Porque más que una épica continental integradora del rock latino, 1a producción de Gustavo Santaolalla tiene una perspectiva sesgada con un tufillo de versión oficial sobre lo que fue el movimiento en las últimas décadas.
Lo anterior se evidencia en el hecho de que los productores de “Rompan todo”, escogieron como puntos geográficos privilegiados de emergencia y desarrollo del sonido rock, a México y Argentina, basándose en la influencia que tuvieron los grupos de estos países en las demás regiones. También en el registro cronológico que va de Richie Valens a Café Tacuba y de Palito Ortega al propio Santaolalla. Lo que pasa en el medio, las bandas de Chile, Uruguay, Perú, Colombia; aparece como el resultado del impacto que tuvieron los primeros grupos transnacionales, en unos casos, y como raros brotes excepcionales, en otros.
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El relato se inscribe, así, entre dos polos geográficos que relacionan a los puntos menos privilegiados, a partir del eco que tienen las circunstancias específicas en las que surge fenómeno del rock latinoamericano en Argentina y México: por una parte, la respuesta de las casas disqueras para producir un movimiento entre los países de habla hispana, por otra las crisis sociopolíticas causadas por el autoritarismo estatal en las dictaduras y en los gobiernos neoliberales. Las imágenes y los testimonios le dan validez a esta historia produciendo una versión oficial de los hechos. Sin embargo, más allá de las exclusiones que cualquier tentativa histórica globalizante produce, lo que causa extrañeza es el débil criterio para trazar una frontera de lo que es y no es el rock.
Está ambigüedad funciona como premisa inicial para justificar el lugar visionario de Santaolalla en la historia, por haber adecuado el formato del rock a todo tipo de variaciones del folclor al mercado del pop latino. En ese sentido se siente el sesgo del documental y deja la sensación de no haber contado lo que debe, a pesar de no decir nada falso. “Rompan todo”, no es una declaración de principios. Al contrario, dice sin ningún reparo que para mantenerse vigente, una banda debe flexibilizar sus bases. Por este motivo, el concepto de lo que es el rock se presenta como una convención, una actitud política, a veces una simple pose que le da un sello de rebeldía a cualquier género.
También puede decirse, teniendo en cuenta el lugar protagónico del productor argentino, que el documental trata sobre una derrota personal. La imposibilidad de Santaolalla de encajar en ese rock incorruptible que encarnó en un primer momento con Arco Iris, quien junto a Almendra y La pesada de Billy Bond, trajeron la esencia de la psicodelia hippie y la beatlemania al marco porteño. Se hace evidente que los miembros de Arco Iris estaban más preocupados por actualizar y resaltar el sonido andino que por experimentar con la distorsión eléctrica a la manera de sus contemporáneos, aunque su falta de trascendencia en el género se atribuya en el documental a la intolerancia por parte de los poderes del establecimiento que veían en el pelo largo y la estridencia, un suelo para la subversión social.
El rock resistió en Argentina como en México a la censura, incluso se fortaleció con ella, pero Santaolalla se exilió a los Estados Unidos, justo en el momento en que el punk le daba paso al New Wave. Allá se dejó seducir por los sonidos sintetizados y formó Wet Picnic sin lograr un espacio para la banda a su regreso. Encontró una escena consolidada alrededor de músicos sin parangón. Era el momento donde Serú Girán alternaba con Spinetta Jade, Luca Prodan le empezaba a dar forma a Sumo y el rock entraba a una etapa menos radical con el glamour de Federico Moura y Virus. Allí, cuenta Santaolalla, que no encontró un lugar e incluso se sintió aludido por la letra de Charly García donde dice: “Mientras miro las nuevas olas, yo ya soy parte del mar”.
Hay que reconocer que debido a esa falta de vocación rockera, Latinoamérica contó con un productor de alto vuelo. A su visión se le debe el ascenso de grupos mexicanos eclécticos como Café Tacuba y Maldita Vecindad. También que Julieta Venegas o Juanes consolidaran su carrera como solistas. También es cierto que Santaolalla le dio al concepto forjado por grupos como Los Shakers, Los Saicos, Los Gatos, Los Hooligans e incluso Alex Lora; un giro hacia la fusión y al diálogo con ritmos regionales. En ese sentido la aparición de David Byrne, patrocinador de word music justifica la perspectiva del documental, al igual que las reiteradas opiniones de los músicos cuyas bandas encontraron su sonido bajo mirada del productor.
