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Notas pedagógicas para una sociedad en crisis: El anhelo de una utopía (XII)

El presente escrito hace parte de una serie de reflexiones como maestro, sobre la relación entre la educación y la vida, como sustrato de una consciencia para una sociedad equitativa y tolerante.

Guillermo López Acevedo

06 de mayo de 2020 - 10:21 a. m.
Dichoso el día en que el pueblo tenga por gobernante a un hombre cuya naturaleza bondadosa y firme, sea sin pretensiones, el mejor portador de un Destino en cuyo interior, se fortalezcan cada día, el Amor por sus congéneres, una Integridad a toda prueba, sentido de Justicia y Sabiduría. / Cortesía
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¿Educar para qué? Este cuestionamiento que parece muy simple, en realidad señala uno de los aspectos que resulta más necesario tener claros en educación, por cuanto implica la exigencia de hacer un esbozo, un mínimo intento desde un planteamiento antropológico, que nos dé una idea de qué clase de hombre queremos formar, pero también con qué clase de hombre contamos para hacerlo. Este planteamiento nos remite necesariamente a una inquietud obligatoria: ¿Qué aspectos de vital importancia necesitamos fortalecer para construir un país equitativo como justo y que pueda vivir en paz? En una de sus últimas alocuciones en público, Jaime Garzón señaló que aquello que nos enseñaban en los colegios y universidades, no tenía nada que ver con las necesidades de los colombianos, de hecho pareciera que desde el solo aspecto de la educación básica primaria y secundaria, todo se asemeja a una feria y un circo, para el que cada institución presenta un PEI (Proyecto Educativo Institucional), acorde a una pedagogía que normalmente es de tipo foránea, como foráneos los nombres de muchos colegios que por sus aspectos nominales, parecieran darnos a entender que lo nuestro no vale un cuerno. Este aspecto que no solo se representa en los centros educativos, sino en todo tipo de empresas, es una muestra fehaciente de nuestra falta total de identidad, como de la falta de amor propio y por lo nuestro, aspectos que deberían formar parte de una revisión a fondo realizada por nuestros entes gubernamentales –que no líderes- de educación y cultura. Pues no basta con izar banderas cada mes, ni tratar de ennoblecer los símbolos patrios a punta de himnos, los cuales ya no dicen nada a nuestros jóvenes, pues carecen de sentido. Podríamos discutir seriamente acerca del significado de la bandera, su origen y lo que esto representa hoy, o repensar el nombre de Colombia que literalmente traduce “la tierra de Colon”. ¿Es esta la tierra de Colón?

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¿Qué se está haciendo a conciencia para educar en la Paz y la convivencia, lo cual implica la justicia social? Tenemos el país con mayor cantidad de pobres del continente y uno de los más inequitativos del mundo, pero ostentamos una economía en recursos naturales realmente rica (aún), lo cual no concuerda con las alarmantes cifras de desempleo, miseria y criminalidad. ¿Qué clase de educación han promovido las instituciones de élite para que nuestro país este calificado como uno de los más corruptos del mundo?¿En qué aspectos se ha fallado para llegar a un estado de indiferencia y falta de solidaridad tan mezquino, en que el estado se convierte en el enemigo del ciudadano?¿Cómo es posible que un gobierno permita a partir de un tratado que como el TLC (Tratado de Libre Comercio que muchos congresistas aprobaron sin conocer su contenido porque venía escrito en inglés), le imponga a nuestros campesinos la destrucción de las semillas originales, para obligarlos a comprar semillas transgénicas y volverlo decreto (ley 9 70), lo que además implica para nosotros su consumo?¿No es esto acaso, un flagrante crimen? Y podríamos extendernos por horas para plantear preguntas aún más incómodas, las cuales solo evidenciarían una serie de problemáticas que nos dejan perplejos, pero que nos dicen claramente que aquí no ha existido una voluntad real de construir un verdadero país. Y señalo abiertamente, que nuestros gobernantes – al menos los de derechas-, nunca se han identificado con el pueblo al que han explotado y del que derivan su riqueza.

