Pensar la vida como un arroyo que desemboca en el mar, asombrarse con el origen de la lluvia, conectarse con la ancestralidad, reconocer la importancia de las flores y de la memoria natural son apenas algunas partes del universo sensible que encierra “Niño de agua y las mariposas”, una novela que habla sobre la belleza de saberse vivo, habitando un planeta en el que “todo lo que hacemos tiene eco”.
Pemberty expone un panorama en el que el desarrollo tecnificado aleja al ser humano de la naturaleza, haciéndolo caer en la “esclavitud del progreso” y el egoísmo, además de separarlo del “lenguaje original para comunicarse con la tierra”. En estas páginas, transgeneracionales, cualquier persona, de cualquier edad, puede adentrarse en el corazón de un planeta, en la enseñanza de los animales y en la necesidad de amar y proteger la vida.
“El ser humano perdió la capacidad de entender e interpretar a la Madre Tierra, que no se manifiesta con palabras, sino a través de los fenómenos de la naturaleza. Comprendimos hace muchos siglos los ciclos del agua, el ritmo de las estaciones y las fases de la luna con sus respectivas bondades, pero no entendimos al planeta como un reservorio de vida”.
Este escritor que fortaleció su mirada en el campo y estimuló su creatividad en el oficio de la siembra, bajo el espesor de la niebla de San Pedro de los Milagros, inventó en su libro el origen de algunos elementos de la naturaleza, como las mariposas y los arroyos, sacando al lector del entumecimiento y poniéndolo a replantear su relación con la cotidianidad y la casi milagrosa existencia del agua.
“Cuando comencé a pensar el origen, las preguntas que me atormentabas eran: ¿qué edad tienen los ríos?, ¿nacieron en determinado período geológico o en diferentes períodos?, ¿cómo irrumpen en el mundo? Investigué, pero nunca pude establecer la edad de ninguno de ellos. La historia nos habla de las primeras civilizaciones y ya los ríos estaban ahí, es más, se desarrollaron alrededor de algún río. Por lo tanto, los ríos son anteriores al hombre, y quizás al más primigenio antecesor del hombre, y su origen se pierde en el maremágnum de la formación de continentes y montañas. Así que creé mi Niño de agua en una época antiquísima y sin calendarios. Yacía en las entrañas de Mamá Tierra, cuando sus montañas estaban aún en formación. Con las mariposas fue distinto porque son criaturas que evolucionaron, aunque, hasta donde sé, no hay mucha claridad sobre sus primeros ancestros”.
Recordar que todo está unido a un engranaje gigante en el que todos los seres conforman el planeta y existen en él, debería ser razón suficiente para cambiar el ritmo insostenible con el que el humano transita la tierra. La montaña, el canto de las aves y la armoniosa humildad de las plantas abren las puertas a la libertad y el despojo, así como enseñan a recorrer la belleza de la lentitud e ir soltando el exceso de posesiones para caminar livianos, fortalecer el espíritu en la música de los bosques y retomar equilibrio para no pasar por encima del bienestar de la naturaleza.
“La población humana ha crecido enormemente y educar y gobernar voluntades tan diversas es un reto que nos supera cada vez más. Y si a eso agregamos la avaricia del ser humano…Toda la vida, con todo el progreso, no nos ha despojado de nuestros miedos primigenios, por lo que podemos decir que nos es más que un cataplasma para nuestros instintos más oscuros. Además, el progreso tiene hoy dos impulsores muy poderosos: el dinero y el poder. Y, en últimas, se ha reducido a ellos. Y ya sabemos cómo se maneja el poder y cómo se maneja el dinero: a patadas contra el planeta”.
Este libro, tan urgente para la comprensión de la tierra como “la casa mayor”, hace que regresemos la mirada al misterio de las estrellas y hacia la inabarcable belleza de la naturaleza, para vivir sin mediocridad, con simpleza y con el alma abrazada al viento; serenos, adentrándonos en la contemplación y en la gracia del pensamiento.