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Nietzsche, su hermana y la voluntad de poder (Obras inconclusas V)

En 1901 fue publicado el libro “La voluntad de poder”, firmado por Friedrich Nietzsche. Sin embargo, y pese a que había hablado en varios textos y apuntes sobre ese tema, él jamás escribió el libro. Lo hizo su hermana, Elisabeth Förster, con sus respectivas alteraciones.  

Fernando Araújo Vélez

24 de octubre de 2025 - 01:08 p. m.
El nihilismo fue ampliamente discutido por el filósofo alemán.
Foto: Pixabay
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En algunos de los cuadernos de los últimos tiempos en los que Friedrich Nietzsche escribió se notaba su admiración por Napoleón Bonaparte, e incluso, se desprendía de sus anotaciones la idea de viajar a Corte, en Córcega, para pensar allí y comenzar a escribir su libro sobre La voluntad de poder. Corría el año de 1887, definitivo en su vida y su cordura, y también en su obra. Según uno de sus biógrafos, Werner Ross, Napoléon era, fue, lo que Nietzsche quería llegar a ser. “Cita a Napoleón, que dijo amar el poder como un artista (‘lo amo como un artista ama su violín; lo amo para obtener de él notas, acordes, armonías’)”. En el otoño de aquel año, Nietzsche dijo con absoluta claridad, “Cada libro como una conquista, ataque -tempo lento- defendido dramáticamente hasta el final; finalmente catástrofe y repentina redención”.

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Más adelante, aclaró que utilizaba los términos militares para su nuevo libro, pues precisamente el “libro perfecto” debía ser escrito con una “preferencia por la terminología militar”. Por momentos, Nietzsche caía en una profunda inacción. Sobre todo, cuando se enteraba de que de su libro “Más allá del bien y del mal” apenas se habían vendido 106 ejemplares, y de que esa centena se sumaba a los ochenta y tantos que habían circulado de su Zaratustra, y a las pocas, casi nulas menciones de sus obras en los diarios y revistas europeos. Necesitaba entonces un “exceso de dureza”, como se lo escribió en una carta a su cómplice, el músico Peter Gast, y lo buscaba yendo de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad. Sus fracasos lo hacían dudar de sí mismo y de su siguiente obra, a la que había calificado como “una transvaloración de todos los valores” 

Allí, si podía, escribiría todo aquello que realmente quería decir. Como le dijo por carta a su amigo, el teólogo e historiador Franz Overbeck, “Ojalá tuviera el valor de pensar tan sólo todo lo que ya sé”. En palabras de Ross, “Con un peso de cien quintales reposa sobre él la necesidad de construir en los próximos años ‘una estructura coherente de pensamientos’. Ciertamente, para ello serían necesarias seis condiciones, que le parecen casi inalcanzables”. La más importante de sus requerimientos era un absoluto retiro, “una profunda tranquilidad, aislamiento, enajenación”. De algún modo, después de la publicación de la “Genealogía de la moral”, Nietzsche había tomado la decisión de no hacer más esfuerzos para que sus obras anteriores fueran comprensibles, o por lo menos, asequibles. En cuanto a las futuras, o a la futura, afirmaba que él mismo debía desaparecer para poder cumplir con su gran misión. 

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En otra de sus misivas a Overbeck, le comunicó que no iba a publicar nada en varios años. “A partir de ahora no voy a publicar nada más durante una serie de años”, fueron sus palabras exactas, o por lo menos, las que su hermana, Elisabeth Forster-Nietzsche recopiló, o dijo que había recopilado. La hermana de Nietzsche se había casado con un profesor, Bernhard Förster, a quien había conocido en la casa de Richard Wagner, y se había ido con él a vivir a Paraguay. Allí le ayudó a crear una comunidad surgida de las ideas de Wagner, para quien era indispensable fundar pequeñas Alemanias o Germanias por el mundo, ya que los judíos se habían apoderado de Europa.  Nueva Germania no funcionó como lo habían planeado. Estaba muy lejos de Asunción, la tierra era inhóspita, y Förster empezó a vender campos que aún no eran suyos. 

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Elisabeth Förster regresó a Alemania luego de que su marido muriera. Para algunos historiadores, falsificó su acta de fallecimiento para que la historia lo recordara como un hombre que había perecido en las lejanas selvas de América del Sur, en su intento de multiplicar la cultura alemana. Otros dijeron que su deceso había sido consecuencia de un infarto. De una u otra manera, Elisabeth Förster regresó al lado de su madre, Franzisca Oehler Nietzsche, y se dedicó a cuidar muy a su manera a Friedrich Wilhelm, un hermano al que consideraba genio y al que por su genialidad no lograba comprender, o no quería hacerlo. Desde los años de su infancia y de adolescencia, ella fue para Nietzsche una amiga, una confidente, cómplice, e incluso, una imaginaria amante a la sombra, como lo afirmaron unos cuantos de sus vecinos, amigos y enemigos. 

Nietzsche decía, en 1887, que debía eliminar las posibilidades de recibir más experiencias. No quería más información.“Siento que ahora va a haber una escisión en mi vida - y que ahora tengo ante mí mi gran misión”, le había escrito a Gast en abril, para luego aclararle que su misión se presentaba ante él, “y aún más, sobre mí”. Para él, en aquel momento, un año y medio antes de lanzársele a un caballo y aferrarlo a su cuerpo en una calle de Turín, a la vista de los paseantes y los curiosos y no recobrar nunca más su absoluta conciencia, todo lo que había vivido y escrito y hecho y pensado antes era una promesa. En palabras de Ross,  “Su empresa tenía algo de tan terrible y colosal, que no estaba en situación de resolver a nadie las dudas sobre si todavía conservaba la razón”. 

Poco a poco, mes tras mes, las cartas que les iba enviando a Peter Gast y a Franz Overbeck estaban más llenas de deseos y de frases épicas, por llamarlas así. Hablaba de revelaciones, de asuntos increíbles, de misiones. El 13 de febrero de 1888 le envió a Gast unas letras que decían, “He terminado la primera copia de mi Intento de una transvaloración: en general, ha sido una verdadera tortura. Tampoco tengo todavía el valor suficiente. Dentro de diez años quiero hacerlo mejor”. Hablaba de torturas, de falta de valor, de dudas, y ya no de danzas ni de mediodías, como lo había hecho en su Zaratustra. A Franz Overbeck también le escribió, pero o no le mandó la carta o las palabras que había destinado a él se perdieron. En sus borradores, su hermana halló apuntes relacionados con una gran crisis, y luego, una extraña calma. 

En otros cuadernos, Elisabeth Förster encontró algunas notas fragmentarias, prólogos inconclusos y una serie de aforismos que irían a hacer parte de varios libros, y que ella, pasado un tiempo, acomodaría a su libre antojo para crear “La voluntad de poder”. “Por lo demás, nada -escribió Werner Ross-. Si algún día llegó a existir algo parecido a una primera copia de algo, Nietzsche la destruyó. Una vez más, Nietzsche menciona de nuevo los famosos diez años, ese aplazamiento de su gran proyecto. El 26 de febrero se corrige explícitamente con respecto a Gast: la copia sólo era para él, Nietzsche. Ahora se proponía escribir una así cada invierno -‘en realidad, descarto la idea de publicidad’”. 

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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