Moda desde la selva chocoana

Rosaura Hinestroza, ingeniera financiera, dejó su puesto en Bancolombia para crear la primera tienda virtual de artesanías del Chocó. Hoy genera empleo a familias de tres comunidades indígenas.

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WILLIAM MARTÍNEZ
20 de julio de 2017 - 03:08 a. m.
La familia Sobricama, de la comunidad embera, elabora collares de chaquiras para la tienda de Rosaura Hinestroza.  / Hans Fhilip
La familia Sobricama, de la comunidad embera, elabora collares de chaquiras para la tienda de Rosaura Hinestroza. / Hans Fhilip
Foto: Zoroastro
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Antes de que la explotación de oro y platino llegara al Chocó, que los cráteres de minería ilegal arrasaran más de 3.000 hectáreas de bosque por año y que el hospital San Francisco de Asís de Quibdó hallara partículas de mercurio en personas que nada tienen que ver con la minería, buena parte de los chocoanos se dedicaban a explotar tagua y madera para exportar. A partir de 1850 y durante 80 años, esa actividad representó un relativo fulgor para los indígenas y los negros del departamento.

En 1930, las restricciones que impuso el Gobierno para la importación de materias primas despertaron una demanda de madera sin precedentes en el departamento. Cincuenta años después, en la década de los ochenta, la explotación de madera jalonó, junto con la minería, la agricultura y la pesca, la mejor época económica del Chocó en el siglo XX. Eso cuenta ¿Por qué el Chocó es pobre?, un documento del Banco de la República escrito por Jaime Bonet.

Sin embargo, un bulto de madera aserrada no cuesta lo mismo que un mueble. La bonanza de madera nunca ha dejado riqueza en el Chocó.

Rosaura Hinestroza recuerda con nitidez, hoy, que su papá, Antonio, y su mamá, Nubia Cuesta, le contaban en la infancia que veían camiones cargados con bloques y bloques y bloques de madera con destino a Medellín, Pereira, Buenaventura y Bogotá, ciudades en las que transformaban la materia prima en muebles. Lugares en los que se quedaba el botín.

Aunque Rosaura Hinestroza, 27 años, cuerpo menudo, afro contenido, no dirige una fábrica de explotación forestal, su emprendimiento busca quebrar una lógica inherente a esta industria durante más de 150 años. Ella creó La Chocoanita Tienda, una microempresa de accesorios y artesanías —collares, pulseras, aretes, carteras— que utilizan mano de obra y materia prima del Chocó. Hoy genera empleo para cerca de 20 personas, entre ellas tres comunidades indígenas asentadas en el departamento (embera, kuna y wounaan), quienes están a cargo de transformar los materiales. Es, además, una de las pocas tiendas virtuales del Chocó, cuya cobertura a internet es apenas del 2,8 %, según el Ministerio de las TIC.

Para llegar a uno de sus proveedores, la comunidad del resguardo Unión Wounaan, Hinestroza toma un bus en Quibdó con destino a Istmina, municipio ubicado a orillas de la cuenca del río San Juan. Del terminal fluvial de la zona viaja en lancha hasta Puerto Murillo, un corregimiento difícil de ubicar en los mapas por su extensión microscópica, y ahí se embarca de nuevo hasta el municipio Medio San Juan, a 75 kilómetros de Quibdó, donde están asentados. Son cuatro horas de viaje.

Los wounaan son un pueblo al borde de la extinción y en constante huida. Las balaceras entre la Fuerza Pública y el Eln, quienes han buscado adueñarse una y otra vez del resguardo, los han obligado a escapar dos veces de sus tierras este año. Las mujeres de la comunidad sostienen a sus familias a punta de artesanías. Selva adentro está el werregue, un árbol exclusivo de la biodiversidad chocoana, al que los campesinos trepan por una escalera para jalar sus fibras y luego convertirlas en carteras, uno de los productos que Hinestroza ofrece en su tienda.

Los wounaam también ofrecen otras fibras naturales, como el cabecinegro y la damagua, que Hinestroza adquiere para que un grupo de artesanas de Quibdó, dirigidas por una mujer de 85 años, elaboren bolsos, carteras y cinturones. Su objetivo es formar la primera red de artesanos del Pacífico colombiano: “Aquí los artesanos están divididos: unos trabajan las chaquiras, otros la mola, otros las fibras naturales, y las venden por aparte. ¿Qué tal si encuentras todas las artesanías del Pacífico en una sola tienda y las recibes en la puerta de tu casa en cualquier parte del país?”.

La primera señal del proyecto apareció en 2015, cuando trabajaba en la única sucursal de Bancolombia en Quibdó y viajó de vacaciones a Cartagena. En las tiendas de artesanías ubicadas en el aeropuerto de esa ciudad no había rastro del Pacífico: “Decían que ofrecían artesanías colombianas, pero sólo veía chivas y sombreros vueltiaos. ¿En dónde estaban la marimba y los animales salvajes? No me sentía representada con nada”.

No se sentía representada con el concepto ni con los colores, tibios para el paisaje de su ciudad: el café del borojó, el rojo del chontaduro, el verde del plátano y de la selva tropical. “Empecé a sentir que en el Chocó faltaba algo que nos representara. En La Chocoanita, los artesanos son las manos y yo soy el cerebro. Somos parte de eso que hacía falta”, dice con la fuerza renovada con que sopla el viento en las mañanas, con el vuelo tenaz de las aves migratorias: el tono que permanece después de tres o cuatro horas de conversación.

También sentía que, de algún modo, las artesanías tenían en su ciudad el valor de cualquier transacción. Notaba en algunos vendedores la actitud de quien no encuentra en su trabajo nada más interesante que sobrevivir: no mencionaban nada sobre la historia del producto ni le otorgaban importancia. En ese sentido, La Chocoanita es la excusa de Hinestroza para contar en etiquetas que acompañan sus productos y en redes sociales que los indígenas emberas, por ejemplo, pueden tardar siete días elaborando un collar de chaquiras o que los wounaan no permiten que le metan mano a su trabajo, pues sus figuras y sus colores representan un camino hacia la libertad que no pretenden negociar.

Para asegurar la supervivencia de la primera tienda virtual de artesanías del Pacífico, Hinestroza necesita mejorar las ventas: por ahora vende poco más de un producto diario. Y eso implica agujerar un credo popular en su departamento: en internet estafan. También la desconfianza de los artesanos, pues temen que al exhibir sus productos en la red se multiplique el plagio de sus diseños, lo que aniquilaría su participación en el mercado. Y, sobre todo, encontrar manos jóvenes que releven lo que aprendieron a hacer con maestría las manos ancianas. Cada vez encuentra menos manos que tejan lo que ella quiere conservar.

Ahora, toda la energía de Rosaura Hinestroza está puesta en el diseño de una plataforma digital con pasarela de pagos, que reemplazará las ventas por Whatsapp e Instagram y promete el despegue definitivo de la tienda. Es la posibilidad de agilizar la compra de sus productos y, sobre todo, de contar las historias que nunca fueron escritas en papel.

Por WILLIAM MARTÍNEZ

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