Santiago Soto suspira mucho. Si algo lo conmueve, frena en seco y deja salir un suspiro que, generalmente, va acompañado de un gemido. Por estos días sus suspiros se han incrementado, sobre todo cuando habla de su hijo, que ahora, según él, tiene mucho afán para todo. “Está en la edad del palo cagado. No hay por dónde cogerlo”, dice, y se ríe, pero luego vuelve a suspirar, y con ese gesto aclara que el chiste es para suavizar el dolor. La distancia de su hijo lo lastima. Le duele hasta las lágrimas y la pena le quiebra la voluntad para cumplir la única ley que se impuso en esta esta cuarentena: no pensar en el futuro.
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Hoy, jueves 23 de abril de 2020, abrió los ojos a las 6 de la mañana. Consultó el “noticiero de Instagram”, el de Facebook y su chat. Después se levantó e hizo su habitual práctica de yoga para iniciar el día: saludo al sol. En eso se gastó 10 minutos. Después le sirvió el desayuno a su gato, que se llama “Don gato”, y luego preparó el suyo. Comió fruta y después se sirvió un agua de panela con limón que acompañó con un sándwich de queso y tomates secos. El paso a paso de la mañana lo atravesó tranquilo. Ningún día es igual al anterior así todos los esté viviendo en el encierro, pero este, en particular, comenzó sin angustia. Soto no se esfuerza mucho sosteniendo la tranquilidad.
¿Cómo hace?
Vivo el día a día. Tengo una fundación en la Sierra de Nevada de Santa Marta y tenemos un contacto muy importante con una comunidad de indígenas Kogui. Algo excepcional porque ellos no abren sus puertas fácilmente. Nos hemos ganado ese voto de confianza del mama José Miguel Noevita y de su familia. Cuento esto porque para mí ha sido fundamental la referencia de los Kogui y la forma en la que ellos entienden la vida me ha fortalecido para estos momentos. Nadie nos enseñó cómo teníamos que vivir esto y el que diga que estaba preparado, está mintiendo.
¿Por qué ha sido tan importante?
Porque los Kogui no son espirituales, son pragmáticos. Por ejemplo, la concepción que tienen del tiempo es la que yo aplico para mi vida.
¿Y cuál es?
Tienen el pasado adelante y el futuro atrás. El pasado está adelante porque lo podemos ver, pero en el futuro no piensan. Ese está atrás y no se puede ver. Ellos no sueltan el pasado y por eso están donde están. No tienen carreteras ni hospitales ni electricidad ni farmacias ni escuelas. No los tienen y no están pidiendo nada. Lo único que quieren es que no los sigamos destruyendo a ellos ni a la mamá, que es la Tierra.
¿Usted cómo incorpora esa visión a su vida?
Cada pensamiento hacia el futuro queda cancelado. Eso me angustia, me pone ansioso y me enferma. Esa carga negativa no la necesito ni la acepto. Cancelo el pensamiento y la palabra hablada o escrita sobre el futuro. No me sirve de nada pensar en el mañana y quien diga que sabe cómo es el mañana, está mintiendo. Este sistema se cayó por eso, porque está basado en la mentira, la especulación y la venta de futuros. Yo puedo pensar en que puedo hacer algo y entonces todos los días doy un paso para llegar a ese punto en el que quiero estar, pero no por mucho madrugar amanece más temprano, decía mi abuela.
Soto, como los Kogui, consulta el pasado. Lo revisa y lo repasa y lo vuelve a mirar. Dice que los Kogui registran continuamente su pasado para no cometer los mismos errores, pero que no se castigan. “Por lo que hicimos atrás ya no se puede hacer nada”, se repite, y examina sus memorias.
La nostalgia en su vida es una constante y la expresa pintando, leyendo poemas, libros, viendo documentales, actuando y conversando. En ocasiones, la añoranza de tiempos anteriores lo coge por su cuenta y comienza a llorar. Sus viajes fantaseando o recordando son tan frecuentes como su llanto. Tan presentes y tan libres como sus lágrimas, que deja salir sin reparos. Le gusta la libertad. Se decidió por ella cuando descubrió que el frenetismo de esta sociedad lo privaba de la simpleza. Su libertad lo alejó de la seguridad de los contratos a término indefinido, pero lo acercó a su reflejo. En su taller, su casa, no hay leyes distintas a las que él se fabricó para gozar o soportar.
