El Magazín Cultural

"No creo que seamos un país propenso a la violencia, o nacidos para matarnos": Fernando Salamanca

CSI Colombia, título editado por el sello Aguilar, es el libro con el que el escritor se ha aventurado a desentrañar algunos de los crímenes más terribles de los últimos años en Colombia.

Santiago Díaz Benavides @santiescritor
24 de marzo de 2018 - 09:22 p. m.
Cortesía Penguin Random House
Cortesía Penguin Random House

Fernando Salamanca es bogotano, escritor, profesor e investigador de la Universidad de Los Andes. Un completo apasionado por el periodismo y las novelas de misterio. Ha escrito para Gatopardo, SoHo, Esquire, y Vice. En este, su primer libro publicado con Penguin Random House, aborda en siete crónicas la forma en que las ciencias forenses decodificaron algunos de los crímenes más impactantes de la historia reciente de Colombia.

Basta leer un par de páginas de CSI Colombia para entender la gravedad del asunto. Como si de un episodio de televisión se tratara, con aire ensayístico y haciendo uso de las formas canónicas de la crónica, deja en alto el periodismo de investigación, pues en este libro se presentan las narraciones de algunos episodios desafortunados que van desde lo absurdo a lo sumamente degradante de la condición humana. El acierto de Salamanca es notorio y excelso por donde se le mire, pues hace tiempo se necesitaba de una publicación que nos permitiera a los lectores entender de otra manera lo que tantas veces oímos en la radio, vimos en las noticias, o leímos en la prensa. El lector se encontrará con un narrador que lo lleva de la mano –una especie de Sherlock Holmes–, para que conozca la historia, sus protagonistas, la escena del crimen.

Desde hace tanto que el presente del país parece un radiador en mal funcionamiento. Ahora, en tiempos de elecciones, con este libro leído, con la cabeza turbada de anuncios politiqueros, me pregunto: ¿A quién le comemos cuento?

¿Quién es Fernando Salamanca? ¿Cómo se inicia en este campo del periodismo de investigación? ¿Adónde va con todo esto?

Me defino como un escritor, investigador y apasionado cronista. Me gusta mucho el cine, las novelas de misterio o policíacas (Philip Marlowe o Dashiell Hammett, por ejemplo), la psicología o la literatura sobre cómo funciona la mente humana, qué hay detrás del telón de la personalidad o el carácter de una persona, y sus hábitos o anomalías. En ese sentido, retos como resolver misterios, seguir pistas, atar cabos o establecer relaciones son una constante en mi trabajo periodístico en las diferentes publicaciones en las que escribo (SoHo, Vice, Arcadia, Semana, Malpensante, etc.). Allí podemos hablar de periodismo de investigación, aunque yo simplemente lo rotularía como historias con buena reportería, con reflexión en la manera de abordar el tema o la carpintería de la escritura gracias al tiempo disponible que brinda ser periodista freelance. Por lo demás, soy un ciudadano común y silvestre, estoy casado desde hace unos meses, me encantan los perros, salir a trotar, ver series en Netflix, ir de compras, etc. En la parte laboral, soy profesor en varias universidades e investigador asociado de Los Andes.

A dónde voy con esto, en particular con CSI Colombia, a que los lectores encuentren los elementos que les permitan conocer y comprender los elementos objetivos que hay detrás de una investigación judicial, y que evitarían la novelería, la histeria o la corrección política de la inmediatez. Mi objetivo no es convencer a la persona que me lee que aquel chico es culpable, o aquella nena fue cómplice de algún crimen. No, sencillamente, lo que quiero es que conozca los casos desde varios enfoques para que tome su propia decisión.

¿Es Colombia un país históricamente propenso a la violencia? ¿Han pagado los criminales como deberían?

No creo que seamos un país propenso a la violencia, o nacidos para matarnos. Hay problemas o tensiones estructurales de nuestra sociedad que no han sido resueltos a lo largo de nuestra historia (la reforma agraria, la apertura de la dirigencia política hacia sectores alternativos, etc.), y que justamente por no haber sido solucionados han resultado en extremismos violentos como las guerrillas o los paramilitares, las bandas criminales o los narcotraficantes.

