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“Vivir con nuestros muertos” de Delphine Horvilleur (Opinión)

El libro de Delphine Horvilleur propone la duda como una vía para repensar la identidad, la fe y las relaciones.

David Sáenz
31 de mayo de 2025 - 11:43 p. m.
Delphine Horvilleur es rabina, filósofa y escritora de "Vivir con nuestros muertos"./ WikiCommons
Delphine Horvilleur es rabina, filósofa y escritora de "Vivir con nuestros muertos"./ WikiCommons
Foto: G.Garitan
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En las redes sociales fluye mucha información. Pocas cosas quedan para la contemplación. Sin embargo, si uno no pierde la disposición de escoger —que es, en últimas, esa libertad de la que no escapamos (Jean-Paul Sartre)—, puede elegir algo valioso.

Hace un tiempo vi que Carolina Sanín habló y recomendó un libro: Vivir con nuestros muertos, de la rabina, periodista y escritora francesa Delphine Horvilleur. Guardé el nombre porque quería contemplarlo después y no dejarlo pasar (como una de tantas cosas que se diluyen en las redes sociales).

Un día fui a Bogotá y visité una de esas calles de libreros de viejo que tanto me gustan. Allí, a veces, se encuentra parte de lo que otros han dejado atrás. Muchas de esas librerías están hechas con libros de quienes han muerto y cuyas familias no saben qué hacer con ellos, o de viajeros que deben dejarlos porque no pueden llevarlos consigo. Justo en uno de esos sitios encontré el de Delphine Horvilleur.

Estaba con un gran amigo con quien, desde hace veinte años, nos ponemos de acuerdo para leer el mismo libro. A veces no nos reunimos a discutirlo, pero en ciertos momentos de la vida, nos miramos a los ojos y decimos: “algo así le sucedió a Hans Castorp con Madame Chauchat”. O, “en El último encuentro de Sándor Márai, se comprende cuál es el amor de la amistad”, etc.

Mi amigo dijo que el libro que recomendó Carolina Sanín era hermoso, que justo lo estaba empezando a leer. Entonces lo compré e inicié también.

En este libro, entre muchas otras cuestiones, Horvilleur se pregunta: ¿qué significa ser judío?, ¿qué es ser un buen judío? Sus preguntas están revestidas de duda. Ella considera que ser judío es, precisamente, no saber qué significa serlo. Hay una inclinación ante el vacío, porque ese vacío permite acoger, llenar, nutrir y mantenerse abierto. Tal vez sea ese el infinito del que también hablaba Giordano Bruno en el siglo XVI, con su idea de un universo sin límites, vacío e insondable.

El domingo 18 de mayo escuché el monólogo de Carolina Sanín. Aunque no habló directamente del libro de Horvilleur, me pareció que había una resonancia. Hablaba de su ser católica, y titubeaba. Me llamó la atención que hablara con cautela, dado que la escritora se expresa con firmeza sobre gramática, literatura y crítica literaria. Tal vez sea una de las pocas críticas literarias del país, en un contexto donde prevalecen las odas que solo buscan impulsar ventas.

Por eso me sorprendió verla dudar sobre lo que significa ser católica. Esa duda, parecida a la que plantea Horvilleur, también podría aplicarse aquí: ¿qué significa ser católico? Tal vez serlo es no saberlo del todo. Y quizás, cuando alguien cree estar siendo un buen católico, es cuando menos lo está siendo, porque ha llenado el vacío que, en cambio, podría dar espacio para lo inconmensurable.

Entre muchas cosas que dijo Sanín, me quedo con una: en el catolicismo se cree que Dios nos ama. Lo hemos escuchado cientos de veces. Sin embargo, creo que por primera vez comprendí su significado. Ese “nos” incluye no solo a quienes amamos o consideramos buenos, sino también a quienes no amamos, incluso a quienes odiamos o repudiamos.

Sanín sugería que ese hecho invalida nuestro odio. Reconocer que ese Dios que me ama, también ama al otro —a ese que yo aborrezco—, que lo cuida, lo escucha, se preocupa por él, e incluso “hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:45), desarma cualquier violencia.

Asimismo, esta idea me hace recordar la parábola de los obreros de la viña (Mateo 20:1–16), en la que Jesús dice que el Reino de los Cielos se parece a una viña donde varios trabajadores llegan a distintas horas, pero, al final de la jornada, todos reciben el mismo salario. Esta historia va más allá de la envidia, la meritocracia o la superioridad moral; también trasciende la soberbia de quien se siente lleno, de quien no duda, de quien no reconoce el amor fundamental que nos iguala a todos.

Por eso, nos haría muy bien hacernos esas preguntas y abrirnos a la duda, para que esa duda ensanche el vacío, expanda el infinito y nos permita hacer espacio para más. Especialmente para la belleza, la fraternidad y el desarme de nuestros prejuicios y odios.

Por David Sáenz

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Gustavo Moreno(x6e28)01 de junio de 2025 - 12:04 p. m.
Muy buen artículo de opinión en un mundo lleno de odios, para que debería servir la religión si acercamos al otro y no fomentar guerras
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