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Los argentinos casi nunca estuvieron de acuerdo. Mucho menos sobre lo que suponía un común denominador: asado o tango, no digamos fútbol y peronismo. Los vi manotear en las esquinas, vocear en la parada del bus, formar debates de supermercado sobre estas y otras tramas.
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En mi primera visita a Buenos Aires, colombiana como soy, esperé a que alguien sacara un arma al final de cada escalda adjetival: boludo, pelotudo, atorrante. Luego entendí que no, que no necesariamente sacaban un arma y tampoco se iban a los golpes. Simplemente, discutían y discutían, hasta aburrirse, casi por placer. El debate mismo como un fin.
Algo que, lejos de desanimarme, me pareció el síntoma de una sociedad participativa, imaginativa, sin duda latosa, pero con cierto nivel de lectura crítica de los discursos. Así, estos hayan sido, varias veces, sobre qué es lo fundamental a la hora de respetar el punto de cocción de cada corte: vacío, asado o bife de chorizo.
No esperaba menos de una casta que atravesó una dictadura como la de Videla, mientras continuaba tarareando al unísono, entre otras cosas, el cancionero escolar de María Elena Walsh. Escribo su nombre y llego al punto. Hace poco lo vi en las noticias de efemérides culturales. Se cumplieron 11 años de su muerte. Y por estos días, se celebra su natalicio.
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Una figura cultural clave para varias generaciones de argentinos. Entre otras cosas porque influyó la niñez a través de un programa extraordinario en lengua castellana con su cancionero escolar. Y porque sus composiciones, que tomaron mayor fuerza en los años sesenta, se anclaron a la tradición popular.
No sé, hago cuentas y Charly García debía tener trece años cuando el país entero cantó uno de los éxitos rotundos de María Elena Walsh: Manuelita la Tortuga, en 1964. Entonces investigo y encuentro que en el libro Asesíname, María Rosa Yorio cuenta que cuando vivía con Charly García, solían cantar a dos voces las canciones de la poeta y compositora. No solo Spinetta, también yo pienso que la música de Sui Generis tiene mucho del universo Walsh.
Cosa que me parece un cumplido. Antes de ella, coincido con los investigadores, pensar en poesía e infancia suponía rumiar versitos didácticos y moralistas. “En medio de esta atmósfera de melancolía, de moralina, de paternalismo escolar, de colonización cultural, en medio de este desconocimiento de la identidad nacional y de la poesía infantil, aparecieron mis versos para cantar con un poco de ternura sin azúcar y mi risa sin falsificar”, diría ella.
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Citándola de nuevo y sin comillas, la novedad de sus canciones era justamente que no tenían ningún carácter docente ni predicador. “Era un concepto revolucionario el pensar que la versificación no tenía por qué tener un contenido didáctico”, diría Walsh, en un texto de Origgi de Monge. Defensora a ultranza de la imaginación, la poeta nos incita todavía a salir de la moraleja, para pensar por nosotros mismos y cavilar las cosas de una manera distinta. En el subtexto de sus canciones se pescan esas invitaciones a salirse de los bordes. Todo menos: “nena, eso no se toca”, “nene, eso no se hace”.
Los suyos eran títulos como El sol no tiene bolsillos, Juguemos en el mundo, Como la cigarra, El buen modo y El reino del revés, entre otros.
A su vez, escribía libros y artículos de opinión en medios nacionales. También ahí se saltaba las márgenes. De hecho, ahora que lo pienso, la canción Jardín de Gentes, de Spinetta, parece el epílogo del texto con el que ella se ganó el exilio en 1978, en plena dictadura: Desventuras en el Jardín-de-Infantes.
“En lugar de presentar certificados de buena conducta o temblar por si figuramos en alguna «lista» creo que deberíamos confesar gandhianamente: sí, somos veinticinco millones de sospechosos de querer pensar por nuestra cuenta, asumir la adultez y actualizarnos creativamente, por peligroso que les parezca a bienintencionados guardianes. (…)”, dijo en su texto.
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Como era de esperar, después de publicar esta diatriba contra la censura de la dictadura militar se fue del país. Y no solo eso, también dejó de componer y cantar en público. No había caso, su música y poesía ya estaban rodando y la bola fue creciendo en la pendiente.
Tanto así que, en 1995, muchos años después de restablecida la democracia en el sur, le dieron un reconocimiento por ser la única mujer que llegó a vender quinientos mil discos. Para ese entonces, en Argentina, solo Sandro y Julio Iglesias lo habían conseguido. Ella, una poeta y folclorista que cantaba a la niñez con letras que estimulaban incluso a los adultos, los dejó regados.
Había empezado este texto diciendo que los argentinos casi nunca estuvieron de acuerdo. Y que eso me pareció una señal de democracia. En consecuencia, leo que hace unos días, en ese país, millares de personas convinieron estar en contra.
Charly García, Fabiana Cantilo, Gustavo Santaolalla, León Gieco, Susana Rinaldi, y una lista infinita de músicos argentinos encabezaron el millar que firma un comunicado en contra de la ley omnibús. Entre otras reformas, el programa estrella del actual presidente Milei reduce el financiamiento al Instituto Nacional de la Música. Y golpea a la cultura y la educación en general, incluidos el cine y el teatro.
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Con más de 600 artículos amenizados con una cumbia villera llamada No hay plata, el gobierno actual lanza cambios en el sistema político, la educación, las jubilaciones, las relaciones laborales y los derechos de protesta en Argentina.
Como un padre que manda los hijos a un Jardín-de-Infantes, sin merienda, el presidente actual sigue sonando en redes digitales como una tonada de electro house viral. En contraste, algo me recuerda el natalicio de esta mujer única, mujer pensante que veía en la literatura y la música la mejor manera de estimular el pensamiento crítico, una defensora del derecho a la imaginación. Dejo los video memes políticos por un momento y le subo el volumen al viejo cancionero: “Me dijeron que en el reino del revés / nadie baila con los pies. /Que un ladrón es vigilante y otro es juez / y que dos y dos son tres” …