Para Sergio Murillo, antropólogo de profesión y titiritero por pasión, la magia de los títeres está en esa delgada línea entre lo real y lo imaginario, donde la destreza del titiritero le imprime alma y vida a cada muñeco. Su gusto por esta labor se inició a los doce años, cuando su madre, actualmente su directora y compañera de escena, la maestra Magdalena Rodríguez, construía sus primeros muñecos de la mano de reconocidas figuras como Ernesto Aronna o Príncipe Espinosa.
“Eran adefesios, pesados y difíciles de manipular, pero con los años y la profesionalización de la técnica, mediante la experimentación propia y tomando talleres con maestros nacionales e internacionales, todo se fue puliendo, hasta construir una impronta propia”, afirmó Magdalena. El Baúl de la Fantasía surgió en 2005, cuando su hijo le propuso crear una compañía para llevar a escena sus propias historias. Tras trece años de labores artísticas y siete obras reconocidas con premios a la creación, se han consolidado como uno de los referentes del teatro de títeres en Bogotá.
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Sus montajes parten de preguntas sobre el ser humano o el momento social en el que vivimos. Algunas, como ¿Hasta cuándo Francisca?, Valentina y la sombra del Diablo o Manuelucho 100 años, han abordado temas tabús como la muerte, el abuso sexual o la corrupción. Ahora presentan Circo de las Maravillas, una pieza que habla de la búsqueda interior y el inconsciente, que surge de una investigación sobre Carl Jung y los arquetipos, llevada a escena a partir de la historia de Mercurio, un joven que pierde en el circo a su amigo el pingüino, lo que lo lleva a vivir divertidas aventuras con personajes clásicos como la domadora y el león, el trapecista, el mago y hasta un policía muy gruñón. Esta obra maneja distintas capas de significación para poder llegar a niños y adultos. Cada muñeco tiene una historia y secretos por descubrir.
Circo de las Maravillas se inició con el estudio de cada personaje y sus características. Sergio Murillo creó los bocetos y planteó una propuesta plástica de formas, colores, materiales y técnicas de creación, así como mecanismos para lograr cada una de las acciones requeridas, pues cuanto más cómodo esté el titiritero y más funcionales sean los dispositivos de los efectos, mayores son las posibilidades en la escena. Posteriormente eligieron las máscaras y expresiones de cada personaje. Normalmente trabajan una expresión rígida que se transforma a partir de la acción dramática y la habilidad del titiritero.
“En esta obra necesitábamos que cada personaje lograra determinadas acciones; por ejemplo, el Mago debe manejar la varita mágica y además subir y bajar la cabeza, y eso se debe resolver técnicamente”, nos cuenta uno de los autores. “Además, él no habla, pero da a entender muchas cosas. En varias ocasiones nos han preguntado cómo logramos hacerlo llorar y nosotros decimos que no es así. Esa emoción la logramos a partir de la acción dramática”, dijo uno de los realizadores de la obra.
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En esta oportunidad también juegan con las escalas, donde los personajes humanos se convierten en títeres o muñecos aún más pequeños. Desde la compra de la primera bola de icopor, material con el cual tallaron las cabezas de cada muñeco, han pasado seis meses de trabajo a tiempo completo. Después fueron pulidas, empapeladas y finalizadas con maquillaje. Paralelo a esto, crearon el teatrino, las luces y el vestuario; este último siguiendo las medidas de las manos del titiritero.
A Sergio Murillo y Magdalena Rodríguez no solo les ha interesado mejorar su estética y ampliar su dramaturgia, sino que también han desarrollado un fuerte trabajo creativo con base en la relación del actor, los títeres y el público. Hacer una función es como hacer un ritual; es un momento sublime de encuentro y comunión. Es una satisfacción y gran felicidad poder tocar corazones y provocar emociones en la gente.