La manera en que se despliega el material da la impresión de una postura anti-establishment, aunque no sea clara. Si bien es cierto que algunas bandas tomaron una postura política, la mayoría le dieron prioridad al compromiso estético y a traducir la sensación generalizada producidas por el ambiente represivo, como el caso de Los Tres en contraposición a Los Prisioneros de Chile. Cuesta trabajo asimilar la manera en que se intenta adecuar la postura rebelde característica del rock en sus inicios con los acontecimientos sociales, sobre todo porque en las bandas afectadas por el influjo de Soda Stereo en el continente, hay más un interés por ser parte del sistema que de contradecirlo.
A pesar de las notable omisiones del documental, no sobra el tiempo dedicado a Soda Stereo. Los productores le hacen justicia al trío y al legado de Cerati. No se oculta que el impulso corporativo que recibió la banda sirvió para que fueran conocida de extremo a extremo y trazara un puente entre las expresiones de cada país. Tampoco que su formato moderno, abrió las posibilidades de integrar el rock a las inquietudes de los músicos locales sin sonar impostadas o copiadas. Es cierto que Soda Stereo abrió el camino de ida a lo que sería la campaña del “Rock en tu idioma”, puesta en marcha desde México. También que pusieron en evidencia a los grupos que intentaron emularlos sin lograr el mismo impacto, como Fobia, La ley, Zoé; quienes captaron la forma escénica, más no los vasos comunicantes con el sonido de The Police y The Cure — con la excepción de Caifanes.
Santaolalla también estuvo al margen del primer boom del “Rock en tu idioma”, por eso no da cuenta del movimiento de finales de los ochenta, donde fueron relevantes bandas que no aparecen en su mapa: no hay mención a un pionero como Miki González, quien modernizo el sonido garajero del underground peruano; menos se habla del blues chileno de Perrosky, ni del rock quechua de Uchpa. No se menciona a los brasileños de Paralamas do Suceso, Legiao Urbana o RPM, grupos realmente comprometidos con la realidad social de su país. Es una lástima que se mencionara a Ecuador en ningún capítulo, ya que Sal y Mileto logró darle forma a un memorable disco con identidad propia. En consecuencia, con cada omisión se entiende desde el presupuesto de flexibilizar conforme al mercado latino, el concepto de rock y el imperativo de plasmar la perspectiva del “rey midas de la producción latinoamericana”.
En general “Rompan todo” logra su objetivo: presentar la primera historia oficial del movimiento. A pesar de toda las detracciones sobre la imagen de Santaolalla, se trata de un documental necesario para empezar a pasar el cepillo a contrapelo y de hacer investigaciones arqueológicas más específicas y exhaustivas como la ameritan los apartados dedicados a Colombia. Nadie duda del lugar icónico que tienen los Aterciopelados en esta historia, se nota en ellos que no es fácil mantenerse fiel al impulso creativo en un flujo donde el mercado exalta la versatilidad de fusionar el agua con el aceite, para dar una impresión exótica como la ostentada por Shakira.
Sin la persistencia de Héctor Buitrago y Andrea Echeverry no se mantendrían abiertos los circuitos que le dan vida a nuevas bandas. No obstante, Aterciopelados es el resultado de otra historia opacada por las bombas de Pablo Escobar y la falta de interés del público que vio en el rock en español un producto de época enmarcado en el célebre Concierto de Conciertos. Aquella que cuentan insuficientemente Santaolalla y su director, Picky Talarico, al darle la palabra a Juanes para que hable sobre su antigua banda de metal. Se omiten acá esos años donde resonaba con fuerza no sólo el punk de La pestilencia sino el post punk de Hora Local, los sintetizadores de Estados Alterados y el grito de alegría del cantante de las 1280 almas…
El nombre del documental tiene un origen doble. Por una parte alude a la canción del grupo uruguayo Los Shakers, “Break It All”. Por otro, a una anécdota del célebre pionero argentino Billy Bond, quien al advertir la presencia de la policía en un recital le ordena al público romper todo. Se trata de un título efectivo por el enfoque de la historia: ligar al rock con la rebeldía política y darle al concepto musical un significado más amplio, incluso ambiguo. Lo cual viene bien a los intereses corporativos, pero no tanto a los cultores independientes del género. A fin de cuentas, no conviene andar rompiendo todo si se quiere dejar fluir otros puntos de vista.