El Magazín Cultural

“Me gustan los estudiantes”: el grito de los indignados

Algunas de las grandes luchas y transformaciones de los últimos siglos han estado acompañadas por canciones o sinfonías que han unido a los pueblos o a los ejércitos. Presentamos las historias de 13 de ellas.

Andrés Osorio Guillot
06 de agosto de 2018 - 07:56 p. m.
Violeta Parra, cantautora, escultora,y pintora chilena. 


 / Cortesía
Violeta Parra, cantautora, escultora,y pintora chilena. / Cortesía

 

Hacer de la poesía un canto asegura ya un lugar privilegiado en ese desconocido pero anhelado mundo de la eternidad. La muestra más elevada del arte, el asombro y la observación se halla en la composición de versos y homenajes a quienes enarbolaron sus banderas en nombre de la justicia, la democracia y la libertad. Y allí, en la cúspide de la montaña que escaló Violeta Parra, se alzó también Mercedes Sosa, para asegurarse de que sus canciones y su gusto por la estudiantina jamás pasarán desapercibidos en alguna generación. Allí donde la protesta se hizo canción, los estudiantes se hicieron compositores de un porvenir.

***

Estábamos todos caminando hacia la Plaza. Un nuevo día convocaba al gremio estudiantil a hacerse escuchar. La rebelión de los pupitres evocaba un nuevo acto de resistencia. Unos levantaban reglas, otros levantaban el puño con el que surgían las letras. Algunas antorchas iluminaban el camino. Pero, en realidad, era el pensamiento y el raciocinio quienes irradiaban aquel camino empedrado que siempre llevaría al epicentro del país, donde unos cuantos presumían crear y velar por el bien de las leyes mientras debajo de cuerda o entre las sombras tergiversaban y burlaban lo que se suponía era su trabajo: sobre velar y hacer cumplir las normas.

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El silencio era abrumador pero simbólico. Se percibía la fuerza y el poderío de la juventud. La vitalidad se expresaba en la indignación y en la convicción de aquellos ideales que debían ser defendidos por quienes siempre han sido perseguidos por pensar, por esa simple, fundamental y trascendental acción para cualquier proyecto individual o comunitario. En las calles ni una arenga, pues el trato era esperar el momento en que todos estuviéramos congregados en la Plaza. En las mentes todos íbamos al unísono. En algunos instantes se escuchaba el susurro de lo que todos cantábamos con alegría: “Me gustan los estudiant…” se escuchaba en la lejanía. “Vivan los especialistas” murmuraban en la esquina.

Llegamos a la Plaza y el estallido no se hizo esperar. Ahí estábamos los estudiantes. Los de instituciones públicas y privadas. Nunca importó esa distinción. Todos supimos que la condición de estudiantes es en sí un derecho fundamental de todos los seres humanos. La educación es nuestro pilar y no hay discriminación que valga. Ahí estábamos todos, así como estuvieron y han estado otros estudiantes a lo largo del mundo. Recordamos en un haz de luz a Violeta Parra, a las revoluciones de la década de 1960, a la apertura de ideas y entendimientos, a la liberación de individualidades, al asomo de viejos secretos, a las luchas estudiantiles en Chile, en Argentina, en México y en Francia.

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Recordamos los poemas de Violeta y la obra artística que dejó tras su repentino e inesperado suicidio. Le agradecimos por haber escrito para salir de los laberintos del autoritarismo y la represión. Su gusto por los estudiantes se había convertido en un himno para las voces más rebeldes y activistas de las juventudes estudiantiles. Su canción fue, es y será un referente para quienes pertenecemos a ese jardín donde se siembran las semillas del porvenir y donde el rocío despierta las ideas del mañana.

Por Andrés Osorio Guillot

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