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De acuerdo con la información oficial de Lisson Gallery, la galería que representaba a Carmen Herrera desde el 2010, la artista cubana murió ayer 13 de febrero, mientras dormía en su apartamento en la ciudad de Nueva York, donde había vivido y trabajado desde 1967. Herrera vendió su primer cuadro a los 90 años y, pese a haber pasado desapercibida durante décadas, sus obras cuelgan en el MoMA de Nueva York, el Hirshhorn Museum de Washington y en la londinense Tate Galerie.
Herrera creció en Cuba y estudió arquitectura en la Universidad de la Habana en 1938. Según Lisson Gallery, fue allí donde la arista conoció al profesor estadounidense Jesse Loewenthal, quien se convertiría en su esposo y con quien se mudaría a la gran manzana, en 1939, y a París, en 1948. Fue en la capital de Francia donde Herrera donde vivió la eclosión de vanguardias y empezó a transitar a su representativo estilo de figuras geométricas.
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De regreso en Nueva York, en 1954, forjó amistad con artistas como Mark Rothko o Barbara Hepworth, mientras desarrollaba su estilo minimalista de abstracción geométrica, caracterizado por una paleta muy precisa de solo dos o tres colores en cada composición.”No hay nada que ame más que una línea recta, ¿cómo explicarlo? Es verdaderamente el principio de toda estructura (...) Alguien me dijo un día que yo pintaré un punto y ya habré acabado”, bromeó en una ocasión.
Según su galería, a Herrera la salvó y la condenó al mismo tiempo su rechazo a abrazar cualquier movimiento, incluso el que naturalmente le era más cercano, el minimalismo de los años 70 del pasado siglo, “dominado por varones”, pues ese rechazo “la dejó libre para experimentar a su manera”. El New York Times recuerda hoy que Herrera “pintó en la oscuridad durante décadas”, en las que vivió de los ingresos de su esposo y resalta que su salto a la verdadera fama no se produjo hasta 2004.
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A finales de 2016, el Whitney Museum of American Art le dedicó una retrospectiva, la segunda exhibición individual que logra la artista cubana en una longeva carrera que comenzó en los años 50 del siglo pasado, después de la que protagonizó en 1984 en el desaparecido Alternative Museum. A una semana de cumplir 102 años, la artista vendió entonces su cuadro “Verticals” en una subasta de la casa Christie’s por más del doble de lo anticipado, 751.500 dólares, una muestra de la fama que ha alcanzado en los últimos años.
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