Oda a la cotidianidad (Reportaje gráfico)
En este reportaje gráfico, Linda Esperanza Aragón recrea parte de los territorios del Magdalena y nos muestra sus personajes, sus hábitos, sus silencios.
Linda Esperanza Aragón
El trompo está presente en los encuentros de los niños, los cuales son expertos en dominarlo. La ciénaga de Zapayán también los seduce: después de la escuela y los fines de semana el agua remoja la imaginación de niños y niñas cerca de lavanderas y pescadores. El trompo baila en la palma de la mano y la vida anfibia abraza la rudimentaria diversión.
Fotos: Linda Esperanza Aragón
Los viejos se reúnen en la terraza para hacerle una oda al día a día mediante los cuentos; el sombrero vueltia’o, esa pieza artesanal tan popular en Colombia, es testigo de cada anécdota que se teje y es el rostro de los tímidos que no miran la cámara.
El suelo es la memoria de los caminantes; en la calle coexisten los animales, la gente, la ropa tendida y las paredes que gritan dar tiempo al tiempo. Y en cualquier momento, son el reloj, el viento y la lluvia los que le arrebatan al lienzo térreo las improntas de los habitantes de Piedras Pintadas, Magdalena, en Colombia.
Los pasos se borran y nacen de nuevo, los cuentos van de boca en boca y la esperanza es todavía un sueño colectivo. Quizá ese vaivén sea la danza del pueblo sobre la palma de la cotidianidad.
El trompo está presente en los encuentros de los niños, los cuales son expertos en dominarlo. La ciénaga de Zapayán también los seduce: después de la escuela y los fines de semana el agua remoja la imaginación de niños y niñas cerca de lavanderas y pescadores. El trompo baila en la palma de la mano y la vida anfibia abraza la rudimentaria diversión.
Fotos: Linda Esperanza Aragón
Los viejos se reúnen en la terraza para hacerle una oda al día a día mediante los cuentos; el sombrero vueltia’o, esa pieza artesanal tan popular en Colombia, es testigo de cada anécdota que se teje y es el rostro de los tímidos que no miran la cámara.
El suelo es la memoria de los caminantes; en la calle coexisten los animales, la gente, la ropa tendida y las paredes que gritan dar tiempo al tiempo. Y en cualquier momento, son el reloj, el viento y la lluvia los que le arrebatan al lienzo térreo las improntas de los habitantes de Piedras Pintadas, Magdalena, en Colombia.
Los pasos se borran y nacen de nuevo, los cuentos van de boca en boca y la esperanza es todavía un sueño colectivo. Quizá ese vaivén sea la danza del pueblo sobre la palma de la cotidianidad.