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                                                                                                                              ¡Oh arte inmarcesible!: De Macondo, nadaísmo y paz

                                                                                                                              Los poetas nadaístas y los relatos de García Márquez son influencias de quienes comandaron los diálogos de paz del Gobierno con las Farc.

                                                                                                                              Andrés Osorio Guillot

                                                                                                                              En la imagen, Humberto de la Calle y Timochenko, y fragmentos de Soledad, de Gonzalo Arango, y de Cien años de soledad. / Ilustración: Daniela Vargas

                                                                                                                              Sobre la tarde caía un azul diferente. Un azul de otro tiempo y de otros vientos. La sangre también corría de forma inusitada. Un aire extraño anunciaba una noticia que se había reafirmado con el paso del tiempo en una ficción, en un lugar inalcanzable. Seguramente aquel escenario seguirá siendo inalcanzable mientras nosotros como individuos no comprendamos que poseemos una responsabilidad civil con la historia y con el progreso que todos anhelan en pro de una sociedad tolerante y democrática. Esa tarde, irreconocible, del lunes 26 de septiembre de 2016, el entonces presidente Juan Manuel Santos le hablaría al mundo desde Cartagena de Indias para confirmar que se había cerrado, después de cincuenta años e innumerables intentos fallidos, un proceso de paz con la guerrilla de las Farc.

                                                                                                                              “Gabo —el gran ausente en este día—, que fue artífice en la sombra de muchos intentos y procesos de paz, no alcanzó a estar acá para vivir este momento, en su Cartagena querida, donde reposan sus cenizas. Pero debe estar feliz, viendo volar sus mariposas amarillas en la Colombia que él soñó, nuestra Colombia que alcanza, por fin, como él dijo… “una segunda oportunidad sobre la tierra”, afirmó Santos en su discurso lleno de júbilo y esperanza, de una esperanza inocente que embargó a un puñado de personas que aún busca defender un paso agigantado hacia la terminación de la violencia.

                                                                                                                              “Redimir y privilegiar nuestro poder creativo como una riqueza natural, invaluable y despilfarrada, debe ser la llave maestra para rescatar a Colombia de su propio infierno. Ya es hora de entender que este desastre cultural no se remedia ni con plomo ni con plata, sino con una educación para la paz, construida con amor sobre los escombros de un país enardecido en el que nos levantamos temprano para seguir matándonos los unos a los otros.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Una educación inconforme y reflexiva que nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se parezca más a la que merecemos. Que nos oriente desde la cuna en la identificación temprana de las vocaciones y las aptitudes congénitas para poder hacer toda la vida solo lo que nos guste, que es la receta mágica de la felicidad y la longevidad.

                                                                                                                              En síntesis, una legítima revolución de paz que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante casi dos siglos hemos usado para destruirnos y que reivindique y enaltezca el predominio de la imaginación”, afirmó García Márquez en 1998 en el programa sobre cultura del presidente Andrés Pastrana, años después de haberse unido con Juan Manuel Santos y Felipe González para adelantar conversaciones con la guerrilla, pero fracasando por haber organizado un pacto sin la autorización del entonces mandatario, Ernesto Samper.

                                                                                                                              Santos recuerda en su libro La batalla por la paz los talleres de periodismo “Juegos de guerra y paz”, que realizaba con García Márquez en Cartagena de la mano de la Fundación Buen Gobierno y de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, en el que se realizaban ejercicios sobre la manera en que debía narrarse la guerra, logrando que cada uno de los participantes cumpliera un rol en el conflicto como guerrillero, mediador o soldado. También anota en sus reminiscencias la frase: “Es más fácil hacer la guerra que hacer la paz”, del primer ministro francés Georges Clemenceau, en la Primera Guerra Mundial, como uno de esos pilares éticos que demandan un acérrimo compromiso con la consolidación de la paz.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              De los discursos que hablan del amor, de la democracia, del perdón, de la posibilidad de creer en el otro, de entender la alteridad, surge el reflejo de la esencia nadaísta, de la afirmación y exaltación de aquello que perdura, que vive y que suscita espiritualidad y libertad. De ese propósito de acallar los odios y eludir los insospechados e interminables escenarios de muerte nace el nadaísmo, y del nadaísmo nacen esos intereses colectivos que se reafirmaron en el oficio de De La Calle como jefe negociador.

                                                                                                                              Detrás de estos legados yacen las estirpes de Cien años de soledad, de la misma soledad que Arango describió de la siguiente manera: “Cuando uno cede en su alma / deja de ser uno / para ser como la masa. / Ceder es dejar de ser. / La soledad más insufrible es la sociedad; / incomunicación de las almas que van marchitando la carne”.

