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Niñas y niños en las calles españolas (Diario de confinamiento XIII)

Hoy es el primer día en que seis millones de niñas y niños españoles han podido salir a la calle, después de 42 días de confinamiento.

Daniela Siara

26 de abril de 2020 - 06:54 p. m.
Celebración del día del niño en España. / Cortesía
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Desde mi escritorio veo, a través de la ventana, como el paseo peatonal de mi barrio está siendo transitado nuevamente por los infantes. Algunos van en patinetes y bicicletas, otros corren y algunos simplemente caminan junto a uno de sus padres o hermanos. Percibir ambiente familiar allí fuera da un chutazo de esperanza espectacular. Mientras escribo esta entrega escucho gritos y risas en la calle que me emocionan, me recuerda a la vida de antes.

La salida de los niños ha sido pautada con varias restricciones: Pueden salir una vez al día durante una hora, no se pueden alejar más de un kilometro de casa y solo pueden ir con un progenitor. En el caso de familias con varios hijos, tienen que hacer turnos de salida o que uno de los adultos se aventure a la calle con varios de ellos, una labor ciertamente complicada para familias con niños pequeños. Los menores no pueden tocar el mobiliario público ni entrar en los parques infantiles. Además, tienen que guardar la distancia de seguridad con las otras familias y no pueden abrazar, dar la mano, ni mucho menos dos besos a sus amigos en el caso de encontrárselos. 

Si desea leer la anterior entrada de este diario, ingrese acá: Sant Jordi: rosas y libros desde casa (Diario del confinamiento XII)

Anoche, en mi grupo de WhatsApp de madres del barrio, se notaba cierta expectativa por el día de hoy. Varias se preguntaban si podrían salir los dos padres para cuidar de sus dos niños. Otra imaginó la escena surrealista de ella tratando de evitar que sus dos niños pequeños corrieran en dirección al parque infantil. Una dijo que llevaría consigo un tarrito de gel hidroalcohólico, una buena idea. Las mascarillas son recomendadas para niños mayores de tres años, pero nos reíamos imaginando cuanto tiempo les durarían puestas en la cara a los más pequeños. Una dijo que en su casa habían decidido que saldrían todos, separados por unos metros los unos de los otros. Otra, sumándose a esa idea, dijo que aprovecharían el momento de sacar al niño para que el padre sacará al perro, e irían separadamente juntos. 

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En el chat de mamás colombianas en Barcelona la conversación pre-salida se focalizó en que a algunas sus hijos les habían dicho que NO tenían ganas de salir de casa, explícitamente miedo, en algunos de los casos. Varias coincidieron en que no los presionarían y que acompañarían este proceso el tiempo que fuera necesario. De hecho, me sentí identificada con el comentario de una que dijo que esta cuarentena estaba siendo una oportunidad muy bonita de entender los sentimientos de sus hijos sin la prisa del día a día. Por mi parte, tengo que confesar que, de forma íntima, no tengo ganas de volver a la normalidad de antes. En algunos aspectos me está gustando mucho esta anormalidad de estar todos pegados como chicles y de darle valor a lo cotidiano. Al rato, me dio por preguntarle a Martí sí tenía ganas de salir y negó con la cabeza. No intenté convencerlo de lo contrario, en definitiva, el miedo es información interesante de un sentimiento que está elaborándose dentro, pero su negación me sirvió para darme cuenta de que teníamos más expectativas por salir los adultos que el niño. Supongo que, el hecho de salir y conquistar el exterior para dar un paseo en familia, sin miedo a encontrarnos a la policía y a una multa, es un gran avance. 

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Esta mañana mientras ayudaba a poner la ropa a Martí, le expliqué que el coronavirus no entraría a casa si nos lavamos muy bien las manos y no tocamos algunas cosas de la calle. No le pregunté si tenía ganas de salir, pero percibí que le hacía ilusión montar en bicicleta cuando se la mencioné. Me senté a escribir, y a media mañana entraron Miquel y Martí al estudio a despedirse de mí. Vi que iba contento, la bicicleta ya estaba esperándolo en la entrada del apartamento. 

Ante la promesa de una horita de silencio, continúe con la escritura. Sin embargo, no pude evitar mirar mis redes sociales, tenía curiosidad de ver como se estaba desarrollando la mañana. Y, a juzgar por algunas de las fotos que vi, no tan bien como cabría esperar. Calles llenas de familias, niños jugando con sus amigos y padres abrazándose entre ellos. Hace tiempo que esperábamos un día como el de hoy, pero seguimos sin vacuna para prevenir el virus, así que deben respetarse las normas establecidas por las autoridades sanitarias. El temor por un rebrote del virus está latente en cada recomendación que nos hacen. De hecho, Sanidad ha pedido a las comunidades autónomas estar preparadas para disponer, de forma inmediata, del doble de camas en las UCI por si hay un rebrote epidémico. También ha pedido que los hospitales y centros de salud cuenten con un doble circuito de entrada para enfermos respiratorios y otros usuarios con otras dolencias. Esperemos que no sea necesario, querrá decir que todos hemos estado a la altura.

Lo invitamos a leer: Ante el mar, una mirada a la eternidad del mundo

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Cuando regresaron, Miquel me contó que al salir se habían encontrado al portero catalán (le llamamos así porque es el único local de todos los vigilantes que nos cuidan). Miquel le comentó que Martí estaba a gusto en casa y no había echado mucho de menos el mundo exterior, pero justo en ese momento se dieron cuenta de que el niño estaba subido en un murito gritando animosamente: “Estic al carrer, estic al carrer” (estoy en la calle). Estaba pletórico. Él también estaba conquistando algo, que no sabe bien qué es, pero está relacionado con su miedo a la calle, con superar un primer umbral de esta crisis, con apropiarse de la vida fuera de casa…

Decidieron atravesar la avenida que nos separa del mar. El paseo estaba abierto pero los accesos a la playa no. Me explicaron que se habían saludado con todas las personas que se habían topado en el camino. Fluía la empatía. Tiene sentido, todos estamos en el mismo viaje, así que toparnos con desconocidos que están igual de felices que tú, que han pasado el mismo miedo que tú y que están en la calle de vuelta, igual que tú, nos vuelve cercanos, casi amigos. Me gustó escuchar esto. Espero que mañana, al salir a la calle con Martí y encontrarme a otras familias, pueda experimentar esas miradas, esa complicidad con mis vecinos desconocidos.

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Mientras continúo escribiendo, no dejo de recibir fotos de los niños de mi familia española, de los compañeros de la cooperativa de educación, de niños de mis vecinas y de algunas colombianas disfrutando de la calle. Miquel también me muestra una de Martí en la playa, con una sonrisa igual de bonita al soleado día que está haciendo hoy. Creo que el entusiasmo que percibo afuera se parece al del día después de Navidad, todos los niños con las ilusiones renovadas. Hoy, por la simpleza de habitar el mundo.

Por Daniela Siara

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