Me largo a volver conmigo

Soy una persona desubicada así que voy de contienda en contienda contra el mundo, porque, para ser sincera, me cuesta entender la desfachatez humana. Sin embargo, los últimos ocho años de mi vida he logrado hacer las paces con él, con sus habitantes y conmigo misma, la razón, es que a los 22 años comencé a mirar todo desde otra ventana.

La primera vez que me subí una mochila al hombro y partí con poco dinero, mucha comida enlatada y una carpa, fue para conocer mi país natal, Colombia. El Cabo de la Vela y la Sierra Nevada del Cocuy fueron inspiradores. Dormir bajo las estrellas, hacer largas caminatas y compartir comida alrededor del fuego, me impulsaron a buscar otro estilo de vida alejado de las comodidades.

En contra de todos los prejuicios sociales que nos obligan a tener una “estabilidad”, especialmente económica, para poder “pertenecer y ser alguien”, me fui acompañada a recorrer Sur América desde Argentina hasta Colombia. Un viaje que duró nueve meses y en el que descubrí que adoraba resguardarme en una carpa, hacer dedo y sentir el cosquilleo de la incertidumbre por llegar a un lugar nuevo. Ni en aquel momento ni ahora me he considerado una auténtica nómada, pero entendí que no me acomodaba al sedentarismo.

Un año después de haber regresado a casa, toda una travesía comparable con el recorrido de largo kilometraje que había hecho, decidí seguir conociendo Latinoamérica desde Panamá hasta llegar a México. Un viaje de 14 meses en el que los mayores obstáculos, así como las más grandes dichas, estuvieron a cargo de “ser una mujer viajando sola”.

Hubo momentos en los que me derrumbé, sufrí, me robaron, me sentí sola, lloré noches enteras sin saber qué hacer, amé, odié de nuevo al planeta entero por instantes, y tuve que aprender a desapegarme de lugares y personas, imprescindible cuando el movimiento constante es un estilo de vida. Así que no siempre fui feliz, pero aprendí en el camino que esa aparente debilidad era la catapulta mi fortaleza y hoy, de nuevo, ya estoy armando una nueva ruta para continuar la vuelta al mundo, pues viajando he encontrado la libertad de ser yo misma sin prejuicios, ni esquemas, y he descubierto que los límites son solo una cuestión mental. 

Se ha vuelto casi una moda proponer el viaje como la solución a los problemas, no soy partidaria de eso, todos tenemos propósitos diferentes y de acuerdo a esto tenemos una manera de vivir. En cualquier lugar del mundo seguiremos cargando con nuestras limitaciones y enredijos mentales, pero, de lo que sí estoy segura, es que viajar es ver el exterior desde otra perspectiva, lo que puede ayudar a una transformación interna al conocer el mundo de cerca. Los viajes, por ejemplo, son aniquiladores de los prejuicios basados en estereotipos y de los miedos infundados.

De todas estas reflexiones y experiencias tras varios años intermitentes en la ruta nació mi primer libro, Me Largo a Volver Conmigo.

Este es la recopilación de relatos de una travesía geográfica por trece países, desde el sur del continente americano hasta Ciudad de México, pero ante todo es un viaje interior. Cada paso fue un encuentro con situaciones inesperadas, en las que tuve que aprender sobre la marcha a buscar los medios para vivir de viaje acomodándome a las circunstancias. Choqué varias veces conmigo misma, con mis miedos, con mi propia mente, y con situaciones externas antipáticas como la discriminación y el machismo.

Es un libro sin maquillaje, relato cada episodio tal cual lo viví, con lo maravilloso y lo detestable de cada lugar, de la gente, de mi personalidad inconforme, y de haber elegido una vida por fuera de los parámetros del confort. Es un manifiesto ante el mundo, la aventura, la indefensión, la feminidad, la libertad y la autodeterminación.      

Me Largo a volver Conmigo no es una invitación a dejar todo y montarse una mochila por el solo hecho de probar algo nuevo, es más bien una invitación a ver la vida y los viajes perfectos, a pesar de las imperfecciones, de los malos ratos y de los obstáculos, pues en estos, vistos desde el ángulo correcto, siempre se encuentra un instante de felicidad y agradecimiento.

