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"No creo en la esperanza"

Con sus novelas, el escritor israelí demuestra que no hay una separación entre cultura y política.

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Sara Malagón Llano / Enviada Especial Cartagena
01 de febrero de 2014 - 09:00 p. m.
Nir Baram nació en 1976 en Jerusalén y publicó su primera novela en 1998. También es director de la colección de libros de no ficción titulada 972.   / Cortesía - Hay Festival
Nir Baram nació en 1976 en Jerusalén y publicó su primera novela en 1998. También es director de la colección de libros de no ficción titulada 972. / Cortesía - Hay Festival
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Algunos comentarios hablan de la recepción de su obra y dicen que sus novelas han tenido mucho éxito entre los jóvenes. ¿Estaba escribiendo para gente joven?

Yo creo que mi novela Las buenas personas (Alfaguara) es un libro que ha leído mucha gente de diferentes edades. Pero mi última novela, World Shadow, que será traducida al español el próximo año, es un libro que le gusta especialmente a la gente joven porque trata sobre el capitalismo en los últimos treinta años. Intenta mostrar la estructura básica del capitalismo, que esclaviza a los jóvenes de todo el mundo, y describe las fuerzas que vienen del capitalismo y las que tratan de destruirlo. World Shadow le da voz a la experiencia de todos los jóvenes del mundo. Debo anotar que sí me sorprendí con la respuesta de los jóvenes en Israel, porque por lo general no son buenos lectores. Sin embargo, World Shadow probó lo contrario, tal vez porque habla de algo que les incumbe, por lo que sienten verdadera pasión e indignación. Se sienten identificados, de alguna manera.

Tengo entendido que es el primer escritor israelí que habla de la Segunda Guerra Mundial desde la perspectiva de los colaboradores. ¿Qué implica escribir desde ese punto de vista?

La pregunta más interesante sobre la Segunda Guerra Mundial no es por qué esa ideología radical y racista surgió. Lo interesante de la Segunda Guerra es pensar cómo fue posible que esa ideología gateara desde afuera hacia adentro, hacia el centro. Es decir, no es interesante entender a Hitler, a Himmler y a todos los nazis dementes, sino más bien cómo los burgueses, la gente común y corriente —algunos de ellos brillantes y sin conexión alguna con la ideología— permitieron que los nazis se constituyeran como el centro de todo. Fueron los que le dieron, en realidad, poder a la maquinaria asesina nazi. En todos lo regímenes totalitarios es posible ver que los burgueses, o la clase media, como quieras llamarlos, son los que colaboran con el mal al no hacer nada, al permanecer en silencio. Permitieron que esa ideología se impusiera y se fortaleciera. Yo quería entender a ese tipo de personas. De modo que Las buenas personas es acerca de la gente brillante, muy exitosa y en muchos casos muy rica que apoyó el régimen.

¿Por qué cree que es necesario seguir escribiendo acerca del pasado? Hannah Arendt dice que sólo con la reflexión sobre el mal podíamos llegar a comprender el pasado. ¿Qué diría al respecto?

Yo no diría que escribo exactamente sobre el pasado. Creo que la nueva novela, por ejemplo, es una novela muy contemporánea. Por su parte, Las buenas personas es en efecto una novela histórica, pero ese tipo de escritura sólo es interesante si dice algo sobre el presente, y creo que mi novela es un libro muy importante para hablar de la sociedad de hoy y repensarla. Como World Shadows, termina hablando de la estructura del capitalismo y se pregunta si realmente existe algo como el “espíritu individual”. Sinceramente lo dudo. Y sobre lo que dice Hannah Arendt, puedo responderte que en realidad no creo en el mal. La gente sobre la que escribo en Las buenas personas no era mala, era gente común y corriente, y esto es lo interesante y también lo terrorífico. No creo que cuando hablamos de la Segunda Guerra debamos hablar del mal, sino de un área o un fenómeno muy complejo y contradictorio donde no hay conclusiones, sólo preguntas, y donde es realmente difícil determinar con certeza quiénes son los buenos y quiénes son los malos.

¿Cree que es posible imaginar o esperar algo específico que derive del cambio en la sociedad?

