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Nuevo libro pide a España devolver el Tesoro Quimbaya a Colombia

“Las metamorfosis del oro. El Tesoro de los Quimbayas” es una investigación sobre las 122 piezas de oro que el presidente Carlos Holguín regaló en 1892 y que la Corte Constitucional ordenó recuperar a la Presidencia y a la Cancillería hace tres años.

Pablo Gamboa Hinestrosa * / Especial para El Espectador
10 de agosto de 2020 - 06:00 p. m.
El experto Pablo Montoya Hinestrosa pide que Colombia y España recurran a la figura de “préstamo indefinido”, mediante la cual Alemania le devolvió a Zimbabue la escultura de piedra de un pájaro, considerada su emblema nacional. En la foto piezas del Tesoro Quimbaya.
El experto Pablo Montoya Hinestrosa pide que Colombia y España recurran a la figura de “préstamo indefinido”, mediante la cual Alemania le devolvió a Zimbabue la escultura de piedra de un pájaro, considerada su emblema nacional. En la foto piezas del Tesoro Quimbaya.

¡Devolved el tesoro!

El hallazgo del Tesoro de los Quimbayas en el Quindío por parte de por guaqueros a finales del siglo xix —un siglo de importantes descubrimientos de arqueología prehistórica y antigua en el Viejo Mundo, tales como la pintura rupestre paleolítica, el Tesoro de Troya o el Tesoro de Atreo—, permitió que el “arte del oro” emergiera del remoto pasado de la antigua América para sorprender a participantes y concurrentes a la exposición del IV Centenario del Descubrimiento del Nuevo Mundo, celebrada en Madrid en 1892.

A ello contribuyeron tanto la espectacularidad de su materia prima, el oro, como la maestría técnica que revelan y su extraordinaria calidad estética. Por estas características ese hallazgo determinó tres campos diferentes de conocimiento y marcó tres vías de acceso: la histórica, la arqueológica y la artística.

Histórica, porque, como tesoro de orfebrería precolombina, pero producto del saqueo de la guaquería, fue objeto de sucesivas compras y ventas, desde su origen, La Soledad, el sitio donde dos compañías de guaqueros extrajeron dos tesoros. Mientras el primero, de menor cuantía, se disgregó en venta entre coleccionistas de Pereira, el segundo, de mayor cuantía y calidad artística, se llevó a Manizales, donde se vendió, se llevó a Bogotá y se revendió.

Este es el conocido como Tesoro de los Quimbayas. Expuesto dos veces en esta ciudad, participó en hechos muy significativos entre Colombia, España y Venezuela. Y luego de un laudo arbitral favorable a Colombia, el Gobierno de Carlos Holguín lo compró, aunque inconstitucionalmente, para exponerlo en Madrid y Chicago, y obsequiarlo en agradecimiento a la reina regente María Cristina, quien profirió el laudo, Actitud que desdice tanto o más de Holguín, quien como instigador lo hizo donar, como de la reina que lo aceptó, porque un juez está impedido de recibir regalos, lo que configura un delito de soborno o cohecho.

Arqueológico, porque en el contexto europeo y americano de finales del siglo xix mostró directamente a estudiosos y al público en general el estado del “arte del oro” anterior al Descubrimiento. Unos y otros conocieron el Tesoro de los Quimbayas y, con sorpresa y maravillados, pudieron ver directamente y apreciar un procedimiento artístico de fundición, muy novedoso, de orfebrería, descrito siglos antes por los cronistas de la Conquista, lo cual no solo atrajo el interés por la orfebrería precolombina de Colombia, sino, en especial, por la quimbaya.

Artística, porque fue la primera Exposición Histórico-americana de esa magnitud e importancia en la que oficialmente participó Colombia, y lo hizo con un espléndido tesoro que, proveniente de la segunda guaca de La Soledad, y sepultado como ajuar funerario de los estamentos del poder, a mediados del siglo III d. de C., se proyectó, ante todo, en su doble condición de ofrenda suntuaria y como obra maestra de la orfebrería precolombina colombiana.

Sorprendió por su conjunto de estatuillas, poporos y cascos rituales, que dieron a conocer el estilo artístico e iconográfico, clásico, de la orfebrería quimbaya. Sin embargo, no obstante el proceso de recuperación del pasado precolombino emprendido desde la mitad del siglo republicano, parece increíble que al finalizar este, el Gobierno compra el Tesoro con el criterio de haber seleccionado lo mejor del arte indígena, pero no para el Museo Nacional —el depositario natural del patrimonio artístico de la nación—, sino para donarlo.

