El Magazín Cultural

Nace “La Marsellesa”

El 26 de abril de 1792, Rouget de Lisle se sintió arrebatado por una fuerza irrefrenable que lo llevó a componer letra y música de la Marsellesa en unas tres horas de trance, poseído por un genio que sólo se fijó en él en esos momentos y nunca más en su vida.

Ricardo Bada
09 de mayo de 2017 - 03:09 a. m.
“La Libertad guiando al pueblo” (1830) es un cuadro pintado por Eugène Delacroix. El lienzo representa una escena del 28 de julio de 1830, cuando el pueblo de París levantó barricadas.  / Archivo particular
“La Libertad guiando al pueblo” (1830) es un cuadro pintado por Eugène Delacroix. El lienzo representa una escena del 28 de julio de 1830, cuando el pueblo de París levantó barricadas. / Archivo particular

Creo poder sostener sin circunloquios que La Marsellesa es el himno nacional más famoso del mundo, y sin embargo algunos calendarios de efemérides no le aciertan al datar la fecha de su creación. Lo hacen el 24 de abril de 1792, cuando en realidad fue dos días más tarde.

Me apoyo en el texto dedicado por Stefan Zweig al nacimiento de esta canción inmortal que se convirtió en el himno nacional de un pueblo alzado en armas; es decir, no se trata, como lo es en la aplastante mayoría de los himnos nacionales, de una composición de encargo... aunque sí sea cierto que fue compuesta cumpliendo un encargo... pero no como himno. Stefan Zweig lo cuenta de manera soberana y exaltada en un espléndido capítulo de su libro Momentos estelares de la humanidad. Recomiendo mucho su lectura y resumo aquí los datos principales:

Al producirse la declaración de guerra del rey de Francia al emperador de Austria y al rey de Prusia, el 20 de abril de 1792, una ola de fervor patriótico inunda como un tsunami los campos y ciudades del país. En Estrasburgo, el burgomaestre Friedrich barón Dietrich, un aristócrata embanderado con la Revolución, al llegarle la noticia da una fiesta en el palacio municipal, el día 25. El enemigo se encuentra al otro lado del río, del anchuroso Rin, se le puede ver, oír, oler, desde las torres de la catedral, de las iglesias. Y en esa fiesta, el barón Dietrich le pide al capitán Claude-Joseph Rouget de Lisle, a quien se le dan fáciles la poesía y el papel pautado, que componga una canción de combate para el Ejército del Rin.

Esa misma noche, pasada la medianoche, ya en el día 26, Rouget de Lisle se siente arrebatado por una fuerza irrefrenable que le lleva a componer letra y música de esa canción en unas tres horas de trance, poseído por un genio que sólo se fijó en él en esos momentos, nunca más en su vida. Y la canción de guerra para el Ejército del Rin fue bien acogida en Estrasburgo, sin la mayor trascendencia. Pero al correr de los días los soldados enemigos han atravesado el río y pisan el suelo de la patria francesa. Columnas de voluntarios se ponen en marcha para salvarla, y la de Marsella lo hace al son de la canción de Rouget de Lisle, una copia de la cual hizo su camino hacia el Mediterráneo y la gloria. Desde entonces no se la llamará sino La Marsellesa. ¡Hasta los parisinos la llaman así!

Al llegar al 225º aniversario de su creación me pregunté qué podría decir de ella, que no lo hubieran hecho ya todos sus hagiógrafos, empezando por Stefan Zweig. Y se me ocurrió mirar las veces que su letra, su música y/o su autor han llegado al cine.

La primera vez fue en 1907, en un cortometraje musical titulado justamente La Marsellesa, de Georges Mendel, un pionero del cine francés de quien sólo consta que dirigiese ese y otro corto más, basado en la ópera Lucia di Lammermoor. ¡Pero alto!, se (y me) dirán ustedes, ¿cómo es eso de un “cortometraje musical” en 1907, cuando aún no se ha inventado el cine sonoro? Hay una explicación, y es que la película se proyectaba simultáneamente con la puesta en marcha de un gramófono desde donde brotaba la voz de Jean Noté, de l’Opéra de París, único protagonista del corto, cantando el himno grabado en un disco de 98 rpm.

