Uruguay estaba sumida en la desesperanza. Eran los tiempos del terror. En nombre del bien muchas naciones instauraron dictaduras para alejar el fantasma del comunismo. Había que erradicar cualquier discurso de izquierda. Los triunfos de las revoluciones en Rusia y Cuba solo debían ser historia. Estaba prohibido que surgiera otro grito de victoria más. Y en la tierra de Mauricio Rosencof no fue la excepción. Uno de los líderes del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros cayó preso junto a nueve compañeros más, ocho sobrevivieron al régimen totalitario de Juan María Bordaberry.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
“Un coronel dijo: ‘No pudimos matarlos cuando cayeron, los vamos a volver locos’. Uno de los nueve murió allí, dos enloquecieron, secuelas nos han quedado a todos, encerrados, incomunicados, no veíamos un rostro humano, no vimos el sol, no podíamos leer, no podíamos escribir, nos tenían a media ración, nos tenían ‘en la punta del obelisco’, nos hicimos insectívoros, no nos daban agua, reciclábamos nuestro propio orín, eso durante once años y medio de los trece que estuvimos en cana. Yo no estoy tan seguro de que hayan sido dos solamente los trastornados (sonríe). Cuando esos compañeros recuperaron la libertad, recuperaron también el juicio. A mí hubo un par de cosas que me sirvieron, igual que al Ñato Fernández Huidobro. Redescubrimos el morse y estuvimos diez años a golpe de nudillos en el muro. La primera vez fue en la Navidad del ’73. Me pasó un golpe lento y me di cuenta de que me quería pasar un mensaje. Lo interrumpí para arrancar un trozo de reboque para anotar los golpes. Le di la señal de continuar y me pasó el mensaje, calculando que si yo descifraba la primera palabra, podría descifrar la clave: la primera palabra que nos pasamos fue felicidades”, escribió Mauricio Rosencof, en un fragmento publicado por el portal Página12, de Argentina, del libro Memorias de un calabazo.
Casi 13 años en los que tuvo que aferrarse a un mínimo de esperanza que se asomaba en los tenues rayos de sol que se colaban por alguna ventanilla. Sus nudillos hablan por él, por sus compañeros, por el modo en que lograron sobrevivir a la locura a la que los querían destinar. Eleuterio Martínez Huidobro fue su polo a tierra, y la poesía su salvación, pues no solo por ella mantuvo anhelos de escribir, sino que por ella muchas veces obtuvo pequeños beneficios, pues el amorío de uno de los soldados se nutrió de las cartas y los versos que Rosencof podía escribir.
“Durante diez años nos masacramos los nudillos, nos contamos la infancia, chistes, la adolescencia, las novias, hicimos planes revolucionarios para toda América latina y el mundo, sé todo de su vida y él de la mía. También me ayudó mucho escribir la Margarita, eso se escribió bajo tierra, en Paso de los Toros, en unos calabozos donde corrían las ratas. Ratas y milicos. Una vuelta irrumpe en el calabozo un milico. ‘Manda preguntar el sargento si usted es el escritor’. Contesté tímidamente bajo la capucha que sí. Entonces dijo: ‘Ordena el sargento que le escriba una carta a la novia’. Así encontré el curro. Porque ellos tenían la orden de no comunicarse con nosotros. Empezaron a pedirme un poema, una carta, se pasó la voz. Hacía acrósticos y ellos me pedían ‘no me hace un acrílico de ésos’. Un poema valía un huevo duro, un soneto dos cigarros y muchas veces los cambiaba por información. A veces les pedía que me dejaran la mina del bolígrafo y así escribí Las Margaritas. Costaba trepar los minutos todas las horas, las horas todos los días, los días todas las semanas, las semanas todos los meses, los meses todos los años. La realidad tangible no era vivible, vos no podés vivir sin ver un rostro, sin ver el sol o una estrella, sin hablar con nadie, sin leer un libro, comiendo como comíamos, entonces la realidad vivible era la de la fantasía y los recuerdos. Pero tenía sus riesgos, porque podías quedar empantanado que es lo que pasó con los compañeros. A mí me ayudó que era escritor y en vez de dejar que los fantasmas me atraparan, los atrapaba a ellos en una estructura dramática. Bueno, la Margarita salió así”.
En La noche de 12 años, película dirigida por Álvaro Brechner, se demuestra a grandes rasgos lo que vivieron Mauricio Rosencof, Eleuterio Fernández Huidobro y José ‘Pepe’ Mujica durante la dictadura. En la cinta, uno de los momentos más emotivos es cuando el poeta escribe: “Y si este fuera mi último poema insumiso y triste, raído pero entero, tan solo una palabra escribiría: compañero”. Versos que salieron de un calabozo, de los golpes a un muro, que dejó unos nudillos tan roídos como el suelo desgastado donde muchas veces durmieron. Ese poema, quizá, es uno de los más representativos de la obra del también dramaturgo y periodista.
Rosencof sigue con vida, y lo que ocurrió posterior a los 13 años de tortura es una victoria contra su propio destino. Al igual que Fernández Huidobro y Mujica, Mauricio siguió defendiendo sus convicciones. Por algunos años siguió anclado a la política, pero su camino terminó en la poesía y el teatro, escribiendo y dejando un testimonio de cómo sobrevivir a la locura, a días y noches en calabozos de un metro por un metro, a los silencios que no eran paz sino condenas, a los orines de sus verdugos y a las preguntas que a diario volvían una y otra vez a las ansias de libertad y justicia. De su obra literaria queda el manifiesto de hombres que triunfaron sobre la miseria de su época y no se dejaron vencer por la sed de una venganza violenta, y que en lugar de acabar con la vida de quienes pensaron diferente, decidieron construir un país que no permitiera nunca más la eterna oscuridad de un gobierno totalitario.