Soy una persona desubicada así que voy de contienda en contienda contra el mundo, porque, para ser sincera, me cuesta entender la desfachatez humana. Sin embargo, los últimos ocho años de mi vida he logrado hacer las paces con él, con sus habitantes y conmigo misma, la razón, es que a los 22 años comencé a mirar todo desde otra ventana.

La primera vez que me subí una mochila al hombro y partí con poco dinero, mucha comida enlatada y una carpa, fue para conocer mi país natal, Colombia. El Cabo de la Vela y la Sierra Nevada del Cocuy fueron inspiradores. Dormir bajo las estrellas, hacer largas caminatas y compartir comida alrededor del fuego, me impulsaron a buscar otro estilo de vida alejado de las comodidades.

En contra de todos los prejuicios sociales que nos obligan a tener una “estabilidad”, especialmente económica, para poder “pertenecer y ser alguien”, me fui acompañada a recorrer Sur América desde Argentina hasta Colombia. Un viaje que duró nueve meses y en el que descubrí que adoraba resguardarme en una carpa, hacer dedo y sentir el cosquilleo de la incertidumbre por llegar a un lugar nuevo. Ni en aquel momento ni ahora me he considerado una auténtica nómada, pero entendí que no me acomodaba al sedentarismo.

Un año después de haber regresado a casa, toda una travesía comparable con el recorrido de largo kilometraje que había hecho, decidí seguir conociendo Latinoamérica desde Panamá hasta llegar a México. Un viaje de 14 meses en el que los mayores obstáculos, así como las más grandes dichas, estuvieron a cargo de “ser una mujer viajando sola”.

Hubo momentos en los que me derrumbé, sufrí, me robaron, me sentí sola, lloré noches enteras sin saber qué hacer, amé, odié de nuevo al planeta entero por instantes, y tuve que aprender a desapegarme de lugares y personas, imprescindible cuando el movimiento constante es un estilo de vida. Así que no siempre fui feliz, pero aprendí en el camino que esa aparente debilidad era la catapulta mi fortaleza y hoy, de nuevo, ya estoy armando una nueva ruta para continuar la vuelta al mundo, pues viajando he encontrado la libertad de ser yo misma sin prejuicios, ni esquemas, y he descubierto que los límites son solo una cuestión mental. 

Se ha vuelto casi una moda proponer el viaje como la solución a los problemas, no soy partidaria de eso, todos tenemos propósitos diferentes y de acuerdo a esto tenemos una manera de vivir. En cualquier lugar del mundo seguiremos cargando con nuestras limitaciones y enredijos mentales, pero, de lo que sí estoy segura, es que viajar es ver el exterior desde otra perspectiva, lo que puede ayudar a una transformación interna al conocer el mundo de cerca. Los viajes, por ejemplo, son aniquiladores de los prejuicios basados en estereotipos y de los miedos infundados.

De todas estas reflexiones y experiencias tras varios años intermitentes en la ruta nació mi primer libro, Me Largo a Volver Conmigo.

Este es la recopilación de relatos de una travesía geográfica por trece países, desde el sur del continente americano hasta Ciudad de México, pero ante todo es un viaje interior. Cada paso fue un encuentro con situaciones inesperadas, en las que tuve que aprender sobre la marcha a buscar los medios para vivir de viaje acomodándome a las circunstancias. Choqué varias veces conmigo misma, con mis miedos, con mi propia mente, y con situaciones externas antipáticas como la discriminación y el machismo.

Es un libro sin maquillaje, relato cada episodio tal cual lo viví, con lo maravilloso y lo detestable de cada lugar, de la gente, de mi personalidad inconforme, y de haber elegido una vida por fuera de los parámetros del confort. Es un manifiesto ante el mundo, la aventura, la indefensión, la feminidad, la libertad y la autodeterminación.      

Me Largo a volver Conmigo no es una invitación a dejar todo y montarse una mochila por el solo hecho de probar algo nuevo, es más bien una invitación a ver la vida y los viajes perfectos, a pesar de las imperfecciones, de los malos ratos y de los obstáculos, pues en estos, vistos desde el ángulo correcto, siempre se encuentra un instante de felicidad y agradecimiento.