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Su mayor virtud no fue ser madre de uno de los políticos más importantes del país por sus lecciones salidas de todo discurso. Su mayor virtud era ser artista, ser pensante. Una imagen vale más que mil palabras y en ese refrán se encierran la vida y la obra de Nijole Sivickas, mujer que se dedicó a sus esculturas para que estas hablaran por ella y por sus visiones del mundo.
Su sigilo es antónimo del ruido que podrían provocar sus pinturas si éstas fueran expuestas al público. En su morada, ubicada en el barrio Quinta Paredes, Sivickas resguardaba sus pinceladas, sus precisiones y los resultados artísticos que siempre la acompañaron para evocar imágenes, historias y experiencias pasadas.
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Una vida que llegó hasta los 93 años pero un legado que se extiende al infinito gracias a su obra y a las enseñanzas que les dejó a sus hijos, dice mucho de la fuerza y la vitalidad con que afrontó el doble reto de ser artista, porque si bien serlo ya representa cargar con una serie de preocupaciones que desbordan lo humano y representa una lucha contra el mundo y su tendencia a la opulencia, ser artista en Colombia dificulta aún más esta tarea, pues quienes se dedican al arte no cuentan con un apoyo oficial por parte del Estado y los círculos sociales tienden a excluirse y a cerrar la posibilidad de ingresar a quienes no cuentan con un apellido tradicional. Pese a esto, la artista lituana no se dejó vencer. Su independencia, vigor y carácter fueron los pilares de su individualidad y estos se vieron siempre reflejados en su comportamiento y en la educación que les brindó a sus hijos al dejarles el valor de pensar en comunidad y de adquirir una responsabilidad no solo personal sino también colectiva. De ahí que Antanas Mockus, exalcalde de Bogotá y senador por el Partido Alianza Verde en la actualidad posea una fuerte inclinación por las acciones que desencadenen resultados a nivel comunitario y con un fuerte enfoque social y pedagógico.
El arte de Nijole Sivickas siempre estuvo desligado de cualquier pretensión de vanidad. Fue crítica, inclusive cruda, o por lo menos así lo afirmó Antanas Mockus en una entrevista con la Revista Cromos. Su objetividad y sus pies puestos sobre la tierra la alejaron de escenarios inciertos. Su precisión con las manualidades también la demostraba en su forma de observar y habitar el mundo. Y, como todo rasgo característico de una madre, sus palabras y sus consejos siempre fueron adecuados, sabios y propicios para sus hijos.
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La guerra, motivo por el cual ella y centenares de lituanos abandonaron su tierra a mediados del siglo XX, no es un recuerdo que la haya atormentado ni una experiencia que haya perturbado considerablemente su firmeza. Inclusive, la vivencia del despojo y de afrontar lo desconocido pudo en gran medida fortalecer su temple.
Las palabras de Antanas Mockus hacia su madre siempre han estado empapadas y mediadas por el arte, la fe y la literatura. Le agradece por las cartas, por la esperanza, por la irreverencia, por su poder y convencimiento de ver y hacer arte para transformar y los seres humanos y sus ideas. Valora sus gestos, sus mayores moralejas y la posibilidad de haber tenido siempre a una mamá, quien era confidente y a la vez era su crítica y consejera más acérrima y contundente.
El valor de la transgresión en el arte siempre lo tuvo claro. Los colores y las figuras que solía utilizar en la arcilla, en la cerámica y en los lienzos en los que alguna vez pintó hablan de su preocupación por el cuidado de las producciones artísticas y por el mensaje que estas podían transmitir para causar nuevos giros y modos de comprender la naturaleza humana.