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¿Qué clase de formación ha promovido la educación confesional durante quinientos años –educación por excelencia de las élites-, para que a estas alturas el país se encuentre en condiciones tan paupérrimas en sentido ético y espiritual, falto de solidaridad, violento y explotador? Y no hay razones suficientes para señalar –como lo han hecho en los últimos 50 años-, a los movimientos de izquierda y guerrilleros como los causantes de esta debacle nacional, cuando quien tenga un mínimo respeto por la historia, sabrá que estos movimientos surgieron como consecuencia de la espiral de violencia e injusticia generada por las clases dirigentes criollas herederas de la España colonial, y como movimientos campesinos antes que comunistas, para defenderse de este azote de explotación y vejaciones, apoyadas permanentemente –con algunas excepciones- por las jerarquías eclesiásticas del país. Si no hay interés en la paz, es porque necesariamente la guerra es otro gran negocio. No es casual que los movimientos insurgentes hayan estado en su mayoría constituidos por indios, negros y mestizos, mientras las élites continúen siendo las mismas familias criollas que representan más las costumbres europeas, que cualquier otra cosa. ¿Quiénes son en este caso los verdaderos dueños de la tierra, si la misma ley la otorga para quienes las ostentan con mayor antigüedad? Qué diferente hubiera sido si los mal llamados “conquistadores”, hubiesen compartido conocimientos con las culturas nativas y las hubieran respetado en su integridad cultural. Es decir, si solo hubieran mostrado un mínimo de humanidad y civilidad, porque eran los civilizados. ¿Lo eran? Los europeos, si descubrieron algo, fue su propia miseria, su avaricia y su barbarie en nombre de Dios y del rey de España, amén de los reos embarcados en sus calaveras. ¿Qué clase de civilización justifica su “civilidad”, a partir de un derramamiento de sangre que tiñe un continente entero? ¿Vinieron pues, a enseñar un canon religioso de amor que justificaba las injusticias para implantar un régimen de terror, únicamente con el fin de apropiarse de sus recursos naturales? Bien sé, que esto nada tiene que ver con su mesías. Basta echar una mirada por el archivo de Sevilla, para enterarse de primera mano, lo que realmente sucedió, o desde nuestras latitudes conocer esa historia llena de voces de cronistas y periodistas, que como en el caso de Eduardo Galeano, nos lo cuenta tan claramente en relatos como los de “Las venas abiertas de América Latina o Las memorias del fuego”.

Quien haya recorrido Europa y conozca cómo funciona su sistema educativo básico y de secundaria en general, sabrá que sus instituciones son de orden público, laico y gratuito –con excepción de muy pocas que aún subsisten bajo la figura de concesiones-, porque además su componente humano está cada día más coloreado por habitantes del mundo, africanos, asiáticos y americanos de todo tipo, estudiando juntos. Los nombres de sus colegios, corresponden en su mayoría, a su propia historia. ¿Es acaso nuestra historia, única y exclusivamente la historia de España? ¿Por qué se sigue desconociendo y exterminando las culturas nativas milenarias, que tantos aportes nos pueden brindar en sabiduría y medicinas? ¿A quienes les interesa su desaparición a sabiendas que son por antigüedad los primeros pobladores de este continente? ¿Por qué vivimos en un país sobre inducido por teorías pedagógicas extranjeras y una proliferación de colegios privados donde cada uno educa a su acomodo y a espaldas del país que necesitamos construir? ¿Hasta cuándo tendremos a un maestro como ministro de educación y no a un economista que con cifras y estadísticas nos trate de convencer que la educación no es otro más de sus negocios? La respuesta es sencilla: para nuestros dirigentes de todos los estamentos, los indígenas y negros, pero también muchos mestizos, no poseen la categoría de ciudadanos –incluso para unos cuantos hoy-, no se los considera humanos, solo basta ver cómo vive el pacífico nuestro y lo que está sucediendo con los líderes sociales y de Derechos Humanos por doquier, pero eso sí, la presencia de multinacionales que saquean nuestros recursos naturales están a la orden del día, y muy bien protegidas por nuestro personal de orden público.

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Mientras no exista un sentimiento real de nuestros dirigentes por cambiar los derroteros de este intento de país, divorciados de los odios raciales y los complejos infames de superioridad heredados de la corona, de su soberbia egocéntrica, de su darwinismo social excluyente, de la monopolización de todos los recursos y la apropiación de tierras, donde la corrupción no ponga en duda la moral y los principios de los que se ufanan cada día, donde nos demuestren que todos los niños tienen los mismos derechos a participar de un mundo libre de iniquidades como de igualdad de oportunidades, y donde cada ciudadano sienta que la Constitución no es la más flagrante mentira, toda vez que para las élites se constituye en sinónimo de impunidad y para el pueblo en cadenas y mortajas, entonces quizás recuperemos la dignidad perdida y una identidad en deuda, que entienda y ame nuestros orígenes completos, entonces quizás tengamos una Paz duradera y una nación donde quepamos todos, los de aquí y los de allá.

Como quiera que sea, parte de la respuesta solo se encuentra en una reestructuración total de nuestra educación, acompañada de una voluntad consciente y a toda prueba, la cual sea capaz de comprender de una vez por todas, que las risas de los niños en los parques, sean el premio merecido de una nación que ha trabajado arduamente por ese instante de paz, por encima de quienes han hecho un negocio de sus vidas y en el canje nefasto de sus vanidades y egoísmo, les han cambiado con sutil cinismo, su futuro, sus juegos y sus libros, por miedo, odios y un arma, para matar a quien debería llamar: su Hermano.

Por Guillermo López Acevedo

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