No creo en la esperanza, en poder estar esperando algo, y tampoco en las utopías. Los activistas políticos y los escritores tratamos de contrarrestar y destruir el sistema porque sabemos que está mal, no porque podamos dar una respuesta sobre lo que debe venir después. No sabemos qué puede pasar, no podemos saberlo de antemano. Sólo podremos saberlo cuando el cambio efectivamente empiece a darse, precisamente porque no sabremos en qué consistirá o de qué manera se dará. Esa es la trampa que tratan de ponernos: el tener que proponer algo preciso para justificar nuestro deseo de que la situación dé un vuelco radical. De la lucha misma surgirá algo, eso es lo que debemos pensar, porque muchos factores podrían intervenir en la manera en que sucede. Anticiparnos, dar respuestas precipitadas y sin fundamento, sería mentir. Lo que debemos hacer en este preciso momento es luchar, preocuparnos por dar la pelea.

Me parece oír ecos del pensamiento del filósofo esloveno Slavoj Zizek en su manera de hablar de ideología, capitalismo y revolución. ¿Ha sido un pensador influyente para usted?

Sí, lo leí cuando estaba en la universidad, pero no es necesario leerlo para entender el fenómeno del capitalismo. Sin embargo, Zizek dice algo que me llama la atención: no hay un mundo perfecto ni un orden perfecto; imaginar un orden perfecto es parte del problema. Creo que ahora que queda demostrado que el capitalismo está muy lejos de ser el mejor de los órdenes posibles —porque en realidad la movilidad social y las oportunidades que promete son sus mayores ficciones—, es necesario luchar contra él, sin pensar en dar una respuesta desde ya.

¿Cree que hay una relación interdependiente entre literatura y política?

Quisiera hablar de alguien que aprecio más: Fredric Jameson. Él dice: “Todo es político”. Cualquier ficción literaria es política sólo por ser publicada en cierto Zeitgeist, en un lugar y tiempo precisos. Si escribo ahora mismo una historia sobre dos israelitas que se enamoran y no tienen ningún interés en política, esa escritura es, por sí misma, un acto político, porque de alguna u otra manera hablará del espacio común que es hoy Israel. Göring dijo alguna vez: “Si alguien me habla de cultura, yo inmediatamente voy por mi revolver”. Esa frase señala algo muy importante: si alguien quiere separar la literatura o la cultura de la política, eso significa, primero, que esa persona es un idiota, y segundo, que no entendió nada sobre el siglo XX. Se podría decir, quizá, que es una cuestión de grados: hay literatura más política que otra, pero ninguna deja de serlo.

¿Cuál ha sido la obra más difícil de escribir?

Creo que Las buenas personas, porque al ser una novela histórica tuve que investigar mucho antes de escribirla. Tuve que tener mucho cuidado, además, con cada frase en el proceso de escritura, porque debía transportarme de alguna manera, desde mi conciencia y mi contexto, a los de una persona que vivió en el año 1938. World Shadow fue mucho más fácil de escribir por esa misma razón, porque habla de mi generación.

¿Qué piensa de la situación de Israel hoy en día?

Creo que el mayor problema del Israel de hoy es que la manera en que las instituciones israelitas enseñan el Holocausto hizo que los judíos de Israel (no los judíos de todo el mundo) se sintieran como las víctimas. Han plantado una perspectiva de autovictimización en la conciencia de cada judío israelí desde el jardín infantil y eso ha hecho que la nuestra sea ahora una sociedad paranoica, e incluso racista, con respecto a los no judíos. Los judíos sólo aprendieron la lección del Holocausto (“no al racismo”) desde la perspectiva de los judíos israelitas, sin pensar en que están reproduciendo el mismo prejuicio contra el mundo. Nos sentimos como víctimas y negamos, por ejemplo, la responsabilidad de haber esclavizado a los palestinos por más de sesenta y cinco años.

Entonces, ¿qué opina sobre el movimiento sionista?

El sionismo fue una buena idea en su momento, porque trajo a los judíos a Israel. Pero ahora el cambio no debería consistir en crear un Estado para los judíos, sino uno para todos los israelitas. En vez de cerrar el gueto judío, debemos abrir la sociedad israelita para que se convierta en una sociedad inclusiva. Para eso no necesitamos el sionismo, necesitamos otra cosa, algo que lo supere, la fase siguiente. Creo en un Estado israelí, no en un Estado judío.

saramalagonllano@gmail.com

Por Sara Malagón Llano / Enviada Especial Cartagena

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