Notas pedagógicas para una sociedad en crisis (IX)

El presente escrito hace parte de una serie de reflexiones como maestro, sobre la relación entre la educación y la vida, como sustrato de una consciencia para una sociedad equitativa y tolerante.

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Guillermo López Acevedo
18 de marzo de 2020 - 08:12 p. m.
“El maestro como modelo, expone en sus acciones la credibilidad de su quehacer, de sus intereses, de su vida misma. Bajo este soporte básicamente actitudinal, los niños y educandos en general -sustentarán en gran parte-, las garantías de abordar la vida y el interés por el conocimiento con entusiasmo o empezarán a morir. Que no se trata como usualmente lo asume la educación tradicional, de aprender para vivir, sino más bien de vivir para aprender.” El autor. / EFE
“El maestro como modelo, expone en sus acciones la credibilidad de su quehacer, de sus intereses, de su vida misma. Bajo este soporte básicamente actitudinal, los niños y educandos en general -sustentarán en gran parte-, las garantías de abordar la vida y el interés por el conocimiento con entusiasmo o empezarán a morir. Que no se trata como usualmente lo asume la educación tradicional, de aprender para vivir, sino más bien de vivir para aprender.” El autor. / EFE
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Johan Huizinga inicia su disertación sobre el “Homo Ludens” citando a secas: “El juego es más viejo que la cultura”. Según Ana March, Joseph Campbell en su extraordinario estudio sobre el mito y las culturas: “las máscaras de dios”, nos pone al tanto, al reflexionar sobre el hecho de que es por vía de la inocencia y la inmadurez, aquello que nos ha permitido conservar en nuestros mejores momentos -los más humanos-, la capacidad de jugar y que es gracias al juego, al que pertenece la curiosidad genuina, que se dan los descubrimientos más asombrosos.

De hecho, la curiosidad, el asombro y la perplejidad , han sido sin lugar a dudas, los estados naturales que formaron parte del proceso cognitivo más original con el que el hombre “primitivo” asumió su presencia en el mundo, para intentar entender qué era él mismo y qué hacía aquí, animado por un espíritu lúdico que sería al final de cuentas el espíritu del mito, porque como cita Huizinga: “En todas las frenéticas imaginaciones de la mitología está jugando un espíritu divertido, entre los límites de la broma y lo serio..”. Justamente a la luz de estos supuestos podríamos considerar que la vida humana es y ha sido un camino doloroso hacia el despertar, camino paralelo de desmitificación del mundo, al tener que asumir el hombre su papel en él, en términos de confrontarse bajo un principio de realidad que en muchos sentidos no ha querido asumir. Joseph Campbell nos dice al respecto, que la religión desempeñó un papel importante como elemento de cohesión social, pero a estas alturas sólo es el eco de un infantilismo que nos resistimos a abandonar.

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En términos pedagógicos, podríamos señalar este proceso de nuestro “despertar”, como el paso “de la curiosidad natural a la curiosidad epistemológica”, la salida de nuestro estado de ensoñación mítica hacia el proceso de búsqueda por vía de la razón – al menos en occidente-, donde se condenó el pensamiento mágico, que como en el caso de la alquimia y la astrología, se procesaron en el crisol del logos para separar y depurar sus esencias, y así confluyeran en la química y la astronomía, para darle un supuesto sustento de rigurosidad, lastimosamente quitándole todo lo que de juego y magia poseían, como sucedió igualmente con el resto de asignaturas y áreas del conocimiento, que no solo en virtud de sus hiperespecializaciónes, terminaron por fragmentar y atomizarlo, eliminando de facto, la posibilidad de establecer referentes y relaciones de contexto como humanas, para formar parte de un corolario de frías formulaciones, cada vez más distantes de la vida y su sentido, como propagadores de un desencantamiento por aprender y descubrir.

