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La esquina delirante (Microrrelatos)

La esquina delirante es un espacio para decir la mayor cantidad de cosas en el menor espacio posible. En estas historias, la literatura y la brevedad lideran una carrera en la que todo se vale, excepto extenderse demasiado.

Autores varios
21 de febrero de 2024 - 12:16 a. m.
La literatura de microrrelatos en América Latina se ha enriquecido gracias a la diversidad de voces que han contribuido al género, entre las cuales destacan figuras como Augusto Monterroso, Guillermo Samperio o Ana María Shua. Estos autores, a través de la economía de palabras, han logrado capturar la esencia de la narrativa en fragmentos breves. La literatura de microrrelatos representa un terreno para la creatividad y la exploración narrativa.
La literatura de microrrelatos en América Latina se ha enriquecido gracias a la diversidad de voces que han contribuido al género, entre las cuales destacan figuras como Augusto Monterroso, Guillermo Samperio o Ana María Shua. Estos autores, a través de la economía de palabras, han logrado capturar la esencia de la narrativa en fragmentos breves. La literatura de microrrelatos representa un terreno para la creatividad y la exploración narrativa.
Foto: Isabella Garzón Alvarado

Mi colección

Me encanta verlos en la vitrina, se ven maravillosos, son mi tesoro. Cada uno de mis muñecos irradia una personalidad diferente: uno es roquero; otro, rapero; también tengo un bailarín y un cantante.

Me gusta sentarme en mi sillón rojo aterciopelado. Siento satisfacción al observarlos. Admirar sus rostros pálidos, demacrados y petrificados. El proceso de embalsamiento produce en mí tanta fascinación, que no puedo evitar mirarlos horas, tras horas.

—Por favor, déjame salir. — Gritó el nuevo, moviéndose con desespero, impaciente e inquieto por soltar sus manos, moradas y ensangrentadas, atadas a la camilla.

—Silencio, amor mío. Pronto serás parte de mi colección.

Isabella Garzón Alvarado*

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Feliz Nochebuena

Mi abuela detestaba la Navidad; cada diciembre, con su misma expresión neutral, se encargaba de quitar el árbol, que con tanto esmero habíamos armado. Rápidamente nos quejábamos entre gritos.

–¡Abuela! No sea tan egoísta. Usted ya está vieja para quitarnos un mísero adorno, déjenos por lo menos tener un arbolito.

Ella, implacable, no cedía y guardaba todas las decoraciones en una habitación que tenía la puerta con llave. Según lo que nos habían contado nuestros tíos, esa era la habitación de nuestra madre, quien había fallecido cuando nacimos.

Así pasaba cada diciembre, entre quitar las decoraciones, gritar y ver cómo nuestros compañeros disfrutaban de una festividad que nosotros nunca pudimos gozar. Tan solo éramos unos niños ignorantes de la realidad de un país entero.

Sin embargo, no fue hasta muy tarde que nos dimos cuenta de que cada noche llantos y gritos de dolor fusionados con los ritmos de “Los Hispanos” inundaban nuestra pequeña casa. Era ella, nuestra abuelita, quien sufría los estragos del secuestro, desaparición y posterior asesinato de María, su hija menor y nuestra madre, en pleno 24 de diciembre a manos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y que fue encontrada, años después, en una fosa común en San Vicente del Caguán.

Emanuella De Luca*

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Cielo

En la primera habitación de la casa junto al mar, la mujer recordaba cómo los momentos más importantes de su vida sucedieron sobre esa playa que juntos llamaban hogar. Allí lo conoció, lo amó, y aceptó que él la dejase de conocer, ya que, hace cuarenta años, había empezado una danza de constantes preguntas: “¿Qué es esto? ¿Qué hago en esta casa?”. El punto de no retorno fue: “¿Quién eres tú?”

En la habitación contigua ocurría un cambio en las profundidades de la mirada desconectada que, desde hace mucho tiempo, veía todo por primera vez. Como olas que erosionan la costa, el brillo almibarado de su cabello, el juego de su risa y cada detalle de su amor se colaban en su mente. Al comprender que volvía a saber quién era ella, dijo con todas sus fuerzas: “Cielo, ven”.

Atónita, la esposa corrió, y sin dar crédito a lo que había escuchado, le preguntó: “¿Cómo? ¿Por qué?”. Con inmensa claridad él le respondió: “Podré olvidar lo que pasó, pero no como se sintió. Nunca podría olvidar tu amor”.

En esa noche de verano, juntos recordaron. Y al amanecer, bajo la ilusión de un nuevo comienzo, ella despertó emocionada por escucharlo pronunciar su nombre una vez más. Pero entonces, él preguntó: “¿Quién eres tú?”.

Juana Duarte*

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¿Me permite usted?

Homenaje a la película: Pearl

Pearl siente cómo las hojas y las tusas de maíz le arañan la cara. Al llegar al claro, se detiene y observa con cuidado su objetivo: un espantapájaros raído y descolorido colgado de una cruz. Escalando con destreza llega arriba, lo rodea con sus brazos y le pregunta:

—¿Me permite este baile?

Tras su cuestionamiento, empuja a su pareja de baile de la cruz donde estaba colgado y ella misma se tira también. Le quita el sombrero que hace parte de la indumentaria propia de un señuelo de ese talante y enseguida empieza su actuación. Revolea al muñeco con fuerza, sus pasos tienen un ritmo desordenado y las cañas de paja vuelan por doquier, mientras dentro de la cabeza de Pearl suena una orquesta acompasada.

Al terminar el espectáculo, tira al suelo a su compañero y se le sube encima. Sus labios tocan la sucia sábana que mantiene todo el heno junto; enseguida su lengua empieza a bailotear simulando un beso apasionado, pero solo logra arrastrar el barro y el polvo ya presentes en el arremedo de monstruo.

Cuando se separa ligeramente de su víctima, algo extraño ocurre. En reemplazo de los botones hundidos como ojos y de los hilos cosidos como boca, está la cabeza humana y palpable del proyeccionista del que Pearl había quedado encantada. Lo aparta con fuerza y grita furiosa:

—¡Tengo esposo!

Laura Rico*

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Amor en cuatro tiempos

El invierno, siempre tan solo, silencioso, nostálgico, que trae de nuevo tu recuerdo a mi mente. Es difícil ver alrededor y no encontrar un culpable claro. Creo que nos perdimos en el temor, pero… ¿temor a qué? ¿Al rechazo? ¿Al dolor?

Aún guardo en mi memoria el día que nos conocimos: tu vestido resplandecía e inundaba todo el lugar con tu luz; tu cabello, decorado con hermosas rosas, hacía juego con tu esencia y formaban la postal perfecta de primavera.

El verano llegó y con él toda nuestra pasión; sin embargo, la ola de calor fue mágica y efímera. De repente, junto a cada hoja que caía, nuestro amor se desvanecía.

Sin importar la estación, es imposible que no pase un día sin pensar en ti. Tal vez no estábamos destinados el uno al otro, o tal vez sí, nunca lo sabremos y viviremos siempre en ese tal vez.

En mi realidad, tú solo eres un recuerdo, y el frío del invierno fue tan fuerte que ya congeló mi corazón.

Sebastián Rosas*

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Si está interesado en escribir para La esquina delirante, puede enviar su microrrelato al correo: laesquinadelirante@gmail.com, y seguir la cuenta de Instagram @lacasaliteraria_ (Máximo 200 palabras, con el nombre del autor y la nacionalidad).

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