(Les aseguro que funciona porque yo mismo organicé en el festival de cine iberoamericano, de Huelva, en 1994, una sección dedicada a la zarzuela en el cine, y la función de apertura se hizo con Los de Aragón, peli muda que se proyectaba en una pantalla colgada a 3 m por encima del escenario, en el cual se encontraban la orquesta, los solistas y el coro, quienes acompañaban la acción cuando correspondía en el film. Fue un espectáculo hasta entonces nunca visto y que nos hizo experimentar la sensación de haber retrocedido a los tiempos de nuestros abuelos).

En vísperas de la Segunda Guerra Mundial tenemos luego un largometraje de título tan largo como La Marsellesa – Crónica de algunos hechos que contribuyeron a la caída de la monarquía, filmado en 1938 por Jean Renoir, con su hermano mayor, Pierre, en el papel de Luis XVI y Lise Delamare en el de María Antonieta, amén de un extenso reparto donde brilla con luz propia el nombre de Louis Jouvet desempeñándose como el diputado girondino Pierre-Louis Roederer. En sus memorias (Mi vida y mi cine, Flammarion, 1975), Jean Renoir escribió al respecto de los días del Frente Popular, durante los cuales se rodó esta película: “Fue un momento en que los franceses creyeron verdaderamente que debían amarse los unos a los otros. Uno se sentía transportado por una ola de generosidad”.

En el reparto de este film de Renoir no aparece para nada Rouget de Lisle, lo cual me llevó a averiguar si en la base de datos www.imdb.com (la biblia de los cinéfilos) habría un registro suyo. ¡Y tanto que lo había! Con nada menos que 248 entradas, de las veces que su nombre y su obra han llegado a la pantalla, aunque sólo sea una cita de algunos compases del himno insuperable. Citaré nada más La Vie en rose, La pantera rosa, 102 dálmatas, Godzilla, Los amantes del Pont-Neuf, El beso de la mujer araña, Carros de fuego, Sueños de un seductor (Play It Again, Sam), ¡Viva María!, Senderos de gloria y El loco del pelo rojo, y completaré la docena con el señalamiento de que en tan extensa lista falta curiosamente El día del chacal, la versión buena, la de 1973, dirigida por Fred Zinnemann con Edward Fox en el papel de su vida.

Y, por supuesto, no puedo dejar de mencionar Casablanca y una escena emblemática del cine de todos los tiempos donde se canta La Marsellesa íntegra en Rick’s, el club nocturno de aquella ciudad marroquí regentado por Humphrey Bogart. No importa las veces que uno la vea, en el momento en que la orquesta del club ataca el primer acorde del himno, algo muy fuerte, algo muy entrañable, hace que nos envaremos como en posición de firmes y nos unamos al público de Rick’s cantándolo a coro. Este film de Michael Curtiz, rodado en 1942, es uno de los en verdad imperecederos, y 75 años después de su estreno sigue tan vivo como el día en que se le dio el último golpe de claqueta en los estudios de la Warner Bros. Sus criaturas son una parte irrenunciable de nuestro imaginario; amén de Humphrey Bogart (Rick Blaine), Ingrid Bergman (Ilse Lund), Paul Henreid (Victor Laszlo), Claude Rains, el inglés que quedó como arquetipo de un capitán de policía francés (Louis Renault), Peter Lorre (Ugarte), Sydney Greenstreet (Signor Ferrari), Conrad Veidt (el comandante alemán Heinrich Strasser), and last but not least, Dooley Wilson (Sam, el pianista), nos los sabemos de memoria y al derecho y al revés.

No quisiera cerrar este artículo sin aludir a lo sangriento de la letra de La Marsellesa. Quienes sepan francés entre mis lectores lo saben quizá sin saberlo, y quienes no, pueden acceder a la traducción española en internet. Y si lo señalo es porque se da el hecho singular de que en ese mismo día del encargo de su creación, el 25 de abril de 1792, tuvo lugar en Francia la primera ejecución de la pena capital con un nuevo artilugio dizque humanitario ideado por el doctor Joseph-Ignace Guillotin: la guillotina, de la que Charles Dickens, en su Historia de dos ciudades, nos dice que era “la navaja barbera nacional [y] afeitaba excelentemente”. El humor inglés, ya saben.

Por Ricardo Bada

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