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El miércoles 29 de agosto pasado se hicieron en Puerto Estrella, La Guajira, las exequias de Miguel Valbuena Wouriyú, quien aún joven empezó a hacer su tránsito por la vía láctea hacia el mundo de los espíritus y de los ancestros wayuu. Con inmenso dolor y profunda tristeza, quienes lo conocimos en su territorio, en Bogotá o en las diversas latitudes universales por donde caminó, reafirmamos ahora los sueños y seguimos hilvanando las conversaciones que tejimos con Miguel, cuyo eco aún resuena en nuestro corazón mientras su figura se agiganta y se decanta en el recuerdo, pero también en el alma esperanzada y segura de que sus lecciones nos seguirán indicando caminos…
Como los viejos cazadores wayuu, Miguel desde la temprana edad en que lo vimos por primera vez como estudiante del colegio Septimio Mari en Manaure por allá en los años 80s del siglo pasado, se fijó metas y supo seguir la trilla detrás de la presa mayor de su misión en la vida: los valores y el talente austero e inflexible de sus antepasados, cuya huellas supo descifrar en tanto claves de un futuro mejor para todos. En efecto, Miguel supo, como los amerindios de espíritu más antiguo, que el porvenir se forja descifrando las huellas del pasado de los ancestros, y especialmente si éstas se han tallado en el territorio mismo, por cuyas comarcas fue y volvió tantas veces, y murió en el aprendizaje de la vida a la manera wayuu.
Para ello tuvo que afrontar retos enormes que todos conocimos a pesar de su discreción y de su silencio, como aquel que lo llevó a dejar la universidad por un tiempo mientras hacía el propio currículo wayuu de una estancia de casi dos años en el woumainpa de los Wouriyú de Puerto Estrella, para reaprender quién era su familia, su idioma y hasta la materia misma de los sueños como el espacio más entrañable de la socialización ancestral, y después retornar y cumplir la meta de hacerse antropólogo, en función todo ello del manejo de la interculturalidad como forma y como designio de la defensa de los derechos wayuu, y en tanto camino de construcción de un ejercicio profesional que al mismo tiempo se forjó como un proyecto de vida ejemplar.
Esa discreción y ese silencio, propio de aquellos cazadores ancestrales, se convirtieron para Miguel en crisoles donde supo amalgamar el conocimiento de lo propio, la inteligencia sobre el mundo alíjuna, y una ejemplar ruta de vida en torno a la amistad, el amor, el rigor profesional y el compromiso con la verdad y con una idea de la justicia que combinó siempre lo mejor de lo propio wayuu, con lo más profundo del pensamiento crítico alíjuna, y con los valores de la diversidad y la defensa y el ejercicio de los derechos humanos colectivos de los pueblos indígenas.
Respecto de lo propio, fueron clarividentes aunque aún no suficientemente conocidos ni comprendidos del todo, sus trabajos sobre el ordenamiento ancestral wayuu, que le permitieron, a partir del aprendizaje sobre el tejido comarcal ancestral del entorno de las salinas de Manaure, reconstruir el mapa de las patrias, o por decir mejor, de las matrias wayuu del entorno de la Bahía de Portete, y luego de los territorios wayuu de las lagunas costeras de Camarones y de la serranía de La Macuira, éstos últimos en busca de la construcción de un diálogo con las respectivas áreas protegidas del mismo nombre dentro del sistema de parques nacionales; y el primero en función de identificar los sistemas de autoridad y de pertenencia de los apushis de dicha bahía, devastados unos pocos años después por los sucesos conocidos como la masacre de Portete a manos de paramilitares y de agentes del desarrollo nacional interesados en mantener y monopolizar el comercio de contrabando y la apropiación de los puertos naturales allí existentes.
O los trabajos de investigación acción en torno a los desplazados wayuu por las acciones del paramilitarismo en la frontera y en la alta Guajira, que contribuyeron al reconocimiento por parte de las Cortes de las amenazas sobre su pueblo, y a perfilar los retos y los términos de la política pública de defensa de sus derechos fundamentales. En ellos hizo una lista detallada de lo que en su cultura se denomina como Mojús, o enfermedades proveniente de la sociedad nacional e internacional, la cual publicó en su libro “Sutchiin Akuaitpa, Fortaleciendo el derecho propio del pueblo wayuu”, coeditado por la Ong Partners y la organización de defensa e investigación sobre los derechos wayuu que Miguel fundó, Akuaitpa Waymakat. Para esos efectos, ya había realizado con su equipo de trabajo un estado del arte de la situación de las organizaciones wayuu existentes a lo largo y ancho de la península, allí publicado, que continuó un antiguo trabajo sobre las organizaciones wayuu asociadas a la explotación de la sal, publicado en el libro “Cuando la sal se corrompe, wayuu, Estado y empresarios en las salinas de Manaure, 1970-2004”, editado por el Cerec y Akuaitpa Waimakat.
También fueron claves sus aportes en el proceso de reconocimiento por parte de la Unesco de los palabreros como patrimonio de la humanidad, dentro de un esfuerzo de inclusión social y revalorización de la cultura wayuu, que se prolongó por muchos años.
Así, Miguel en estos y otros empeños, hizo como pocos el tránsito de la tradición oral a la palabra escrita, enriqueciendo al diálogo intercultural en ámbitos nacionales e internacionales, que lo llevó a trabajar como consultor y asesor de Naciones Unidas en defensa de los pueblos indígenas del mundo.
En tal sentido son conmovedoras su persistencia, su tesón y su confianza en la propia gente wayuu, y la indeclinable mirada crítica sobre una sociedad como la occidental, extraviada por excesos de devastación ambiental, consumismo, violencia y desigualdad; y la forma como mantuvo durante décadas un magisterio con sus amigos y socios wayuu más jóvenes, e incluso con escogidos aliados alíjunas, que propició un relevo generacional y la continuidad de sus metas a partir de la consolidación de organizaciones como la citada, pero también de empeños como el ejercicio y el respeto de los justicia propia wayuu, entre muchos otros, siempre ejercidos a través de lo que hoy reconocemos como ese estilo personal tan suyo, elegante, digno, mesurado pero firme de gestión institucional y de trabajo social y de vida que poco a poco aprendimos a identificar como lo más profundo del sukúaitpa wayuu en su sonrisa o en su mirada aguda, tranquila e inteligente…
Así, detrás del dolor y de la tristeza poco a poco se decantan en nuestro espíritu la alegría por haberlo conocido, el agradecimiento porque nos permitió caminar a su lado aproximándonos a las trillas de sus ancestros, la esperanza renovada en el mejor estar del pueblo wayuu y al mismo tiempo del país diverso, multicultural y de inclusión y justicia social que soñamos juntos, y la certeza de que su cariño, su amor, su ejemplo, sus lecciones y su amistad estarán con nosotros mientras vivamos…