Buscando un futuro mejor, Paola Granda comenzó a visitar la Biblioteca Familiar El Raizal, en Medellín, cuando tenía casi cinco años. En aquel entonces, en medio de un contexto marcado por las múltiples dificultades sociales, estar entre los libros representaba un refugio para ella. Era, más bien, un territorio aparte, al margen del ruido y la violencia de afuera. Asistía a talleres, tomaba prestados libros y recibía orientación en su proceso lectoescritor. “Pude crecer entre cuentos, juegos y talleres. Descubrí el amor por la lectura, el arte y la imaginación. Fue aquí donde comprendí quién era y qué quería hacer con mi vida”, recordó.
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Cuando la etapa escolar iba llegando a su fin, sintió la necesidad de retribuir algo de lo que había recibido. Por eso, durante los grados décimo y once, se vinculó como alfabetizadora en la misma biblioteca. Allí aprendió sobre el cuidado de los libros y algunos procesos de gestión bibliotecaria. “Cuando llegó el momento de decidir qué estudiar, volví a pensar en lo que había aprendido allá. Tenía interés por lo sociocultural y comunitario, y eso fue lo que me llevó a escoger Psicología”.
Durante los cinco años de carrera, debía cumplir con un servicio social, por lo que decidió regresar a la Biblioteca El Raizal, pues su intención era continuar aprendiendo y contribuir desde la formación académica que recibía en ese momento. Entonces, se vinculó a los procesos de promoción de lectura dirigidos a la primera infancia.
Después de completar su período de servicio, Granda se integró al equipo. “Comencé como bibliotecaria y, con el tiempo, pasé a ser promotora de lectura”. Hoy en día, su labor consiste en crear espacios de encuentro entre los niños, sus familias y los libros, valiéndose de la poesía, los cuentos, el juego y el arte. Lo que busca no es solo que un niño lea, sino que ese gesto se vuelva parte de su cotidianidad. Que se aloje en la memoria compartida con su madre, padre o cuidador. Que tenga la llave para vivir muchas vidas en una sola. “Me conmueve ver cómo los niños se apropian del espacio y me recuerdan a esa ‘miniyo’ que también creció aquí. Me emociona ver cómo las mamás encuentran en la lectura una herramienta para fortalecer los vínculos con sus hijos, y cómo la biblioteca se convierte en un lugar seguro, como lo fue para mí”.
Un modelo de biblioteca con casi 30 años de historia
La historia de Granda no es la única. Se enmarca en un proyecto que ha sostenido, durante 29 años, tres bibliotecas comunitarias en Medellín. La Fundación Familia —hoy promovida por Essity— y Ratón de Biblioteca han liderado la iniciativa que intenta garantizar el acceso a la lectura. “Hemos acompañado estas tres bibliotecas porque creemos que la lectura, la cultura y la educación transforman la sociedad”, explicó Diego Loaiza, director general de Essity para la región Andina y Caribe. Hace poco, a este trabajo se sumó un nuevo aliado: Tetra Pak. Con ello, surgió una alianza para fortalecer el modelo de bibliotecas circulares, un concepto que amplía el acceso a estos espacios e integra a nuevos públicos. El objetivo es mantener el funcionamiento de las bibliotecas y sumar esfuerzos por la sostenibilidad del proyecto.
“El concepto de biblioteca circular surge porque, aunque estas bibliotecas han funcionado durante años, hace poco incorporamos a los recicladores de oficio. Para nosotros, esta comunidad enfrenta condiciones de vulnerabilidad, y queremos acompañarlos en su desarrollo personal, profesional y familiar”, dijo Loaiza.
Los recicladores son, para la alianza, los actores principales de la economía circular. Muchos de ellos carecen de habilidades de lectoescritura, que, indican ellos, puede repercutir en su trabajo, sobre todo al clasificar materiales reciclables que llevan códigos, etiquetas o instrucciones. La iniciativa busca ofrecer espacios de alfabetización, encuentro y apoyo educativo para ellos y sus hijos. En Medellín, se espera que unos 5.000 recicladores y sus familias puedan beneficiarse del proyecto. Loaiza lo resume así: “Los recicladores son, como los llamamos, los héroes del planeta; la economía circular no existiría sin ellos”.
El equipo detrás de la continuidad del proyecto
“Muchas de las personas que hoy forman parte del equipo se formaron en estas bibliotecas. Ahora son quienes atienden a los usuarios. Es un ciclo: quienes recibieron apoyo ahora lo devuelven”, agregó Loaiza. El alcance del proyecto también puede medirse en cifras. En 2025, se estima que las bibliotecas recibirán a más de 60.000 visitantes. Entre ellos, niños, jóvenes y adultos mayores. Según él, son “espacios seguros donde las personas pueden reunirse, aprender, compartir y encontrar otras formas de habitar sus barrios”.
Detrás del funcionamiento hay unas 15 personas que, como Granda, pasaron de ser usuarias a promotoras; de crecer leyendo, a cuidar el lugar que las vio crecer. “Las bibliotecas ofrecen a los niños un refugio donde pueden soñar, educarse y acceder a la cultura”, dijo Loaiza. “Hemos comprobado en estos 29 años que quienes asisten regularmente tienen más posibilidades de un futuro mejor y, además, llevan esa esperanza a sus hogares”.
Las bibliotecas han ofrecido un lugar donde sentarse, leer o simplemente estar. Hay niños que, de hecho, acuden por su cuenta mientras sus padres trabajan. Y hay historias, como la de Paola Granda, que muestran cómo un espacio sostenido en el tiempo puede ayudar a imaginar otros rumbos posibles.