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“Aquí yace un obrero del bien” sugirió alguien para su lápida, una frase que explica por qué fue conocido con el título del Gran Ciudadano: comprometido con la justicia social, el progreso económico y la libertad, especialmente la de prensa.
Miguel Samper Agudelo hablaba de una sociedad libre de lastres coloniales: el esclavismo, la concentración económica de la Iglesia, el proteccionismo comercial y la desigualdad social. Entendió que la educación era la llave maestra que abriría las puertas a una nueva sociedad. Defendió un sistema laico concentrado en los derechos de los estudiantes más que de los intereses de los padres.
Nunca renunció a su militancia liberal, aunque él mismo se presentaba como un francotirador del partido. Ante las diferencias, siempre puso la defensa de la libertad por encima del orden. Evitó la confrontación violenta y la calumnia oportunista tan de moda en estos días. En sus columnas, cuestionó el gobierno del presidente Nuñez. Se opuso a la utilización del Banco Nacional para financiar la guerra. Cuestionó las restricciones a la libertad de prensa y denunció el abandono de Panamá argumentando que eso abriría el camino para que Estados Unidos, aprovechando la guerra civil colombiana, se “tomara” el Istmo. El presidente Nuñez reconocía en Don Miguel un contradictor legítimo que planteaba sus argumentos con la convicción resultante de su probidad moral, amor a la patria y sensibilidad social.
Don Miguel creía en la libre empresa, pero con restricciones éticas y sociales. Decía que un negocio es bueno si las dos partes están seguras de haber ganado algo. Algunos confunden su defensa del libre comercio internacional con una evocadora anticipación del neoliberalismo. Olvidan que sus tesis de libre comercio pretendían liberar las antiguas colonias españolas del monopolio marítimo y que él estableció negocios competitivos con el exterior como: la Casa Comercial de Exportaciones e Importaciones de Honda, sus cultivos de tabaco en Ambalema o la primera Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá. Además, siempre habló de la necesidad de industrializar a Colombia.
Su carrera pública terminó en la aceptación de una candidatura presidencial en 1898 que no buscó y tampoco quería. Compitió con el candidato del presidente Miguel Antonio Caro, Manuel Sanclemente, quien ganó de forma fraudulenta. Sanclemente fue reemplazado pronto por José Manuel Marroquín, bajo cuyo mandato perdimos Panamá como bien lo anticipó don Miguel.
Escribo estos recuerdos con la devoción que siempre ha tenido la familia por el nombre ilustre de Miguel Samper Agudelo, tronco del cual venimos muchos de los “samperes”. Antes de cumplirse un siglo de su muerte, tuve el honor de llegar a la presidencia en 1994. El día anterior a mi posesión, repasé las páginas de su ensayo “La Miseria de Bogotá”, uno de mis libros preferidos, y encontré estimulantes coincidencias con los programas de gobierno que anunciaría el día siguiente: la búsqueda de la paz, la federación territorial, la igualdad social, el fin de los monopolios, la limpieza del sufragio y la necesidad, aún vigente, de que nuestro sistema político evolucione hacia un régimen parlamentario.
* Expresidente de Colombia