                                                                                                                              En la imagen, Humberto de la Calle y Timochenko, y fragmentos de Soledad, de Gonzalo Arango, y de Cien años de soledad. / Ilustración: Daniela Vargas

                                                                                                                              Sobre la tarde caía un azul diferente. Un azul de otro tiempo y de otros vientos. La sangre también corría de forma inusitada. Un aire extraño anunciaba una noticia que se había reafirmado con el paso del tiempo en una ficción, en un lugar inalcanzable. Seguramente aquel escenario seguirá siendo inalcanzable mientras nosotros como individuos no comprendamos que poseemos una responsabilidad civil con la historia y con el progreso que todos anhelan en pro de una sociedad tolerante y democrática. Esa tarde, irreconocible, del lunes 26 de septiembre de 2016, el entonces presidente Juan Manuel Santos le hablaría al mundo desde Cartagena de Indias para confirmar que se había cerrado, después de cincuenta años e innumerables intentos fallidos, un proceso de paz con la guerrilla de las Farc.

                                                                                                                              “Gabo —el gran ausente en este día—, que fue artífice en la sombra de muchos intentos y procesos de paz, no alcanzó a estar acá para vivir este momento, en su Cartagena querida, donde reposan sus cenizas. Pero debe estar feliz, viendo volar sus mariposas amarillas en la Colombia que él soñó, nuestra Colombia que alcanza, por fin, como él dijo… “una segunda oportunidad sobre la tierra”, afirmó Santos en su discurso lleno de júbilo y esperanza, de una esperanza inocente que embargó a un puñado de personas que aún busca defender un paso agigantado hacia la terminación de la violencia.

                                                                                                                              “Redimir y privilegiar nuestro poder creativo como una riqueza natural, invaluable y despilfarrada, debe ser la llave maestra para rescatar a Colombia de su propio infierno. Ya es hora de entender que este desastre cultural no se remedia ni con plomo ni con plata, sino con una educación para la paz, construida con amor sobre los escombros de un país enardecido en el que nos levantamos temprano para seguir matándonos los unos a los otros.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Una educación inconforme y reflexiva que nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se parezca más a la que merecemos. Que nos oriente desde la cuna en la identificación temprana de las vocaciones y las aptitudes congénitas para poder hacer toda la vida solo lo que nos guste, que es la receta mágica de la felicidad y la longevidad.

                                                                                                                              En síntesis, una legítima revolución de paz que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante casi dos siglos hemos usado para destruirnos y que reivindique y enaltezca el predominio de la imaginación”, afirmó García Márquez en 1998 en el programa sobre cultura del presidente Andrés Pastrana, años después de haberse unido con Juan Manuel Santos y Felipe González para adelantar conversaciones con la guerrilla, pero fracasando por haber organizado un pacto sin la autorización del entonces mandatario, Ernesto Samper.

                                                                                                                              Santos recuerda en su libro La batalla por la paz los talleres de periodismo “Juegos de guerra y paz”, que realizaba con García Márquez en Cartagena de la mano de la Fundación Buen Gobierno y de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, en el que se realizaban ejercicios sobre la manera en que debía narrarse la guerra, logrando que cada uno de los participantes cumpliera un rol en el conflicto como guerrillero, mediador o soldado. También anota en sus reminiscencias la frase: “Es más fácil hacer la guerra que hacer la paz”, del primer ministro francés Georges Clemenceau, en la Primera Guerra Mundial, como uno de esos pilares éticos que demandan un acérrimo compromiso con la consolidación de la paz.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              De los discursos que hablan del amor, de la democracia, del perdón, de la posibilidad de creer en el otro, de entender la alteridad, surge el reflejo de la esencia nadaísta, de la afirmación y exaltación de aquello que perdura, que vive y que suscita espiritualidad y libertad. De ese propósito de acallar los odios y eludir los insospechados e interminables escenarios de muerte nace el nadaísmo, y del nadaísmo nacen esos intereses colectivos que se reafirmaron en el oficio de De La Calle como jefe negociador.

                                                                                                                              Detrás de estos legados yacen las estirpes de Cien años de soledad, de la misma soledad que Arango describió de la siguiente manera: “Cuando uno cede en su alma / deja de ser uno / para ser como la masa. / Ceder es dejar de ser. / La soledad más insufrible es la sociedad; / incomunicación de las almas que van marchitando la carne”.

                                                                                                                              Por Andrés Osorio Guillot

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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