El Magazín Cultural

México sin Cancún

El antiguo territorio de los mayas guarda en sus entrañas innumerables sorpresas históricas y ambientales, que a veces pasan desapercibidas cuando el visitante sólo se atiene a los manuales turísticos.

Natalia Méndez Sarmiento
03 de julio de 2017 - 02:14 a. m.
 Leyenda / credito
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Indudablemente, Cancún es un destino paradisíaco, si el propósito del viaje es resguardarse bajo la sombra de una palapa a tomar micheladas mexicanas y disfrutar de la belleza incomparable del océano turquesa del Caribe. Sin embargo, aunque los vuelos internacionales lleguen a esta famosa ciudad turística, que no cuenta con un gran atractivo salvo la vistosa zona hotelera, no es necesario hospedarse allí. En el aeropuerto hay servicios constantes de transporte en buses amplios y cómodos a lugares cercanos.

Una de las razones para buscar otro punto de estadía es que Cancún no es el centro de desplazamiento hacia los principales atractivos turísticos de la Riviera Maya. Esto aumenta el tiempo en carretera al ir de un lugar a otro y, por supuesto, los costos del viaje. Además, esta ciudad es sólo un trozo del estado de Quintana Roo en la península de Yucatán.

Un destino similar, aunque más pequeño, es Playa del Carmen, una ciudad a 70 kilómetros de Cancún, buen punto de estadía para quienes prefieren las comodidades de una urbe junto al mar o tienen costumbres noctámbulas. Constantemente salen desde allí ferris que recorren el mar Caribe hacia la isla de Cozumel, el punto más oriental de México, que cuenta con una inmensa barrera de arrecifes para los amantes del snorkel y el buceo, y aún conserva grandes extensiones de selva virgen.

Sin embargo, si el objetivo es conocer el México imaginado por muchos, de historias prehispánicas y una atmósfera mística, la mejor opción es ir hacia el sur de Quintana Roo, para hacer un recorrido por la cultura maya y por la selva espesa con incontables recovecos.

Tulum, a un par de horas de Cancún, es un pequeño pueblo mágico —así les han llamado a 111 lugares en México, en reconocimiento a la riqueza cultural o histórica que abarcan—. Basta tomar una bicicleta desde el pueblo, para llegar a las únicas ruinas mayas que se encuentran sobre un acantilado frente al mar. Esta antigua población fue vital para el comercio marítimo de la península: a esto se debe su ubicación.

Desde El Castillo, una de las estructuras que se mantiene en pie y que funcionó como faro para quienes sorteaban su rumbo navegando por la gigantesca barrera de arrecifes que toca a Cozumel, puede verse el horizonte turquesa del Caribe, así como la arena blanca que lo recibe, extendida en varias playas a lo largo de Tulum.

A 40 kilómetros de este pueblo, que, según dicen los pescadores mayas habitantes de la zona, es uno de los puntos energéticos del planeta por su alta vibración armónica, se encuentra Cobá. Este lugar, escondido entre grandes ceibas, fue una de las ciudades mayas más importantes del actual México. Además de poder apreciar las canchas del antiguo juego mesoamericano de pelota y algunas estructuras simbólicas por su peculiar arquitectura, es posible tener la selva bajo los pies al subir a la pirámide de Nohoch Mul, con 42 metros de altura.

Aunque a esta distancia la vista no alcance a distinguir las ceibas de otras especies, no pueden perderse de vista al pasar junto a ellas, pues fueron sagradas para la cultura maya. Según algunos frisos encontrados desde Guatemala hasta México, las ramas de este árbol sostenían el cielo, y el tronco y las raíces eran la conexión entre el mundo de los vivos y los muertos.

Por el mismo camino, a una hora y media en bus, está la famosa y por supuesto grandiosa Chichén Itzá. Si bien no forma parte del estado de Quintana Roo, sino del de Yucatán, es imprescindible si de adentrarse en la historia antigua de México se trata, pues, aparte del emblemático templo de Kukulcán, maravilla del mundo, se encuentran en pie variadas estructuras con una arquitectura notablemente diferente al resto de la península.

