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¿Pero cuál es la raya que dice el editorial que ha traspasado la guerrilla? Pues realmente en este país esa raya ya se borró hace mucho tiempo, si es que existió.
La guerrilla comete crímenes cada tanto, y todos los medios hacen eco (como debe ser) en rechazar estos actos atroces y pedir justicia, ¿y cuando estos actos son cometidos por los agentes del Estado, se les da el mismo despliegue, se exige justicia de igual manera?
Pero los que sufrimos las consecuencias somos los más de 45 millones de colombianos, directa o indirectamente. Directamente a unos los involucran en las fuerzas del Estado y a otros en las fuerzas de la insurgencia. Cuando mueren en acción o por fuera de ella, los agentes del Estado les llaman asesinato, eso suena a la violación del más fundamental de los derechos humanos: la vida. Cuando mueren en acción o por fuera de ella, los agentes insurgentes les llaman dados de baja: eso suena a estadística. Igualmente, sean del bando que sean son colombianos, parte de esos 45 millones que estamos en medio de esos dos bandos.
Esta guerra que soportamos no es una guerra de buenos contra malos, no puede verse como una confrontación de dos contrarios en la que los colombianos estamos o no de acuerdo con un bando o de acuerdo con el otro. No, la realidad es otra. Somos millones de colombianos los que tenemos que soportar en medio de la lucha de estos dos bandos, que nos hacen mal. Uno de los bandos es el Estado, que se autoproclama legal y legítimo. Legal tal vez, igualmente nacemos en él y no tenemos el derecho de refutar su legalidad, o tal vez sí, pero en sus propios términos, que al final es lo mismo. Legítimo, definitivamente no, cuando más del 60% de la población votante no participa en la elección de los representantes de ese Estado o la rechazan. Por otra parte está el bando de la insurgencia, que no es legal ni legítimo.
Sin embargo, los dos tienen en común que se autoproclaman defensores de los derechos y representantes del bienestar de esos 45 millones, y no son nada de eso, no representan a nadie más que ellos mismos y sus intereses. Por un lado, los dueños del Estado, que por la ley o por fuera de ella mantienen el statu quo, que usan para mantener los privilegios de unos pocos mediante la dominación política, económica, ideológica y cultural de los 45 millones. Y por el otro lado está la insurgencia, que pretende derrocar ese statu quo para al final establecer uno nuevo que serán ellos mismos con iguales o peores resultados que el anterior. La historia así lo ha demostrado.
Ahora están los dos en La Habana buscando un acuerdo de paz. Ojalá se logre, para que cuando esto termine se puedan hacer dos cosas fundamentales, a las que hasta el momento no se les ha hecho eco para el posconflicto. Primero, para que nos demos cuenta de que la insurgencia, con todo el gran daño que le ha hecho al país y por el que de alguna manera tendrá que responder, no es la principal causante de los grandes males que aquejan al país, como la desigualdad, las otras violencias, la mala educación y salud. Segundo, para que responda a 45 millones de colombianos por el mal que nos ha hecho.