El Magazín Cultural

Miserables universales

La problemática social que se narra en “Los miserables” refleja cuán bajo han llegado el abandono estatal, la pobreza y el abuso del poder. Esta película era la encargada de clausurar el Festival de Cine de Cartagena, cancelado este viernes 13 de marzo.

Laura Camila Arévalo Domínguez
14 de marzo de 2020 - 01:30 a. m.
 “Los miserables” fue nominada en la categoría de Mejor película de habla no inglesa en los  Premios Óscar. /Cortesía
“Los miserables” fue nominada en la categoría de Mejor película de habla no inglesa en los Premios Óscar. /Cortesía

“Nosotros solo nos podemos hacer respetar”, le dice un policía de la Brigada de Lucha Contra la Delincuencia (B.A.C. en francés), a su compañero. Se lo dice porque le está reclamando por un abuso de autoridad. Se lo dice porque aún cree en la bondad, o porque aún no ha entendido la dinámica de un sistema en el que, según muchos, lo único que puede hacerse es intimidar para contener. ¿Y contener qué? Un estado de absoluta miseria.

Lady Ly es el director de “Los miserables”, película nominada a los Premios Óscar y la encargada de clausurar el Festival Internacional de Cine Cartagena (Cancelado ayer).

Ly nació en Montfermeil, París, el barrio en el que se inspiró para la película. El mismo en el que Víctor Hugo enfocó los hechos de su novela “Los miserables”, obra fundamental para la realización de este filme.

La dinámica entre el barrio y la autoridad se basa en el miedo. A través de un patrullaje en el que dos policías antiguos y uno recién llegado vigilan el barrio, se narra la cotidianidad de un lugar en el que, a través de la cautela, la conspiración y la fuerza, el control se sostiene sobre un hilo que, tarde o temprano, se reventará. Una frágil cuerdita que dejará de soportar que la vida no sea la prioridad.

En el barrio de “Los miserables” el crimen no se disimula. Por sus calles atestadas de basura se ofrece un sinfín de productos que los policías observan. El tráfico de cosas, animales y drogas se controla por medio de un pacto entre los guardianes del orden y los líderes del barrio, quienes, a su vez, con la religión y las armas, someten a los que sobreviven en medio del hacinamiento, la contaminación y el tedio. Familias de origen africano con miles de niños que, con banderas francesas, se desplazan al centro de París a apoyar a su selección. Los niños que salen de aquel lugar gritan de emoción, gritan por su tierra, gritan palabras en francés. Después regresan a encontrarse con todo lo que se desconoce de Francia en el exterior. Con todo lo que se ignora de un país reconocido por su riqueza cultural, sus encantadores cafés y su emblemática Torre Eiffel.

En este filme las miradas dicen mucho más que los diálogos. La complicidad o la desconfianza son evidentes en cada uno de los gestos que se lanzan entre aliados o enemigos. Sus esperanzas están en Alá, que tiene su representante en la Tierra, en París, en su barrio. En él confían y a él acuden cuando buscan justicia o protección. De ahí en adelante está claro que los policías que los cuidan, en realidad los vigilan. Que ese trío con licencia para matarlos termina siendo como ellos: humanos a la espera de que se diga que su trabajo se hizo. Que se diga que todo está bajo control cuando en realidad, el único descontrol de aquel lugar se produce cuando ellos intentan imponerse en un sistema que se construyó bajo los acuerdos del abandono. Los que viven ahí, los miserables, hacen lo que pueden. Los policías, otros tres infelices, también.

“De una cosa estoy convencido: la próxima revolución vendrá de los suburbios”, le dijo Ly a Janina Pérez en una entrevista que publicó este diario. Esa fue su respuesta a la pregunta de si creía que en esta época pudiese darse algo parecido a la Toma de la Bastilla.

El descontento en Francia es claro. El desasosiego en el mundo es real. Según Ly, esta película es una alarma y un llamado de atención al gobierno. “Tengo la impresión de que Macron, de alguna manera, ha perdido el sentido de la realidad”, remata el director, que por ser francés habla de su presidente, pero que se refirió a un problema mundial. Esta película es universal: las carencias que padecen en aquel barrio son las mismas de los marginales de cada país.

En el filme se invierten los papeles. Cuando la autoridad abusa y oprime y humilla y castiga, la furia se desata, y es ahí cuando el miedo se convierte en pura rabia. Hay un giro en esta película en el que se ven las consecuencias de que a las personas las dobleguen hasta el punto de contaminarlas, de transformarlas. En este filme se recrea el momento en el que el oprimido se ve cara a cara con su abusador y debe decidir entre tratarlo con piedad, o romperlo tal y como lo hicieron con él. Este largometraje revela que la bondad se mantiene hasta que alguien llega a desafiarla con poder.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

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