“Letra y música” celebra sus 25 años de carrera. ¿Qué evoca este aniversario en usted?
Siempre trato de disfrutar lo que estoy haciendo en el presente, de gozarme cada paso. Para mí, cada teatro es lindo, cada concierto tiene su encanto, cada ciudad nueva me entusiasma. Lo que sí me gusta es mirar hacia atrás y sentir felicidad al recordar mis comienzos, cuando era niña y soñaba con ofrecer un concierto al que la gente quisiera asistir y hoy eso sigue pasando. No solo entre quienes me acompañan desde hace muchos años, sino también gente joven. Saber que mis canciones unen generaciones y que transmiten un mensaje bonito me llena de felicidad.
¿Cómo mantiene esa emoción después de tantos años?
Es algo a lo que no me acostumbro ni lo doy por sentado. Me parece un verdadero milagro poder vivir de la música y seguir vigente. Nunca he sido viral ni he tenido un gran descubrimiento mediático; simplemente sigo trabajando como una hormiguita, atrayendo público en redes y en conciertos. Y cada vez que alguien me dice “esta canción me gusta” o “esta canción me acompaña”, lo valoro profundamente. Soy plenamente consciente del privilegio que significa vivir de la música, seguir vigente y que nuevas generaciones sigan escuchándome. Eso, para mí, es un milagro.
En esta puesta en escena usted recrea la intimidad de un hogar. ¿Por qué decidió llevar esa atmósfera doméstica al teatro?
Para este aniversario decidí crear algo distinto. Pensé en que, cuando uno registra una canción en los derechos de autor, siempre aparece “Letra y música: Marta Gómez”. Y eso es algo que se ha ido perdiendo. Hoy, con los nuevos géneros como el reguetón, la música urbana o incluso el pop, uno ve canciones con cuatro frases y en los créditos aparecen cuarenta compositores, lo cual es absurdo. Quise rescatar esa tradición y ahí me puse a recordar mis primeras canciones, las que compuse en la casa de mis papás en Bogotá, en el piano y por eso decidí recrear ese ambiente: el sofá de la casa de mis padres, el piano, las libretas con letras esparcidas por todas partes, los libros y la poesía que me inspiraban, la grabadora encendida, todo ese universo íntimo de mis inicios.
Usted ya acumula un repertorio bastante amplio, ¿cómo seleccionó las canciones para este concierto?
Decidí estructurar el concierto de manera cronológica: desde mis primeras composiciones hasta las más recientes, incluso algunas que acabamos de escribir. Comencé entonces por esas canciones que compuse, a los 14, a los 16 años. Luego, cuando viajé a Boston, empecé a escribir desde la nostalgia: extrañaba a mis sobrinas, a mis papás, mi casa en Cali, mi país. Más adelante me enamoré e hice una música más alegre y folclórica; después, al terminar esa relación, surgieron canciones más tristes. Luego me mudé a Barcelona, quedé embarazada de mi hijo y comenzó otra etapa. Así lo fui armando.
¿Cómo cree que ha cambiado su forma de componer en estos 25 años?
Es raro, porque a veces siento que ha cambiado muchísimo y otras veces siento que no ha cambiado nada. Creo que es absurdo lo que digo, pero es así. Ahora, al escuchar mis primeras canciones —que no oía desde hace treinta años—, pienso: “qué juguetona era”. Esas primeras composiciones, como El hormigueo o Déjalo ir, eran muy rítmicas, buscaban un sonido folclórico, con coros fáciles, canciones pensadas para que la gente pudiera cantarlas fácilmente. Con el tiempo, claro, me fui volviendo más densa, más nostálgica, como pasa en la vida misma. Lo que sí puedo decir es que nunca he perdido esa dicha de cantar, y conservarla es lo que más le pido a la vida. Si no vuelvo a escribir una canción o a inspirarme, realmente no me importaría, siempre y cuando no pierda la alegría de cantar. Cada vez que compongo algo, me da una alegría enorme; no pienso “una canción más”, ni tengo una fórmula después de tantas composiciones.
¿Qué papel juega la memoria en su forma de entender y hacer música?
Bueno, todo. Sobre todo por la música que yo hago, que no quiere decir que sea la única forma de hacerlo, pero desde chiquita siempre me inspiraba en los otros. Tengo algunas canciones personales, por supuesto, pero no son muchas. Otros cantautores siempre cuentan todo: me enamoré, me desenamoré, pasó esto, siento esto otro. En cambio yo no. Yo me inspiro mucho más en la memoria de otras personas. Siento que tienen vidas tan interesantes, tan tristes, tan dolorosas, tan bonitas, que me dan esperanza para componer canciones para ellos, para esas personas. Entonces, para mí no solo es importante la memoria, sino también la investigación, y eso me encanta. Por ejemplo, canciones como Chivatica, que es para una fundación que previene el abuso en niñas en Boyacá. Entonces, claro, cuando acepté el reto me tocó investigar qué árboles había en Boyacá, qué instrumentos, qué se comía, cómo crecían estas niñas y mucho más para poder enriquecer la canción. Me fascina que ese sea mi camino, y espero siempre tener esas razones para escribir.
¿Cómo describiría el sentimiento de ver materializada una canción?
Me siento feliz. Para mí el éxito es tocar la vida de las personas con mi música. A veces la gente que me conoce me dice: “Ay, pero ¿por qué no te conoce todo el mundo? ¿Por qué no eres más famosa?”. Como que les da rabia que no sea tan reconocida como otras personas. Y yo siempre les digo: no, es que yo ya soy demasiado exitosa, yo soy millonaria. Me pasa con Paula Ausente que mucha gente me dice: “Le puse Paula por Paula Ausente”, o Laila por Laila. Entonces, ¿qué más voy a pedir yo? Y lo digo honestamente, no con falsa modestia: no me interesa ningún premio más, ningún estadio más. Si logro tocarle un día a una persona, de verdad que soy absolutamente feliz.
¿Cómo se acerca a la composición infantil?
Yo creo firmemente que la música hecha para las infancias tiene que ser más elaborada que la nuestra, más estrictamente hecha, con conciencia y con belleza. Los niños son los que tienen los oídos más frescos. ¿Cómo les vamos a poner un sintetizador, una música mal hecha, una computadora o una inteligencia artificial? Tenemos que ponerles un violín, una voz humana sin autotune. Y en los temas también pasa. A mí no me gusta eso de “por favor y gracias, adiós y hola”, porque eso ya se lo enseñan los papás. Usted enséñeles que hay piojos, que los mocos también se los sacaban los abuelos. Denles ese juego, eso que ellos realmente quieren oír. Tenemos que darles desde ya lo mejor, para que ojalá puedan ser grandes seres humanos que oigan buena música.
¿Qué le diría a alguien que nunca se ha acercado a su música?
Yo creo que la música es tan fundamental… nos cambia, nos transforma. Y lo que siempre digo es que ahí debería haber espacio para todo. Es decir, yo no estoy en contra de la música urbana ni de la música bailable. Ni yo estoy todo el tiempo estoy oyendo cantautores y llorando. Pero sí me parece importante sacarle un espacio a la música que nos llene el corazón. Puede ser la mía o la de tantas personas que están haciendo cosas muy bellas. Porque es muy bonito oír una canción y ponerse a llorar porque le recordó algo. Creo que es importante conectar, llorar en un concierto, transformarse con una canción. Por eso, la invitación es esa: que me hagan un huequito para poder conectar con ellos.