tuvo la certeza de decir: “¿Qué importa todo esto? ¡Hay cosas más importantes!”.
Madame Curie fue la feminista que no necesitó de grandes escándalos para luchar por el derecho al voto de la mujer o el derecho a estudiar todas las carreras. Madame Curie fue la mujer radioctiva, la mujer atómica, la mujer que tuvo la grandeza de aceptar con humildad el reconocimiento a sus talentos, pero que nunca le dio la espalda a la humanidad.