En 1496, Miguel Ángel, un joven artista de 21 años que necesitaba dinero, falsificó en Roma la estatua antigua de un Eros durmiente, que fue comprada por el cardenal Raffaele Riario, quien pensó que había comprado una antigüedad romana, las cuales estaban de moda por los ideales renacentistas. Tras la caída de los Médici del poder y su exilio, y en vez de castigar al escultor recién llegado de Florencia, el cardenal decidió encargarle una pieza.
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Noah Charney, profesor de Historia del Arte, le dijo a Artsy (una plataforma de arte para venta de obras) que la copia era una habilidad requerida para la práctica artística en el Renacimiento. En el caso de Miguel Ángel, esas lecciones jugaron a su favor, pues así encontró a su primer patrón en Roma. Luego de ese primer encuentro a través del Eros durmiente, el joven artista trabajó en su primera comisión para el cardenal: un Eros de pie y, luego, una escultura del dios Baco, que fue rechazada por Riario y terminó en la colección del banquero Jacopo Galli.
Pero su estancia en Roma no terminó ahí. Las comisiones comenzaron a llegar y fue en 1497 cuando el embajador francés ante la Santa Sede le encomendó la creación de una escultura que mostrara a la Virgen María sumida en el duelo, sosteniendo el cuerpo inerte de su hijo, Jesús. La pietà se convirtió en una de las obras más reconocidas de este artista e hizo que su nombre resonara frente al papa Julio II.
Miguel Ángel regresó a Florencia en 1499, con el orden restaurado y una reputación que lo precedía, y continuó recibiendo comisiones de diferentes patrones. Durante esos años terminó una de sus obras maestras, la colosal escultura de David, que había sido concebida 40 años antes por Agostino di Duccio. El inicio del siglo XVI también trajo consigo la comisión de Angelo Doni para que pintara a la Sagrada familia, también llamada Tondo Doni.
En 1505, dos años luego de que Julio II llegara al trono de san Pedro, mandó llamar a Miguel Ángel para hacerle un importante y ambicioso encargo: su tumba. Tenía la visión de que su sepulcro fuera algo monumental y se albergara dentro de los muros de la Basílica de San Pedro. Sin embargo, esta comisión probó ser la más desafiante y extensa para Miguel Ángel. Un año después del encargo, el sumo pontífice se enfocó más en la reconstrucción de la basílica, lo que desencadenó la ira del artista y su regreso apresurado a Florencia. “Julio II le mandó volver, pero el artista se negó y el gobierno florentino, que no quería enfrentarse al papa, intervino para que volviera. En lugar de seguir trabajando en el sepulcro, Julio II le ordenó realizar una estatua en Bolonia, donde el pontífice estaba con su ejército. Miguel Ángel se resistió, pues la fundición en bronce no era su especialidad, pero fue inútil”, escribieron Rose-Marie y Rainer Hagen en Los secretos de las obras de arte. “Volvió a Roma en 1508, donde se proponía seguir trabajando en el sepulcro, pero en su lugar tuvo que pintar el techo de la Capilla Sixtina. Volvió a negarse una vez más, pues se consideraba escultor y entendía que su material era el mármol, no el color. Fue en vano”.
Fue gracias a Julio II que Miguel Ángel dio al mundo los frescos de la Capilla Sixtina. “Fue él quien convenció a Miguel Ángel de pintar en lugar de esculpir y al hacerlo le permitió la licencia para crear una de las grandes pinturas del arte europeo”, se lee en una publicación de Eclectic Light. Sin embargo, este fue solo uno de los proyectos que se interpuso entre el artista y su visión de grandeza para el sepulcro del papa.
Una tumba sin fin
“Como se describe en la biografía de Miguel Ángel escrita por Ascanio Condivi (Roma, 1553), la tumba de Julio II debía ser un monumento independiente de tres pisos y podría haber incluido hasta cuarenta y siete grandes figuras talladas en mármol de Carrara”, se lee en la página oficial del Museo Metropolitano de Arte.
Aunque el papa falleció en 1513, apenas un año después de que Miguel Ángel terminara la Capilla Sixtina, su tumba estuvo lista hasta 1545. El artista tardó 40 años en completar el proyecto, que terminó siendo una sombra de la grandeza que dejó dibujada en sus bosquejos.
De los tres pisos que planeaba, solo se completó la fachada de uno, que se conserva en la iglesia de San Pietro in Vincoli. Y, antes de la muerte del papa, logró completar algunas de las esculturas, como la de Moisés y algunos esclavos que habrían estado en el primer piso del sepulcro, pero ahora están en el Louvre. Con la muerte del papa, el contrato de Miguel Ángel cambió y se le encargó una tumba de pared. El pacto entre el artista y los herederos del papa cambió múltiples veces, llegaron también nuevas comisiones que evitaron que completara su trabajo, hasta que en 1542 un último acuerdo fue firmado y el escultor completó lo pactado tres años después.
Moisés (que mide más de dos metros) es una de las figuras esculpidas entre 1512 y 1513 utilizadas para lo que sería el monumento funerario de Julio II, aunque sus restos nunca llegaron a descansar entre las figuras de mármol que alcanzó a esculpir el artista. La imagen del profeta es una de las grandes muestras de talento de Miguel Ángel y se convirtió en el protagonista del monumento.
“En la figura dinámica del Moisés de Miguel Ángel tenemos una clara idea del profeta y de su deber de cumplir los deseos de Dios. Moisés no es una figura pasiva del lejano pasado bíblico, sino una figura viva, palpitante y presente que refleja la voluntad y el poder de Dios”, escribieron Beth Harris y Steven Zucker para Smart History.
Aunque el sepulcro que alguna vez se imaginó Miguel Ángel nunca vio la luz, de esta comisión quedaron algunas piezas que reforzaron la reputación del artista como escultor.