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“El libro negro” como lo llama la poeta María Paz Guerrero, es un río en el que se sumergen las palabras, porque para él ser poeta es saber nadar. Michael Benítez creció entre la ruralidad, el rock and roll, los colegios públicos, los juegos callejeros, los cucarrones y las plazas de mercado. Usme es su aldea, su poema no escrito, su latido diario y su casa más grande.
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Lo que quería decir era otra cosa es un poemario escrito sin artificios, una exploración del cambio que muestra la inocencia de un niño que anda sucio por la calle y la transformación de un joven que carga el cielo en sus bolsillos al lado de los cigarrillos y las monedas para el tinto. En este libro la muerte anda pisando la sombra del hambre, rondando en las fosas comunes, en las esquinas, en los terrones de tierra y en el corazón del poeta. Aquí Pessoa está al nivel de Ronaldinho y la adrenalina en la complicidad de un balón de fútbol, sus poemas le muestran al lector que pueden existir múltiples formas de nombrar la sencillez de la vida, de adentrarse en la cotidianidad, de transitar sus abismos y guardar silencio. Benítez sabe dejar palabras sueltas en el aire, trazos desordenados enredados en el viento de una ciudad sin mar en la que siembran palmeras, residuos de belleza en el hollín que se adhiere a las paredes y cantos amistosos en la entrada de una fría Bogotá plagada de cementerios interiores.
“Mis padres son campesinos, llegaron a la ciudad y se ubicaron en los suburbios. Mi infancia la siento muy inocente, la relación que se tiene con el mundo es más pura y más honesta, la visión del niño está más cercana a la poesía porque no hace malabares con palabras para construir frases bonitas, mi forma de llegar a la escritura es por medio de la vida y la experiencia, lo importante no es escribir la poesía sino sentirla”.
Su voz es fuerte, desobediente, transgresora y al mismo tiempo dulce. La ausencia, la escasez material, las despedidas, los amigos, los refugios espirituales y la incertidumbre de la muerte hacen que este trabajo de varios años se convierta en un diario de campo en el que dialogan las rupturas interiores, la fragilidad de la vida, la rebeldía y sobre todo el placer de no portar una libreta militar en un país que jamás ha parado de engendrar guerras. Para él “el poeta es quien más veces muere entre los hombres”, porque sabe que aquello que sintió un día, jamás regresará.
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“La muerte en este libro es como el poeta: callada y escurridiza. Este libro es negro, habría que pensarlo así porque no es un libro maldito, urbano, antipoético, nadaísta ni post nadaísta, no es un libro híbrido que mezcla aforismos, versos y poemas en prosa, es negro como cuando un hombre se mira en el espejo y encuentra una pantalla negra, una transparencia negra. Las imágenes en este libro no tienen jerarquía sino un centro oscuro y un hoyo negro, para el poeta tener una imagen es tenerlo todo”, mencionó María Paz Guerrero el día del lanzamiento.
Y aunque después de escribir este libro Michael Benítez todavía no sabe qué era lo que quería decir, sí lo nombró muy bien: “entre palabra y palabra habita el silencio que escribe el poema”.