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Noé Jitrik: la lucidez siempre joven

Homenaje: el cuerpo del maestro Jitrik ha sido atropellado por la vida, pero no ocurrió lo mismo con sus signos vitales, con sus ideas, que seguirán sintiéndose entre nosotros.

Rigoberto Gil
07 de octubre de 2022 - 07:55 p. m.
El escritor y ensayista de 94 años falleció por un accidente cerebrovascular, luego de haber estado hospitalizado durante el último mes.
El escritor y ensayista de 94 años falleció por un accidente cerebrovascular, luego de haber estado hospitalizado durante el último mes.
Foto: Archivo particular

La primera noticia que tuve sobre la labor intelectual del profesor argentino Noé Jitrik, sucedió en una librería de viejo de la calle Donceles, en Ciudad de México. Era 2002, cuando pasaba parte de mi tiempo buscando en librerías textos que nutrieran mi trabajo académico sobre la literatura argentina del siglo XX. Quizá atraído por la magia que a esa calle le insufló Carlos Fuentes en Aura, un libro, de los muchos que había en una estantería a punto de colapsar, me atrajo con especial interés. El título Las armas y las razones me pareció sugestivo. El subtítulo había sido escrito para mis intereses: Ensayos sobre el peronismo, el exilio, la literatura. Pagué 35 pesos mexicanos por ese ejemplar publicado en Editorial Sudamericana de Buenos Aires en 1984; en mi biblioteca ocupa el lugar de los libros que jamás prestaré. Tuve que esperar catorce años para que el profesor Noé Jitrik me lo firmara en Pereira, gracias a la invitación que, en calidad de director, le hiciera el profesor y escritor César Valencia Solanilla, a impartir un seminario a los estudiantes del Doctorado de nuestra universidad.

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Ahora que el profesor Noé Jitrik vino a morir en Pereira, una ciudad donde “juega un maduro sol con el cemento”, escribe Eduardo López, he vuelto a abrir su libro, compruebo el trazo de su letra memorable, selecciono una página y leo en voz alta: “Así, sentí una vez, llegando a Buenos Aires, parado en una acera y mirando hacia el centro de la ciudad, que la ciudad de Buenos Aires se tendía, a través de la cinta lisa del entablillado de la calle Corrientes, como la figura ideal de una ciudad que podía llegar a ser mía; durante años me resultó ajena, yo siempre mirando la forma de su enigma, desde una acera del otro lado. Al cabo de los años, porque traté de entrar en una historia y en un conflicto y de discernir los signos que la significaban, sentí que la ciudad ya era mía, indisputablemente, aunque no poseyera ni un metro de su territorio”.

Cuando el profesor Jitrik escribió en 1982 esa extrañeza que le producía su ciudad, ese conflicto emocional frente a una urbe vista en actitud borgesiana: desde la acera, en dirección hacia su centro y con enigma incluido, llevaba ocho años exiliado en México, después de que fuera señalado de ser persona no grata por el grupo fascista de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), una suerte de policía paramilitar, inventada en 1973 por José López Rega, un cabo mediocre y de insólitas prácticas esotéricas que, en su condición de ministro de Bienestar Social, se dio a la tarea de perseguir a quienes consideraba comunistas y enemigos de lo que luego se convertiría para Argentina en un régimen dictatorial. Antes de que hiciera parte de la Historia universal de la infamia con su macabra invención, López Rega ya tenía un lugar como secretario privado de Juan Domingo Perón y como consejero espiritual de su esposa María Estela Martínez.

Es difícil desligar la obra literaria y ensayística del profesor Jitrik de esta coyuntura histórica. Porque hablamos de una escritura que se nutre en el exilio, en el fuera de lugar, en la nostalgia que suele traducirse en idea, en concepto o rabia. También es difícil comprender la densidad de su poética porque el profesor Noé supo mirar desde otra perspectiva, con una abstracción próxima a la geometría. Supo mezclar en sus ensayos el psicoanálisis con la semiótica, la filosofía con la política y la estética con la razón.

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En su densidad argumentativa, no obstante, encontramos la claridad de quien, desligado de sus propios intereses como poeta y novelista, se daba a la tarea de comprender, con honda hermeneusis, lo que significó para América Latina la obra de Domingo Faustino Sarmiento y Leopoldo Lugones, de Horacio Quiroga y José Martí, de Macedonio Fernández y Roberto Arlt. Sus ensayos sobre estos autores y tantos otros, constituyen un libro de arena, cuyas últimas páginas podemos leer en el gran proyecto editorial en que se ocupó desde 1991, cuando tomó la dirección del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Buenos Aires. Me refiero a la Historia Crítica de la Literatura Argentina, de la que hasta ahora se han publicado doce tomos en la Editorial Emecé. De hecho, uno de los motivos de la visita del profesor Noé a Colombia, obedecía al interés que los profesores César Valencia, de la Universidad Tecnológica de Pereira, y Darío Henao, de la Universidad del Valle, venían acariciando desde hacía rato: hacer posible un macroproyecto que vinculara varias universidades del país, para emprender una revisión crítica y ampliada de la historia de la literatura colombiana. Necesitábamos el corazón y la razón del profesor Jitrik para darle sentido a ese gran propósito. Necesitábamos de su experiencia para comprendernos a nosotros mismos. También necesitábamos de su alegre ingenio.

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En los seminarios del profesor Noé se imponía un rictus de seriedad con un dejo irónico. Mientras enseñaba a leer las complejidades del narrador en los cuentos de Rulfo y abría nuevos horizontes de interpretación del drama sentimental de María; mientras planteaba las diferencias teóricas entre el romanticismo, el modernismo y el fenómeno de las vanguardias en América Latina, el profesor Jitrik nos prestaba su memoria para evocar que había sido amigo de los protagonistas del Boom y con ellos, testigo de excepción del fortalecimiento de nuestras letras. Entre una y otra anécdota, salíamos de sus seminarios felices. ¿Cómo olvidar su risa, su vigor juvenil, esa capacidad tan suya de crear aforismos con envidiable facilidad? Recuerdo que en uno de nuestros encuentros, en casa de su amigo César Valencia, mencioné que el semiólogo Roland Barthes murió después de ser atropellado por un vehículo en París. A lo que respondió: “Y bueno, Barthes vio la señal, pero no interpretó el signo”. El cuerpo del maestro Jitrik ha sido atropellado por la vida, pero no ocurrió lo mismo con sus signos vitales, con sus ideas, que seguirán sintiéndose entre nosotros.

Por Rigoberto Gil

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