“La mamá nos está regañando duro. Debemos quedarnos quietos y callados. Debemos quedarnos en silencio para escuchar, entender el regaño y poner el pensamiento en no repetir el daño", le dijo el mama de los Kogui, José Miguel Noevita, a Franz K Florez, el socio de Soto, cuando hablaron sobre el “bichito”, es decir, sobre la pandemia. Ni en sus palabras ni en este texto estará el nombre de lo que ahora nos encierra porque le obedeció a los Kogui cuando dijeron que lo mejor era no nombrarlo, porque eso no ayudaba. El mama le dijo a Florez que esos males nacían cuando los humanos escarbábamos la Tierra para sacar cosas que no eran nuestras.
“Cuando tu mamá te regaña no te pones a bailar, brincar o a gritar. Te quedas quieto porque si no atiendes, el regaño será más grande y puede venir hasta con un chancletazo. La mamá está regañándote, así que quédate quieto. Escucha y entiende el regaño. Pon el pensamiento en no volver a repetir ese daño”, dice Soto, quien también explica que además de no pensar en el futuro, los Kogui dicen lo que hacen. Lo que piensan lo cumplen.
“Nosotros tenemos tres verbos que los Kogui conciben como una sola cosa. El primero es pensar. Siempre que hay un pensamiento debes tener en cuenta tu intención, propósito y la energía que estas invirtiendo en eso. Cuando piensas y dejas libre eso que tienes en la mente, el universo comienza a trabajar para convertirlo en un hecho. El segundo es hablar y el tercero es hacer. Para los Kogui el verbo que engloba esas tres acciones es pensar. Solo ese. ‘Kogui no miente’, te dicen ellos, y por eso lo que dicen lo hacen, lo cumplen. Los hechos honran la palabra y hay que entender que esos hechos se originan en la cabeza, que está conectada con el planeta, con la mamá.
¿Cómo está su economía? ¿Qué está haciendo para atravesar este tiempo de pausa?
Me quedé sin trabajo. Lo último que me pagaron por unos capítulos que hice se fue para el banco, que me cobró por derecha una deuda. Me dejó sin un peso y esto aún no había comenzado. Ahora sobrevivo porque hay gente que me cuida. Hermanos y amigos me han mandado mercados preciosos que recibo con mucho cariño, pero, sobre todo, con mucho agradecimiento. Afortunadamente los tengo.
Hoy, 23 de abril de 2020, Soto almorzó trucha al ajillo. La acompañó con una pasta a la que le agregó tomates secos y sazonó con albahaca. Pintó por la mañana y por la tarde. Cuando se cansó de hacerlo revisó fotos y las reorganizó. Lo hizo despacio, como si estuviera alargando un plan que no quería agotar en un día.
¿Le tiene miedo a la muerte?
Pues, ¿para qué?, si te todas formas me va a tocar. Tal vez le temo a dejar de hacer cosas que disfruto y que añoro, como estar más tiempo con mi hijo. Le temo a no dejarlo bien equipado para enfrentar el mundo, pero a dar el paso, no. Lo único que necesito para morirme es estar vivo. La causa principal de la muerte es el nacimiento.
¿Hay algo más sobre los Kogui que ahora tenga presente para enfrentar estos días?
Hubo otra cosa que el mama le dijo a Franz Flórez cuando hablaron del bichito: “Piense en sus muertos”. Le aconsejó que recordara a los que ya se fueron y guardara silencio por los que se están yendo. Silencio en señal de respeto y pensamiento en no repetir el daño. Mil veces eso.
¿Qué dicen los Kogui de la muerte? ¿Cómo manejan el duelo?
Para ellos el duelo dura dos o tres días. Lo contaré por medio de un ejemplo: cuando uno va al aeropuerto a despedir a alguien, lo acompaña, se toma un café, lo abraza, lo besa, pero llega el momento en el que ese ser amado tiene que atravesar la puerta de inmigración. Ahí, en ese momento, cuando se despide y después se pierde entre los aparatos y las paredes, uno queda devastado. Uno sale del aeropuerto y con esa amargura llega a la casa. Después de unas horas suena el teléfono y es él o ella avisando que llegó. Que está bien, y entonces, uno descansa, se prepara un café y continúa con la vida. Así lo viven los Kogui. Cuando una persona muere se entristecen y sufren mucho, pero durante los dos o tres días siguientes le preguntan al mama si ya llegó y él consulta en el oráculo. Si nada que llega, el sufrimiento continúa, pero cuando el mama avisa que ya, que listo, que pasó al otro lado, los Kogui descansan y siguen con la vida. Esa energía, que no se destruye ni se muere, solo se trasformó y en el otro lado estará esperando a los que están vivos.
¿Y dónde queda ese otro lado? ¿Qué hay allá según ellos?
Ellos dicen así: allá, al otro lado. Lo único que hay que tener presente es que para llegar allá, no hay que dejar deudas aquí.