Señor mío Jesucristo, Dios y poeta verdadero, por tu amado dolor de la cruz, por tu silencio triste en el Huerto de los Olivos y por tu elocuencia maravillosa en medio de los doctores, haz, que “Tergiversaciones”, el primer mamotreto de versos de León de Greiff, sea un fracaso de librería, es decir, que el valiente editor, señor Uribe, pierda toda la lata que le metió al negocio.
Yo sé, Señor, que tal libro no lo comprarán sino diez o quince admiradores de ese muchacho loco y genial que usa barbas de bolchevique ruso, fuma en pipas malolientes y lleva capa villonil; pero ¿quién quita que, de pronto, ese libro sea un éxito pecuniario para el quijotesco editor, a quien Tú guardes y encamines a esta ciudad? A ver si se resuelve a hacer el mismo negocio con tantos escritores que aquí hay conmigo, faltos de un compasivo mecenas...
¿Y sabes por qué quiero yo que el libro de León no se venda? Porque yo amo mucho a la humanidad y quiero mucho al hermano poeta; porque yo sé que el público lector se llamaría a engaño con tales versos y podría linchar de un momento a otro al autor de “Tergiversaciones”.
Sobre todo, Señor, que no compren aquí, en la Villa de la Candelaria, ese raro mamotreto de versos inútiles. ¿Por qué? Porque el poeta, de una pincelada maestra, pintó esta moderna Beocia que llaman Medellín. ¿Quieres oír esos versos, Señor mío Jesucristo? Pues ahí van:
Villa de la Candelaria
Vano el motivo
de esta prosa;
nada...
Cosas de todo día.
Sucesos
banales.
Gente necia,
local y chata y roma.
Gran tráfico
en el marco de la plaza.
Chismes.
Catolicismo.
Y una total inopia en los cerebros.
Cual
si todo
se fincara en la riqueza,
en menjurjes bursátiles
y en el mayor volumen de la panza.
¿Has visto, Señor? Este maldito poeta estuvo un poco cruel con la capital de Antioquia. Bueno. Pero no es por eso, precisamente, por lo que yo deseo que el libro de Leo Legris no se venda. Es porque yo no quiero ver al célebre poeta confundido con tanto escritor adocenado, y porque yo sé que el público gusta siempre de las obras más mediocres; mejor dicho: que los libros de arte no se agotan nunca... ¿Cuáles han sido, si no, los más grandes éxitos de librería en Colombia?
El libro que más ediciones ha tenido aquí, en la república de los poetas, el más solicitado, por encima de los de Silva, Valencia, Pombo, Flórez, Tejada, es el “Manual de Cocina” de doña Elisa Hernández. Esta obra, que la piden de la Argentina, del Paraguay, del Uruguay, de Cuba, de Chile. Anda Tú, Señor mío Jesucristo, a conseguir hoy un ejemplar de esa obra y verás que no lo encuentras, porque ya está agotada la décima edición.
Y, sin embargo, ve a solicitar un tomo de “Entrañas de niño” o de “El Padre Casafús” de Tomás Carrasquilla (¿leíste lo que dijo Cejador de Carrasquilla?) y los encontrarás por montones en las pulperías, porque has de saber que el gran escritor antioqueño tuvo que vender por libras casi toda la edición de estos dos libros. ¿Y cuál es el libro que más dinero ha producido en Antioquia y tal vez en Colombia? Es un librito largo, ordinario, humilde, que le dio a su autor varios miles de pesos, y a su último editor, el señor Bedout, un montón de miles de dólares. ¿No sabes como se llama ese libro? Se llama “Cachos y Dichos” y su autor es Federico Trujillo, el hombre de la sal y la pimienta, el que inventó la risa.
En una semana vendió don Félix cosa de mil ejemplares... Y anda Tú a buscar un editor para las obras de Efe Gómez y verás que no lo encuentras. Tú, Señor mío Jesucristo, ¿no has leído a Efe Gómez, no? Me lo figuraba. Pero quédete el consuelo de que cuando Quico Villa publicó en “Lectura Breve” el “Guayabo Negro”, mandó a Bogotá cien o doscientos ejemplares de ese maravilloso cuento, tal vez el mejor en la literatura hispanoamericana, y al mes le devolvió el agente algo más de los que se le habían mandado, diciendo que allá, en la Atenas suramericana, no conocían a Efe Gómez ni les había gustado tal cuento.
Señor mío Jesucristo: para no distraerte más en tus múltiples ocupaciones, te suplico, puesta en tierra la rodilla, que interpongas tu influencia para que “Tergiversaciones” no se venda, aún cuando yo deseo que sí lo compren unos cuantos para que vean allí los rondeles del poeta. ¿He dicho los “Rondeles”? Pues sí. En esos versos está el verdadero poeta que hay en León de Greiff; el poeta que él no ha querido dejar conocer por pura “pose”, porque León gusta más de descrestar con sus baladas de títulos kilométricos, llenas de búhos, de pipas, de vino, de fastidio “motor” y de una egolatría antipática; baladas con muchas bellezas dentro, pero hechas tal vez con el solo objeto de mostrar juegos de rimas raras y palabras extrañas. Cosas de la juventud, Señor mío Jesucristo. Porque yo estoy seguro de que León dejará algún día esas extravagancias literarias, fruto indudable de tantos y tantos libros que el poeta ha leído y echará por el camino verdadero de la verdadera poesía de los “Rondeles”.
Oye como empieza este Rondel:
Esta mujer es una urna
llena de místico perfume,
como Annabel, como Ulalume...
¿Ves que León de Greiff sí es un gran poeta cuando quiere serlo? Y en “Arrietas, Ritornelos y otros Ritmos”, tiene maravillosos versos. Y hace a ratos recordar a Verlaine, a Baudelaire, a Rimbaud... Sí, León quiere ser “raro” y lo es; quiere ser como Poe, poeta maldito, y lo es, quiere ser original y lo es. Pero aquí estriba el mal precisamente: ser original es cosa sencilla y fácil, pero ser poeta en la sabia interpretación del vocablo, es cosa muy difícil. Se puede imitar fácilmente a Luis C. López, pero a Bécquer no.
En este siglo, cuando un hombre quiere hacer versos y no se siente o no nació poeta, echa por el camino de la originalidad. Y hace versos que gustan a la gente, pero no hace poesía. ¿Estamos de acuerdo, Señor mío Jesucristo? Claro, porque Tú eres como yo, un romántico desde la cabeza a los pies. Bueno, pues si estamos de acuerdo en todo, oye mi súplica: No permitas que el libro de versos de León de Greiff tenga venta en el mercado literario y que todos los ejemplares de la primorosa y fina edición que salió de los talleres de la Tipografía Augusta, se cubran de polvo en los estantes de las librerías colombianas, para gloria de su autor y para escarmiento del intrépido editor señor Uribe. Amén.