“Yo misma recogía los restos quemados… Recogí a la familia de mi amiga… La gente buscaba huesos, pedacitos de ropa, lo que fuera, tratábamos de reconocer de quién eran. Cada uno buscaba a los suyos. Yo encontré un trozo de ropa, mi amiga me dijo: “Es la blusa de mi mamá”… Y se desmayó. La gente envolvía los huesos en sábanas y en fundas de cojines . En lo que teníamos a la mano. Nosotros fuimos con un bolso, con lo que recogimos no lo llenamos ni a la mitad. Lo depositamos todo en una fosa común. Todo estaba negro, solo los huesos eran blancos. Y la ceniza de los huesos… se reconocía a simple vista. Es blanca. Muy blanca”. (Vea aquí nuestro especial de la Feria del Libro de Bogotá)
“Estaba embarazada del segundo… Mi hijo tenía dos años, yo estaba en cinta. Estalló la guerra. Mi marido combatía en el frente. Me fui al pueblo donde vivían mis padres e hice… ya me entiende… aborté. En aquella época estaba prohibido. ¿Cómo podía dar a luz? Alrededor había tanto dolor… ¡La guerra! ¿Cómo se puede dar a luz si te rodea la muerte?
Hice un cursillo de criptografía, me enviaron al frente. Deseaba la venganza por mi hija que nunca tuve. A mi niña.
Pedí el traslado a primera línea. Me dejaron en el Estado Mayor”.
“En las afueras de Stanligrado había tantos muertos que los caballos ya no los temían. Normalmente se asustan. Un caballo nunca pisaría un muerto. Recogíamos a nuestros muertos, pero los alemanes estaban desperdigados por todas partes. Estaban congelados… Trozos de hielo. Yo era conductor, llevaba cajas con las granadas y oía cómo debajo de las ruedas crujían sus cráneos. Sus huesos. Y me sentía feliz”.