El fenómeno Harry Potter con sus luces y sombras, mal que bien –permítaseme esta digresión-, viéndolo detenidamente como generador de una epidemia mundial de niños lectores contagiados por su curiosidad y lo que implica el grupo como código social generacional que llama sugestivamente -teniendo en cuenta también los espejismos hipnóticos del mercadeo-, ha puesto de manifiesto un aspecto esencial y cuestionador en pleno escenario educativo y pedagógico: ¿En que reside crucialmente esta motivación que ha llevado a tantos niños a participar decididamente y con tanto entusiasmo del fenómeno lector y lo que ello implica en lo sucesivo para sus procesos conductuales y cognitivos, en tanto la escuela difícilmente estimula -más bien obliga-,por vía de un temor a una nota o sanción? Aquí no fue necesario de maestros que sugirieron su lectura, sino de niños de 7 años en adelante que incluso competían por acabar primero, cada uno de los no pequeños libros que fueron saliendo a la luz pública. Fui testigo de grupos de estudio, juego, clubes, e intercambio de ideas acerca de las hazañas de este mágico muchachito, en las horas de recreo y descanso, sin ni siquiera preocuparse por sus viandas matinales. Son por supuesto muchos los aspectos que tal fenómeno suscita, pero que igualmente la educación debe mirar concienzudamente, más que para sopesar su provecho, alcances y peligros, en la revisión del modelo pedagógico y los recursos tanto didácticos como personales, a la hora de vivenciar la práctica docente, de ser maestro, algo que justamente no tiene el menor viso de lo mágico. Pienso al respecto, que este último elemento, muy posiblemente se constituya en una oportuna tabla de salvación, de la cual los niños “han echado mano” –entre otras cosas-, para protegerse de este mundo real, que cada vez parece más sórdido y loco.! Pues que mejor paliativo que la magia, para enfrentarse a lo absurdo!

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Ahora bien, sobre la base de la realidad considero que nada más afín a la educación infantil, que el factor lúdico bien encaminado. Ese “desatar el ánimo” que hemos señalado lo lúdico, conlleva a la apertura del espíritu, momento en que las barreras psicológicas se hacen menos rígidas y pueden llegar a conducir de manera relajada y plena, tanto los estímulos del medio como los aspectos formales implícitos en una actividad desarrollada. Por supuesto, no se trata de un canje sugestivo para el niño, con el que el maestro establece un acuerdo tácito para ofrecerle diversión a cambio para que se deje llenar de información. El juego como elemento didáctico debe ser paralelo a la acción pedagógica, y sobre la base de un objetivo previamente diseñado aunque el recorrido hacia allí tome por el camino menos pensado, o sencillamente no llegue a ninguna parte porque justamente lo que prima aquí es la importancia del proceso y no de su resultado; como sugería Virginia Ferrer en su artículo “Educación para la complejidad” (“No le pongamos barreras al campo”) . La dimensión lúdica a través de los juegos, pantomimas, cuentos, etc., ayuda a percibir las cosas, las situaciones y las reglas de cada actividad , de manera mucho más simple y divertida de lo comúnmente graves que parecen. Para la percepción infantil, el juego es uno de los óptimos vehículos de aproximación a la realidad y a su comprensión, en razón a que la percepción no puede escindirse del ámbito del sentido; el cual bajo la dinámica de los roles recreativos se sobredimensiona por la vivacidad y euforia con que los infantes asumen la experiencia. Vitgosky acerca de la percepción, cita en su capítulo sobre el juego lo siguiente: “Los experimentos realizados y la observación día a día demuestra que para los niños muy pequeños resulta del todo imposible separar el campo del significado del campo visual, porque existe una íntima fusión entre el significado y lo que se percibe visualmente”. Ya Freud, había considerado de manera muy concisa, que el niño era un investigador nato y por lo tanto el conocimiento debería ser una aventura y una búsqueda apasionante. En este sentido, no hay nada en nuestro entendimiento que nos lleve considerar, por qué razón las humanidades, las artes y las actividades físicas, fueron categorizadas por debajo de las ciencias -mal llamadas- “duras”, como si la función cerebral y aquello que nos hace humanos solo se reconociera en lo racional; de hecho, la antropología filosófica ya nos había aproximado a una idea de hombre multidimensional: un ser biopsicosocial, una inteligencia-sentiente, el único de la especie con la capacidad para crear símbolos, pero igualmente experimentar los sueños y desarrollar una increíble imaginación.

La relación mito- fantasía-juego-creatividad, pende de un mismo hilo y resulta un engranaje que bien guiado, puede en conjunto con la lógica abonar el terreno para el desarrollo de una mente ricamente constituida para la indagación filosófica o científica. ¿Si no, por qué entonces la literatura fantástica y la ciencia ficción han abierto visionariamente las puertas de grandes inventos y descubrimientos, como en el caso de Julio Verne?

María Montessori lo entendió muy bien al desarrollar una propuesta centrada el niño, además de crear una serie de materiales didácticos de carácter lúdico, para desarrollar su propuesta que estaba encaminada como meta de la educación: en lograr una paz duradera. Finalmente, Konrad Lorenz nos dice: «quien haya experimentado en su propia persona la facilidad con la que la curiosidad del niño puede crecer hasta convertirse en el trabajo de un naturalista nunca dudará de la semejanza fundamental entre los juegos y el estudio».

Por Guillermo López Acevedo

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