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Morat: ya es mañana

En un país donde el mañana ha sido tantas veces una promesa rota, ser orgullosamente colombiano no es una postura ingenua que ignora aquello que nos pesa y nos duele, sino un acto de confianza activa: de creer y de construir a pesar de todo, incluyendo pensar diferente.

Morat

20 de julio de 2025 - 08:00 a. m.
Morat fue formada originalmente en Bogotá el 13 de diciembre del 2011.
Foto: Eder Rodríguez
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Por culpa de la música y la suerte, los últimos 14 años hemos podido vivir y ver a Colombia de una manera, por decir lo menos, particular. A veces desde afuera, otras desde adentro; a veces llevando la bandera en alto, otras veces como migrantes a los que le miran feo el pasaporte; en ocasiones llenos de emoción, en otras llenos de angustia; un par de veces marchando en la calle, otras tantas llorándoles a las noticias en la pantalla del celular. Hemos visto a otros colombianos en el exterior y hemos visto a personas de otros países yéndose a vivir a Colombia. Hemos sido los colombianos del parche y hemos sido el parche de colombianos. Nos han hecho chistes sobre Pablo Escobar y también nos han felicitado por Shakira. Nos han preguntado de dónde es la arepa mil veces —como si la frontera fuera más vieja que la receta— y otras mil nos han hablado imitando el acento paisa, asumiendo que es el mismo en todo el país.

Este año tuvimos la suerte de volver a girar por Colombia y de recorrerla otro poco —aunque siempre quedará territorio por conocer—, y lo que se hace evidente es que este país no cabe en una sola historia; que hay mil y una versiones de lo que somos, de lo que fuimos y de lo que podemos ser. Que somos un país que cambia de cara con cada ciudad, con cada acento, con cada conversación. No solo eso, sino que hay razones profundas para amar lo que somos y a la vez razones urgentes para cambiar lo que también somos, pero queremos dejar de ser.

Hace unos meses sacamos nuestro quinto disco y le pusimos “Ya es mañana”, como un amuleto que nos obligara a reivindicar los arrepentimientos del pasado y a pensar en aquellas cosas que tenemos que hacer hoy para impactar de forma positiva en nuestro futuro. Queríamos que se sintiera el afán y el paso del tiempo, que fuera un motor que nos llevara a vivir de manera más consciente y plena. A la hora de pensar en Colombia y en el mañana inevitablemente encontramos una constante tensión: aquella entre esperanza y frustración, entre orgullo y desencanto, entre ser ingenuos por creer que todo será mejor y cínicos por haber dejado de hacerlo tras tantas promesas rotas. Un constante tire y afloje entre lo que soñamos y lo que tememos.

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Sin embargo, parte de lo que nos gusta de “Ya es mañana” es la idea de que, a pesar de todo lo anterior, hay conversaciones y decisiones que no se pueden seguir aplazando; más aún, hay que encontrar criterios compartidos con los cuales medir qué tan exitosas son las decisiones que tomamos, independientemente de quién las proponga.

Siempre hemos pensado que el objetivo más grande de nuestra banda es el de perdurar. No tanto llegar a algún sitio específico, sino sostenerse en el tiempo, ojalá tanto como sea posible. Esta visión de largo plazo es algo que hemos procurado llevar a todos los ámbitos en los que hemos podido trabajar. Hace unos años empezamos la Fundación Aprender a Quererte para trabajar con educación en Colombia a partir de la evidencia científica —que podría parecer obvia, pero no lo es tanto como a uno le gustaría— y justo al buscar que este trabajo tuviera esa misma visión de largo plazo nos dimos cuenta de que la única manera de hacerlo es midiendo rigurosamente el impacto en el corto plazo. Hacerlo a partir de la ciencia y la investigación, y no a partir del discurso o el capricho, permite cambiar el rumbo y avanzar conforme aparecen nuevos descubrimientos y resultados. Es particularmente interesante no deberle lealtad a nadie si vemos que hay una mejor idea sobre la mesa.

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Desligarse de la idea de que las decisiones importantes se deben tomar por estar o no de acuerdo con quien las propone es clave, pues el futuro no se construye con una sola visión de país. En Colombia —y en ninguna parte— nunca tendrá alguien toda la razón. No deberíamos esperar que aparezca quien la tenga ni sorprendernos si nadie la tiene. El país no “debería” ser de un solo equipo, ni “debería” ser de una sola ideología, ni “debería” ser un territorio homogéneo. Es una conversación constante entre quienes lo habitamos, entre visiones de mundo muy distintas, a veces enfrentadas, pero también necesariamente complementarias.

Desde las derechas, los centros y las izquierdas; desde los pueblos indígenas, hasta las comunidades afro y las migrantes; desde Punta Gallinas hasta Leticia; desde San Andrés hasta Puerto Carreño; desde lo más transgresor hasta lo más tradicional; lo que tenemos entre manos no es una competencia por encontrar una respuesta, sino el desafío de construir un futuro común que le sirva a la mayoría sin pasarle por encima a la minoría y, sin duda, que ayude a quienes peor la están pasando. Eso solo es posible si reconocemos que hay muchas formas válidas de querer y ayudar a Colombia; si nos damos cuenta de que el éxito de lo que hagamos no puede depender del discurso con el que se presente el plan o del personaje que lo diga y qué tan alto sea el volumen de sus palabras.

Mientras que en esas visiones de Colombia quepamos todos los que, en efecto, vivimos en este país, vale la pena tenerlas en cuenta. La diversidad de pensamiento y de formas de vida son de nuestras mayores fortalezas; no necesitamos una sola verdad, lo que necesitamos es un idioma común con el cual decidir. Las diferencias ideológicas pueden coexistir si acordamos cómo evaluar el impacto de nuestras decisiones. Lo emocional moviliza, lo ideológico inspira, pero lo que cambia vidas es lo que está estudiado y demostrado —lo maravilloso es que en muchos casos solo nos toca entender la evidencia, no crearla. En especial en países como el nuestro, con tantas carencias en áreas básicas de la vida de muchos, tenemos suerte de que ya en el mundo se han conseguido algunas respuestas a problemas similares a los nuestros.

En un país donde el mañana ha sido tantas veces una promesa rota, ser orgullosamente colombiano hoy no es una postura ingenua que ignora aquello que nos pesa y nos duele, sino un acto de confianza activa: de creer y de construir a pesar de todo, incluyendo pensar diferente.

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