Por otro lado, si revisamos las cifras y los hechos a lo largo de nuestra historia (más de veinte guerras civiles en el siglo XIX, una cantidad similar en el XX repartida entre violencia política, narcoterrorismo, guerrillera y su respuesta paramilitar, la violencia urbana, las celebraciones desbocadas ante los triunfos), podemos decir que la violencia ha sido una constante para las generaciones de colombianos de las regiones más apartadas hasta los centros urbanos. Una radiografía de las secuelas del desangre de nuestras violencias me la dio un forense que lleva los casos de Justicia y Paz en Medicina Legal, su nombre es César Sanabria, él dijo que Colombia debería ser declarado camposanto.

Si los criminales han pagado por sus delitos corresponde a la justicia colombiana y su capacidad de investigar y resolver los diferentes casos que llegan a los despachos judiciales. En los casos del libro, el abanico de epílogos es múltiple. En el caso de la niña Catalina Vásquez (capítulo 4), el culpable, un policía de la metropolitana de Bogotá, fue condenado a cuarenta años de cárcel, de los que pagó diez, nadie sabe dónde anda el tipo. Una situación similar ocurre con el caso de los Diputados del Valle, pues con la implementación de la JEP, los autores intelectuales (Pablo Catatumbo, miembro del Secretariado) y materiales (alias Pacho Chino, que está dedicado a dar conferencias de paz) están en una espera jurídica transicional. La otra cara de la moneda son casos como el de Colmenares o la monja asesinada en su convento en 1999, que se resolvieron con la ayuda de tecnología e investigación, en ambos casos se pasó de una verdad científica a una verdad jurídica.

¿Cómo fue el proceso de investigación para la escritura de este libro?

El proceso de investigación para la escritura del libro demoró un año y partió de una pregunta. ¿Es posible que en nuestro país se resuelvan crímenes como en la serie CSI? En 2015, visité los laboratorios del CTI de la Fiscalía (estuve en los laboratorios de balística, química, morfología, genética con sus especialistas y coordinadores, con quienes reuní una buena cantidad de material que desbordó los límites de una crónica); luego decanté toda la información que recogí en los laboratorios y que me condujeron a buscar casos que hubiesen sido investigados y resueltos con la ayuda de ciencia y tecnología. Después, eché a andar el libro…

¿Cuáles son los casos, de los que aquí se abordan, que más le conmovieron? ¿Cómo ve el estado de las ciencias forenses en el país?

El caso que más me conmovió fue el de Catalina Vásquez, una niña de nueve años que fue violada y asesinada en una estación de policía en 1993, cuya vida conocí en detalle a través del testimonio de su propia madre. Fue el último relato que escribí, pues quería mantener la distancia y evitar una escritura lacrimosa. Por el contrario, el que más disfruté fue el de Luis Alejandrine Segura, un mexicano joven que terminó de correo humano (mula) motivado no por dinero sino por una razón más fuerte y vaporosa: estaba enamorado.

El estado de las ciencias forenses está en auge desde hace unos años en el país, en parte por la implementación de la criminalística en Colombia a inicios de milenio, de la mano del sistema penal oral acusatorio, que reformó las investigaciones judiciales. Además, debemos tener en cuenta la fuerte inyección económica que significó el Plan Colombia para la Fiscalía: aparatos de un millón de dólares, la tecnología, la formación de especialistas aquí y en el exterior, el feedback con el FBI (la policía científica de los Estados Unidos), una variedad de equipos o métodos que pueden identificar cuerpos que han sido descuartizados o incinerados. La inversión es necesaria, la tecnología por sí sola no es suficiente. En la justicia colombiana, lo científico (aparatos, peritos, estudios) forma parte de un engranaje mayor y más complejo.

