“¡Mosca!”: el Petra y un pantalón de tallas grandes

A la Santa Sede del Teatro Petra llega “Mosca”, un clásico contemporáneo de nuestro país basado en la tragedia “Tito Andrónico”, de William Shakespeare, ahora dirigido Bernardo García.

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Moisés Ballesteros
21 de junio de 2019 - 02:00 a. m.
El actor Bernardo García se estrena como director de teatro con la obra “Mosca”, del Teatro Petra. / Cortesía Teatro Petra
El actor Bernardo García se estrena como director de teatro con la obra “Mosca”, del Teatro Petra. / Cortesía Teatro Petra
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Me considero un hombre que ve teatro, mucho; lo digo con orgullo, con una prepotencia de las que no hay que sentirse mal. Ver teatro es para mí tan importante como escribirlo, por eso intento no fallarme una vez a la semana, cada semana del año. Y desde que habito el círculo social de quienes hacen o ven teatro, el Teatro Petra ha estado presente. Sus búsquedas suelen ser una revolución que conmueve; es decir, “que mueve hacia”. A mí y a muchos de mi generación nos movió hacia el placer de la escritura. En nuestros círculos de creación siempre estaba presente el referente del Petra, y no hacía falta la frase “lo mejor de ellos ha sido Mosca”. Pieza que regresa a escena; por eso, para mí, que no la pude ver en su primera versión, esta es una muy necesaria revancha.

El Teatro Petra fundó la Santa Sede hace menos de dos años y poco a poco ha empezado a trabajar por la generación de industria, algo que en nuestro país es aún extraño y, con la aparición de la sede, algunas formas de operar se han ido transformando dentro de la compañía. El trabajo sigue siendo riguroso y seductor, pero ahora aparece la cooperatividad con otros grupos; lo que permite mantener una programación permanente, servir de plataforma de circulación para otros montajes y la posibilidad de abrir las puertas a nuevos directores, como en este caso, pues Mosca no regresa bajo el mando de Fabio Rubiano, sino que es Bernardo García quien, en palabras de Fabio, “es el primer foráneo en dirigir”, en ponerse el pantalón de director, un pantalón de tallas muy grandes y que Bernardo, en palabras suyas, dice “haber necesitado diecisiete años para llenar”. Por eso Mosca es un reto que asume con miedo, pero con muchas expectativas.

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Para quien escribe teatro hay siempre preguntas que, dichas o no, rondan la cabeza sin importar el tipo de proyecto del que se trate; es cierto que, por tratarse de un texto que está hecho para ser dicho, las instancias de la obra de arte dependen de no solo del gesto frente al escritorio, sino de la interpretación de un equipo que se para frente al espectador. Cuando se trata de un montaje de lograda reputación, un Shakespeare, por ejemplo, o una pieza de Shimmelphenig, para no volvernos reiterativos, no cabe duda de que el texto lleva en sí mismo una experiencia que le precede por encima del montaje, que lleva al espectador a pararse frente a la obra con otros ojos. La conclusión a esta pregunta suele ser que de un gesto como la escritura teatral siempre hay dos o más obras de arte posibles: la de quien escribe, por supuesto, la que emerge del diálogo de esta con quienes se embarcan en su montaje y, para quienes suelen olvidarlo, la que aparece en la cabeza de quien se entrega a la expectación sentado en su silla.

Con Mosca, la obra de Rubiano, cuya dramaturgia toma como punto de partida a Tito Andrónico, de William Shakespeare, sucede alrededor de un comedor; tres mesas largas dispuestas para un gran banquete; allí se ha de comer, de violar o de bailar. Un gran telón nos envuelve a todos; sí, también al público. Estamos frente a una pieza que ya pasa por varias instancias de gran éxito; está el texto ganador de varios reconocimientos nacionales e internacionales, está el emblemático montaje del 2002 y ahora, en manos de García, está una nueva oportunidad de ver en escena una nueva entrega de grandes magnitudes y, sobre la mesa, están todos los ingredientes para hacerlo: teatralidad, convención y un elenco de primera. No cabe duda de que lo que se trae entre manos el Petra con García al mando dará de qué hablar.

Por Moisés Ballesteros

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