Kukulcán es la representación maya del dios Quetzalcóalt. Como la mayoría de estructuras prehispánicas en América, cada piedra colocada tiene una razón de ser. Por esto, en los equinoccios de primavera y de otoño, es decir, el 21 de marzo y el 21 de septiembre, en una de las escaleras del templo el sol proyecta en sombras el cuerpo de la serpiente emplumada (Quetzalcóalt), que simboliza el llamado a las labores agrícolas. Un espectáculo que vale la pena presenciar, aunque la cantidad de turistas esos días sea impresionante.

Volvamos a Tulum. Tomando el camino opuesto por el que se iría a Chichén Itzá, hay una ruta que atraviesa la zona hotelera del pueblo hasta llegar a una carretera de ripio, que se introduce en la reserva de la biosfera Sian Ka'án hasta llegar a Punta Allen.

El silencio es absoluto. A cada lado de la ruta se extiende una selva impenetrable, habitada por diminutas aves y grandes jaguares. Al llegar al Puente de Boca Paila, sobre un manglar, que a unos cuantos kilómetros se une con el mar, con paciencia se pueden ver cocodrilos y manta rayas en su hábitat natural. Llegar al final de esta ruta es recibir el regalo de la naturaleza. Después de Punta Allen, únicamente queda el mar cian, ya no es solo turquesa, donde vive en completa tranquilidad una comunidad de pescadores.

Partiendo nuevamente de Tulum —por eso la insistencia de hospedarse en este pueblo— en dirección contraria a Cancún, es decir, hacia el sur, se encuentra el pueblo mágico de Bacalar, a pocos kilómetros de la frontera con Belice.

Mágico es una palabra corta para lo que este pueblo encierra: la laguna de Bacalar o de los siete colores. Sus tonos van desde un azul profundo, abrumador, si se hace kayak en medio de sus aguas; pasan por un brillo cian intenso y terminan sobre la arena blanca en las playas. La intensidad de la luz solar, las diferentes profundidades y el suelo le dan esta característica especial al inmenso cuerpo de agua. A simple vista es sublime, aunque también pueden practicarse algunos deportes acuáticos.

Como si aquella laguna no fuera suficiente para embelesar al público, en Bacalar se encuentra el cenote Azul, con 90 metros de profundidad y 300 metros de diámetro. Una piscina natural y enigmática.

Según la creencia maya, los cenotes eran portales dimensionales que daban paso al inframundo. Allí se hacían rituales sagrados, por lo que se han encontrado restos óseos humanos. Geológicamente, son espejos de agua dulce que se formaron gracias a la filtración de esta entre las rocas, y están interconectados de manera subterránea.

Hay miles de cenotes en la península, aproximadamente 8.000, aunque muchos no han sido explorados todavía. Algunos son a cielo abierto y a otros se accede bajando por largas escalinatas. Son helados, de colores nacarados y muy profundos. Nadar en ellos es una experiencia sobrecogedora. Hay silencio y una calma inquietante. Es fácil ver el fondo rocoso desde la superficie ya que el agua es cristalina, pero hacer snorkel es casi obligado para apreciar mejor el abismo y las cuevas por las que entran atrevidos buzos.

Si entre los planes no está hacer recorridos enigmáticos o arqueológicos por México, la propuesta de hospedarse en Isla Mujeres o en Holbox puede sonar tentadora.

La primera es una isla de fachadas coloridas y mar calmo, a la que se llega tomando un ferri en Puerto Juárez, en Cancún. Su nombre se debe a esculturas femeninas encontradas por los españoles a su llegada, que actuaban como ofrenda a dioses mayas. Esta isla alberga un peculiar museo de arte subacuático con más de 500 esculturas, construido con el fin de crear un arrecife artificial para darles refugio a las especies marinas de la zona.

A Holbox se accede en ferri desde un pueblo llamado Chiquilá, a un par de horas de Cancún. Es un edén silencioso y en gran parte inexplorado, razón por la que abunda la fauna terrestre y marina. Es común hacer excursiones de buceo en esta isla para nadar junto al tiburón ballena entre los meses de julio y octubre.

Al explorar un poco más lejos la península, si el viaje planeado es largo, en los estados de Yucatán y Campeche, se puede visitar el pueblo de Valladolid, que tiene inigualables cenotes; la ciudad amurallada de Campeche, en el golfo de México, o Ría Lagartos, en el norte, un manglar de agua rosada cundido de flamencos.

Si piensa hacer, próximamente, un viaje a este lugar del planeta, recuerde que México, sin Cancún, es más que fascinante.

Por Natalia Méndez Sarmiento

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