¿Cómo sería un episodio de CSI Colombia? ¿Es posible que haya una segunda temporada?¿Podremos leer más de su trabajo en los años venideros?

Un episodio de CSI Colombia es una historia que comienza por la nuez de la semilla, va tomando camino y fuerza con elementos que enriquecen la historia, pero la mejor manera de conocer un capítulo de CSI Colombia es leyendo el libro. Sobre si habrá una segunda edición es posible, pues se trata de una decisión editorial que depende de cómo le vaya al libro en ventas y otros factores. En un escenario hipotético, una segunda edición incluiría casos de la región, sacaría el foco de Colombia y lo llevaría a casos de Latinoamérica para investigarlos, como el de la muerte del fiscal argentino Alberto Nisman, que aún no se sabe con certeza si fue un suicidio o asesinato.

Del futuro inmediato de mi trabajo, puedo contarte que el otro año publicaré con Random House un libro sobre arte y narcotráfico en Colombia, en el que reviso la relación de los capos de la mafia (Escobar, Rasguño, Monita Retrechera, y otros) con el arte colombiano. Sobre ese tema he publicado algunos textos, por ejemplo, “Los Rubens de Rasguño”, que apareció en Arcadia, en 2015.

¿En dónde reside la importancia de este tipo de publicaciones? ¿Qué aspectos debería mejorar el periodismo para abordar este tipo de temas?

CSI Colombia es la evidencia de que el periodismo investigativo y narrativo goza de buena salud, es una inspiración para los periodistas que todos los días estamos buscando historias y dejamos pasar otras que valían la pena, o que podíamos rescatar de los archivos de prensa. Por otro lado, CSI Colombia es el colofón de un aprendizaje profesional y un crecimiento personal.

Te lo explico con un ejemplo, así como un perito de genética es capaz de decodificar el ADN de una persona a partir del trozo del fémur (el hueso en el que mejor se conserva el ADN humano), yo construyo una historia a partir de su expresión mínima fundamental que es la noticia. No sé si recuerdas la película “Capote”, en la que se cuenta cómo el libro “A sangre fría” nació la mañana que Truman Capote estaba revisando el periódico y encontró la noticia de la matanza de una familia en Kansas, en 1959. Ese fue el detonante para un exhaustivo trabajo de campo y de documentación que luego le sirvieron para darle forma al libro. Bueno, algo así me pasó a mí, en particular con el caso de la monja Luz Amparo Granada o con la niña Catalina Vásquez, a partir de una búsqueda de artículos comencé a trabajar y echar a andar el trabajo de CSI Colombia.

De esta manera, un periodista es más que un especialista, un renacentista modesto, un experto en todas las cosas, pero de una a la vez. Ese es mi aporte para abordar este tipo de temas. En un apartado del caso Colmenares, traigo a cuento las reflexiones del antropólogo francés Edgar Morin, que estudió la relación entre el hombre y la muerte desde nuestros antepasados primitivos, sus cristalizaciones históricas y la contemporánea crisis de la muerte (el tabú de un cadáver y su ausencia, o por qué hoy en día llamamos a los cementerios jardines de paz o recuerdos), y que encaja con la situación actual de la familia Colmenares que en una entrevista en Bocas contó que la habitación de Luis Andrés, siete años después de su muerte, sigue intacta.

Fernando, ¿cuál era su intención al escribir esto?

Estas crónicas están configuradas con el propósito de interpretar realidades del país, las cuales, querámoslo o no, son inherentes al ser humano. Ese es el espíritu del libro, que surge a partir de mi interés por ese lado oscuro de la condición humana, el crimen, la mente criminal, la muerte, y en el desarrollo del libro, encontré el equilibrio en la escritura para que yo, y no otro, fuese el Sherlock Holmes de este CSI Colombia.

Por otro lado, yo creo que el periodismo es una carrera de resistencia, en la que no tiene chances el que llega primero, sino el que más tiempo permanece.

Por Santiago Díaz Benavides @santiescritor

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