Y aunque resulte paradójico, el Tesoro no se dispersó ni se perdió su rastro, como sucedió con el que se vendió en Pereira. Por consiguiente, en consonancia con mi toma de posición e inalterable propósito de recuperación del Tesoro de los Quimbayas como patrimonio cultural y artístico ausente de Colombia, su país de origen, espero tener razón en lo que se refiere a más de un siglo de cuestionamientos posterior a su descubrimiento en el Quindío como protagonista histórico de una vacilante etapa de nuestros valores de identidad y pertenencia patrimonial que involucra el pasado remoto precolombino, el pasado reciente republicano y el inmediato presente.

También involucra tres escenarios geográficos e históricos diferentes: el primero, regional: Filandia y el Quindío; el segundo, nacional: Bogotá, y el tercero, internacional: Madrid. Finalmente, involucra tres clases de destinatarios, los receptores originales, los quimbayas, a quienes iba dirigido; los republicanos, ante los cuales apareció como tesoro indígena, y los últimos, nuestros inmediatos antepasados, quienes lo vieron como un exótico tesoro inexplicablemente donado por Colombia, la única excolonia que recuerda a Colón.

De tal modo el Tesoro ha sido protagonista excepcional de tres etapas de formación colombiana y, por consiguiente, es portador de diversas significaciones. Cuando los artífices quimbayas lo produjeron, el oro era material sacro, símbolo del sol, que hizo trascender hacia el más allá a diferentes clases de objetos rituales de carácter suntuario, como ofrendas funerarias. Al ser descubierto el Tesoro a finales del siglo XIX, se magnificó como el primer gran tesoro indígena americano que, deslumbraba como presencia del pasado anterior al Descubrimiento y la Conquista, e irrumpía en el presente republicano con tal poder de fascinación que determinó que un presidente encargado transgrediera la Constitución del 86 al comprarlo, donarlo y sacarlo subrepticiamente de su país de origen.

Y en la época reciente consideraciones como su antigüedad, originalidad, rareza y material, así como sus características técnicas, de configuración visual, iconográficas y estilísticas, acrecientan su valor histórico y estético como maravilloso tesoro del “arte del oro”. Por ello lo he propuesto como símbolo icónico de nuestra identidad y pertenencia, como patrimonio artístico enajenado en el exterior, en una tardía toma de conciencia por no haber sabido conservarlo en su momento histórico republicano.

El Tesoro de los Quimbayas, como vengo insistiendo, significa para Colombia lo que el busto de Nefertiti, en el Museo Egipcio de Berlín, significa para Egipto; lo que los frisos del Partenón, en el Museo Británico, significan para Grecia; o lo que para los españoles pudo haber significado la escultura de La dama de Elche, hallada en 1897, la obra más notable del arte ibérico, antes de que los franceses la devolvieran en 1936, o lo que significó el Guernica, de Picasso, como símbolo de identidad y patrimonio artístico nacional, español, mientras permaneció en París, antes de que lo devolvieran.

En consonancia con los casos anteriores y como conclusión, el Tesoro de los Quimbayas, tesoro de orfebrería precolombina de Colombia, debería ser devuelto por España en un gesto de buena voluntad, bajo la figura que se abre paso en la Unesco de “préstamo indefinido” —para la devolución de los bienes culturales y artísticos de carácter emblemático a sus países de origen—, debido a que Colombia conmemora en el 2019 los 200 años de la Batalla del Puente de Boyacá, que nos liberó del Imperio español.

Como ejemplo de este novedoso criterio, mediante “préstamo indefinido” Alemania le ha devuelto a Zimbabue su emblemática escultura tallada en piedra, considerada su emblema nacional y conocida como el “Pájaro de Zimbabue”. La identidad y pertenencia artística como patrimonio precolombino hacen parte de una problemática especialmente sensible y de mucha actualidad, no solo en Colombia, sino en Latinoamérica, por el consuetudinario detrimento —expoliación artística— que estos bienes artísticos y culturales han sufrido.

Por consiguiente, desde la historia del arte —arte precolombino— y sus novedosas interrelaciones con el patrimonio cultural, me propongo con este libro contribuir a la toma de conciencia de esta problemática y a reivindicar nuestro “pasado visible” como recuperación de nuestra memoria artística precolombina, a través de sus manifestaciones plásticas y arquitectónicas, sobrevivientes de la antigua América, que han llegado hasta el presente.

* Cortesía de Penguin Random Hpouse Grupo Editorial. Pablo Montoya Hinestrosa es maestro en Artes plásticas de la Universidad Nacional de Colombia con estudios en Antropología en el Instituto Colombiano de Antropología y de Historia del Arte en la Universidad de Roma. Ya había publicado dos libros sobre la cultura agustiniana y otro sobre el Tesoro Quimbaya en 2002.

* Lea aquí los términos del fallo de la Corte Constitucional, que obliga al gobierno colombiano a la recuperación del tesoro.

Por Pablo Gamboa Hinestrosa * / Especial para El Espectador

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